¿QUÉ LE PASA A ESTA GENTE?

 

 Artículo de Félix de Azúa, en “El Periódico” del 31-1-06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Da vergüenza que la política catalana derive hacia el resentimiento, la queja del rico contra el pobre.

 

El día en que llovieron millones sobre Vic, estaba yo escuchando, como cada mañana, Catalunya Ràdio. La locutora hablaba con los afortunados que daban saltos de alegría y lanzaban chorros de cava al vecindario. Se acercó a la que más saltos daba y le preguntó cuánto le había tocado. La mujer, con voz estridente, gritó: "¡Ni un duro! ¡Pero esto les jode (fot) mucho a los de Madrid!". Lo repitieron en varias emisiones. Que una histérica grite locuras carece de importancia, pero resulta inquietante que los ejecutivos de Catalunya Ràdio consideren que es un documento ejemplar sobre la alegría catalana. Cuanto más poderosos son, cuanto más control ejercen sobre la ciudadanía, cuanto mayor es su dominio del ámbito económico, mayor es el resentimiento.

El resentimiento es una degeneración moral que consiste en alegrarse de las desdichas ajenas, ya que uno no puede alegrarse de las dichas propias porque se considera sumamente agraviado. Suele afectar a quienes se sienten débiles, independientemente de que lo sean o no. El resentimiento es tanto peor cuanto más poderoso es el resentido. Su teórico máximo fue Nietzsche, el cual lo creía fundamento de la Iglesia cristiana, una organización en la que unos pretendidos débiles (que en realidad eran poderosísimos) dominaban tiránicamente en nombre de la pobreza. La represión de la Iglesia de Roma se justificaba por la "protección de los débiles" y quemaban a los científicos para que no corrompieran a los niños.

También por la radio, en Onda Cero, alcancé a oír una entrevista con Artur Mas. El periodista (creo que era Carlos Herrera) le preguntaba a Mas por qué ningún político catalán había criticado el artículo del Avui en el que se decía que las madres de los militares (españoles) eran unas putas si los militares pisaban suelo catalán. Mas, hombre de discretas luces convertido en un Churchill gracias a la gente que le rodea, respondió que ningún político español protesta por los artículos que se escriben contra Catalunya. Como todos aquellos que carecen de entidad propia, Mas dice "Catalunya" cada vez que quiere decir "los políticos catalanes como yo". El periodista replicó que nadie en España escribe "contra Catalunya", pero aunque así fuera, eso no justificaría el silencio de los políticos catalanes ante un diario que un día dice que hay que matar a Albert Boadella, otro día que "sólo habla castellano con la criada" y al siguiente que las madres de los militares, etcétera. Si protestan por las canalladas de la COPE, ¿por qué no protestan por las vilezas del Avui?

En realidad, tampoco es éste el punto. Que Artur Mas, Josep Lluís Carod-Rovira y Pasqual Maragall se callen, entra dentro de su estrategia autoritaria (avui no toca!), pero ¿por qué se calla el Col.legi de Periodistes y otros organismos de control como el Consell de l'Audiovisual de Catalunya (CAC)? ¿No están ahí para censurar a los periodistas calumniadores y amenazantes? ¿O sólo se han creado para denunciar a "los españoles"? ¿Son organismos independientes o forman parte del aparato de seguridad?

Uno observa con creciente pasmo la deriva de la política catalana hacia el resentimiento. Los tribunales que multan los usos lingüísticos que desagradan a la clase dominante, la célebre policía de la lengua, amparan las denuncias anónimas, una vileza que no se da en ningún país de Europa, y así lo ha denunciado el Frankfurter Allgemeine. Pero un intelectual orgánico como Albert Branchadell, preguntado por esos aparatos represores, responde cínicamente que "protegen los derechos de los catalanohablantes". El resentimiento convierte en verdugos a las víctimas. Son los reprimidos (pequeños empresarios) los "culpables" ante la pulsión represora del resentido.

A lo mejor nos lo creeríamos si la policía lingüística multara también a La Vanguardia por editarse (sólo) en español, pero lo propio del resentimiento es atacar únicamente a los débiles. Siendo un sentimiento de (falsa) debilidad por parte de los poderosos, como es lógico nunca atacan a los poderosos que forman parte de su poder, sino a los débiles que quedan fuera del circuito de recompensas y repartos. Los resentidos olvidan que hay dos tipos de nacionalismo. El nacionalismo de los pobres genera simpatía (los argelinos contra los coroneles franceses), pero hay un nacionalismo de los ricos que produce profunda antipatía (la Liga italiana de las provincias ricas contra el sur depauperado) y que tiene su mejor exponente en el nacionalismo americano del presidente Bush.

El resentimiento es la queja del rico contra el pobre, del poderoso contra el débil, del verdugo contra la víctima. El resentido llora porque los pobres no le dejan ser aún más rico y los débiles no le dejan ser aún más poderoso. Y toda su política va dirigida a proteger a los más ricos y a los más poderosos. La verdad es que da un poquito de vergüenza.

Para acabarlo de arreglar, mientras escribía este artículo tuvo lugar el episodio del caricato Pepe Rubianes en TV-3. Este personaje dijo que esperaba que a los españoles les explotaran los cojones y que estaba harto de la puta España y otras grandezas de este orden. No tiene importancia dada su clientela, pero el locutor se lo miraba arrobado y el público aplaudía a rabiar. ¡En una televisión pública! Es decir, que estamos pagando a esos miserables para que digan que ojalá nos exploten los cojones. Ningún medio de comunicación, excepto éste en el que escribo, ha dicho ni mu. Están calladitos y ríen como ratones. Los mecanismos de seguridad, tipo CAC, no ven razón para abrir la boca. En Catalunya nos aproximamos a un tipo de sociedad francamente interesante.