LA RECUPERACIÓN SELECTIVA DE LA MEMORIA EN CATALUÑA

 

 Artículo de ¿¿¿¿¿??????  en “ABC” del 26.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Con un muy breve comentario a pie de título: HOY AL "ABC"  SE LE VA LA OLLA: En efecto, se han olvidado de poner el nombre del autor de este artículo, mencionan una entrevista con Duran Lleida que no aparece por ningún lado...debe ser que tuvieron un mal día con tanto carnaval, frío y nieve. No es habitual, así que probablemente mañana estarán recuperados. ¡Salud y ánimo! (L. B.-B., 26-2-06, 22:30)

 

Desde sus inicios, el nacionalismo catalán de derecha e izquierda está obsesionado por la recuperación de la memoria histórica. Ahora, con el tripartito, el proceso se ha acentuado y acelerado. Hoy, al ciudadano catalán, la recuperación del pasado le persigue por donde quiera que vaya. Si conecta el televisor o la radio, si escucha a los políticos y a determinados intelectuales, siente una voz inquisidora que le ordena: «Recupera la memoria histórica». Y si ese ciudadano leyera el decreto 2/2004 de 7 de enero, constataría que existe un Programa para la creación del Memorial Democrático con la finalidad de «recuperar y reivindicar la memoria histórica de la lucha por la democracia y difundir su conocimiento». Ahí no acaba la cosa, porque el consejero Joan Saura, en la presentación del Memorial en el Parlament, justificó el proyecto señalando que «el dilema no es olvidar o recordar, sino garantizar el derecho a conocer; el conocimiento histórico es un derecho civil, que el Govern debe garantizar». Por lo demás, ERC ha reclamado la creación de una Comisión de la Verdad que restablezca la ídem. La intención parece loable. Pero, tiene un problema de credibilidad: al nacionalismo catalán no le interesa la recuperación de la memoria histórica, sino la recuperación selectiva de la misma. Y ello a mayor gloria de sus particulares intereses.

Si al nacionalismo catalán le interesara la recuperación de la memoria histórica, no se limitaría a recordar que en el castillo de Montjuïc -ahora en proceso de cesión definitiva al Ayuntamiento de Barcelona, con el problema de la bandera incluido- fue fusilado el presidente Companys, sino que también recordaría que, durante el período republicano, en sus celdas y fosas fueron torturadas y asesinadas miles de personas por el hecho de ser católicas, monárquicas o conservadoras. Y si hablamos de Companys, sería conveniente que, de una vez por todas, se reconociera que el presidente de la Generalitat republicana fue un golpista con todas las de ley que el 6 de octubre de 1934 se alzó contra un gobierno legalmente constituido. Pero, en Cataluña, la figura de Companys es literalmente intocable. Y tiene premio: el estadio olímpico ha sido bautizado con su nombre. En cambio, el general Batet -que reprimió el golpe de Companys- ha caído en el más absoluto de los olvidos. El mundo al revés.

Puestos a recuperar la memoria de la República y la Guerra Civil en que tanto insiste el nacionalismo catalán, a uno se le ocurre que, por aquello de la ecuanimidad y la honradez intelectual, la Comisión de la Verdad propuesta por ERC podría empezar su trabajo admitiendo que en la Cataluña de las semanas y meses posteriores al golpe de Estado del general Franco se impuso la delación, la prisión, la tortura y la muerte, que -únicamente en Barcelona- las «ejecuciones» de inocentes en el Camp de la Bota, la Arrabassada o Montjuïc adquirieron proporciones dramáticas, que en la Puerta del Ángel y en las calles San Elías, Vallmajor, Zaragoza, Muntaner o Pau Claris había checas en las que se torturaba y asesinaba, que el gobierno republicano y nacionalista de la época -de ERC y presidido por Companys- fue el responsable político de lo ocurrido. Y el Parlament de Cataluña, que ha condenado el golpe de Estado del general Franco, debería hacer lo propio con el golpe de Estado de Companys. Y ERC, que frente a la derecha presume de tradición democrática y de partido integrador, debería criticar el golpismo de sus dirigentes republicanos así como algunas de las ideas xenófobas que mostraron sus teóricos, entre las que destacan, por ejemplo, la asociación entre inmigración española y delincuencia o la consideración de la inmigración española como un «ejército extranjero» que puede contaminar «el patrimonio espiritual de nuestro pueblo» y el «predominio de los elementos de raza catalana en el conjunto de nuestro pueblo». Y a ICV, heredera de los comunistas del PSUC, que son muy exigentes cuando se trata de denunciar la represión, se le debería exigir a su vez que pidiera perdón en tanto la mayoría de las checas de la Barcelona republicana eran de adscripción comunista. Y a todos ellos, que llevan las medallas antifranquistas en el pecho, habría que recordarles -eso es también recuperar la memoria histórica- que en la inmensa mayoría de los casos -menudos héroes- su antifranquismo se limitó a colgar alguna bandera en la cima de una montaña y a impartir cursos de gramática catalana en pisos barceloneses del Ensanche o la Bonanova.

¿A qué obedece la hipócrita campaña de recuperación selectiva de la memoria histórica -sonrojan las críticas y silencios que reciben quienes reclaman el reconocimiento de todas las víctimas- impulsada por el tripartito? No se trata de recuperar la memoria y dignidad de unas -atención: sólo de unas- víctimas, sino de mostrar que Cataluña perdió la Guerra Civil y fue -es todavía- víctima de la represión española. Y a partir de ahí, demonizar a la derecha y reivindicar una segunda Transición que elimine los supuestos residuos franquistas que entorpecen el proceso de construcción nacional de Cataluña. Si resulta inadmisible considerar -uno de los tópicos del antifranquismo militante aún existentes por estos pagos- que Cataluña perdió la Guerra Civil, y que el franquismo todavía campa a sus anchas por España, resulta indignante y vergonzoso usar a las víctimas en beneficio propio. Frente a la vocación de distanciamiento que manifiesta la investigación histórica, la recuperación selectiva de la memoria esconde y tergiversa el pasado en beneficio de determinados intereses del presente. Definitivamente, hay que defenderse de ciertas recuperaciones de la memoria que persiguen deteriorar la convivencia.

(*) Escritor y crítico