DERROTA DE MARAGALL...

 

 Editorial de   “ABC” del 19.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

LA marcha atrás, por ahora, de Pasqual Maragall en su propósito de hacer cambios en el Gobierno tripartito catalán dista mucho de ser la solución a la crisis de confianza que, con publicidad y predeterminación, le ha planteado su propio partido, el PSC. La dura resolución aprobada el lunes por la Comisión Ejecutiva de los socialistas catalanes ha hecho que cale la imagen de Maragall como un presidente sin autoridad en su propio partido, sin capacidad de dirección en el Gobierno que preside y sin fuerza política para encarar lo que resta de legislatura. Menos aún para encabezar la defensa del proyecto de nuevo Estatuto, que ha promovido mancomunadamente con Rodríguez Zapatero.

El PSC echó un pulso a Maragall y se lo ha ganado. Cuando se está en el poder, este tipo de enfrentamientos no son gratuitos, porque al margen de que la estabilidad y el crédito personal del president estén seriamente dañados, el conflicto transmite la sensación de inquietud y temor en los socialistas catalanes por el curso de los acontecimientos. Temen adónde les quiera llevar Maragall. Sin embargo, la solución no es tener a un presidente de la Generalitat bajo libertad vigilada, tal y como se encuentra ahora mismo Pasqual Maragall, quien está, desde el lunes, mucho más expuesto, por tanto, a las presiones de los demás socios del tripartito, especialmente de ERC. Los socialistas del PSC tienen motivos fundados para preocuparse por su imagen ante la sociedad catalana, porque esa imagen se está deteriorando a marchas forzadas y esto no va a facilitar precisamente su labor de defensa del proyecto estatutario ante los sectores más reacios del PSOE.

A nadie se le oculta que la intención última del PSC es marcar los tiempos de la tramitación en el Parlamento de la reforma del Estatuto catalán, evitando así que Maragall lleve personalmente el timón. Asistimos a una batalla, no tan encubierta, entre un partido y su máximo dirigente, por mucho que unos y otro se esfuercen en lanzar el mensaje de la unidad de acción y de criterio. El presidente de la Generalitat intenta jugar sus bazas ante los decisivos meses que se avecinan, mientras que el PSC, con Montilla como principal protagonista, pretende llevar las riendas y el compás de las negociaciones para tratar de ajustar las enmiendas al texto estatutario dentro del marco constitucional. En el fondo, el PSC desconfía de Maragall y teme que sea el propio presidente de la Generalitat quien cruce peligrosamente esa imaginaria línea roja que no pocos dirigentes socialistas han trazado como límite infranqueable. Hoy por hoy, Maragall se ha convertido en un problema para los socialistas catalanes, lo que nos sitúa delante de un escenario inédito que añade aún mayor complejidad al proceso abierto tras la decisión del Parlamento catalán, lo que debería obligar a Zapatero a intervenir y abandonar el papel de convidado de piedra. Es el secretario general del PSOE y, como tal, el máximo responsable político de un partido que no puede presentarse a la sociedad con dos visiones tan enfrentadas de la realidad nacional como las que parecen separar a Maragall de Bono o Rodríguez Ibarra, como quedó de manifiesto en la riña a garrotazos dialécticos que mantuvieron delante del mismísimo Rey. Las dos almas del PSOE no caben en un mismo cuerpo, y lo que habrá que determinar es dónde y con quién está el presidente del Gobierno en los momentos decisivos que habrán de venir.

Llama la atención que esta disputa entre Maragall y el PSC se produzca después de que el Parlamento catalán haya aprobado el proyecto de nuevo Estatuto para Cataluña, lo que debería haber redundado en una etapa, si no de consolidación, sí, al menos, de tranquilidad para Maragall. Pero todo apunta a que, acabado el Estatuto, el tripartito carece de razón de ser y que la clase política catalana se ha quedado al descubierto en sus peores rasgos de endogamia y distanciamiento, sin guión de acción política y sin capacidad para plantearse nuevos proyectos. El nuevo Estatuto, una vez fuera de Cataluña, ya no sirve como coartada para nadie y sólo está provocando discordia y enfrentamiento.

En definitiva, el lamentable episodio protagonizado por Maragall es la metáfora última del descrédito de una clase política que ha convertido el Estatuto en instrumento al servicio de sus particulares intereses y no del conjunto de los catalanes. Más allá de la reforma estatutaria, queda una profunda sensación de desgobierno y distanciamiento de los problemas reales de los ciudadanos.