ENTREVISTA A ALBERT BOADELLA

 

Por Iva Anguera de Sojo y María Antonia Prieto   en “ABC” del 12.06.05

 

 «Maragall está tan contaminado por el nacionalismo que se ha vuelto inútil»

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 AIXO SI QUE ES PARLAR CLAR I CATALA (L. B.-B., 12-6-05)

 

Le importa «un comino» si los papeles de Salamanca vuelven o no a Cataluña. Albert Boadella luchó contra Franco y después lo hizo contra Pujol. Se siente represaliado por ambos, pero está decidido a mantener su lucha contra el nacionalismo. Ahora abre la veda contra el tripartito

 

 

BARCELONA. En plena celebración del quinto centenario de «El Quijote», el director teatral Albert Boadella (Barcelona, 1943) utiliza al hidalgo caballero para intentar explicar la «esquizofrenia» en la que, cree, vive la sociedad catalana. «El Quijote es un hombre razonable, sensato y culto, salvo cuando le tocan los libros de caballerías, ahí pierde la chaveta y delira. A Cataluña le pasa lo mismo. Es un territorio de gente sensata, equilibrada, con un alto grado de civismo. Pero cuando se toca la identidad, empieza el delirio». Boadella es uno de los impulsores del manifiesto «Por un nuevo partido político en Cataluña».

 

—Alguien que menosprecia a la clase política, ¿qué hace firmando un manifiesto que tiene como objetivo la creación de un nuevo partido?

 

—Lo he hecho por razones casi físicas, por desprenderme de la desagradable sensación de claustrofobia y ahogo que siento ante este festival permanente de simbología y de nacionalismo. Siento pena hacia mi propio pasado, hacia las esperanzas que de joven tenía depositadas en este territorio, en esta comunidad catalana.

 

—Tras 23 años de gobiernos de Jordi Pujol ¿por qué han decidido organizarse ahora y no entonces?

 

—En la época de Pujol yo estuve muy activo, casi fui el único, de hecho fui el malo oficial. Lo que ocurre es que algunos de mis colegas quizá pensaban que un cambio de gobierno permitiría darle la vuelta a la situación y ahora están decepcionados porque se han dado cuenta de que éstos son más nacionalistas que los otros. Cuando te sientes traicionado por los tuyos, la reacción siempre es más fuerte, porque del adversario ya no esperabas nada.

 

—En esta nueva etapa, ¿en qué ha notado el odio hacia lo español que denuncia el manifiesto?

 

—En el continuismo, en el seguidismo del mensaje pujolista. Desde hace años se nos ha machacado con el mensaje de que nuestro enemigo está más allá del Ebro y se ha vivido con la idea de que un día Cataluña pasará cuentas con el pasado. Me parece demencial que un país esté inmerso en esta paranoia. Yo pensaba que ahora experimentaríamos un cambio importante y, en cambio, todo se ha agravado. Los del tripartito están intentando trasladar a la población la idea de que nos roban el dinero, nuestro dinero. Somos ciudadanos que pagamos impuestos, no un país que paga impuestos, no un territorio que paga impuestos, así que hay que establecer unos mecanismos de solidaridad. Creíamos que el PSC haría una política distinta, pero escorado por ERC, se ve en la necesidad de hacer continuas demostraciones de pedigrí nacionalista.

 

—¿Ve al PSC como un partido acomplejado?

 

—Sí, sin duda. Ya lo demostró en sus tiempos de oposición.

 

—¿El PSOE debería plantearse recuperar la federación en Cataluña?

 

—No me pareció mal la idea de conseguir una cierta unión entre el PSC y el PSOE. El problema es que los dirigentes del PSC se erigieron en los ideólogos de la cuestión, barrieron para casa y gente que tendría que estar en CiU o en ERC están en el PSC.

 

—¿Como por ejemplo?

 

—Casi todos los dirigentes socialistas que están en el gobierno.

 

—¿Incluido Pasqual Maragall?

 

—Sí. Maragall podría haber sido perfectamente un hombre de CiU. No veo las diferencias.

 

—¿Ha llegado demasiado tarde Maragall a la Generalitat?

 

—Maragall y el conjunto del PSC. Si hubieran gobernado en los ochenta quizá no se habrían contaminado tanto del nacionalismo, pero esta espera viendo el éxito triunfal de Pujol determinó absolutamente a la oposición. Es como la historia de «Lorenzzazio», que se coloca al lado del tirano para cargárselo, pero cuando tiene que hacerlo ya está contaminado por él, ya es incapaz. Maragall está tan extraordinariamente contaminado por el nacionalismo que se ha vuelto inútil. Y el PSC también.

 

—Pero en el PSC también hay otros dirigentes decididos a mantener la marca PSOE, como José Montilla...

 

—Todos estos están acomplejados. Se encuentran en la posición del converso, porque existe la idea de que arrimado a los postulados más nacionalistas del PSC se está en la elite intelectual y económica y formas parte de las grandes familias de Cataluña. Así creen que están con los buenos catalanes.

 

—¿Hay catalanes de primera y de segunda?

 

—Sí, el nacionalismo lo primero que hace es fijar la lista de buenos y malos. Yo estoy en la lista de malos y me siento orgulloso, pero en el fondo es un drama.

 

—¿Cree que en la Cataluña actual alguien como Montilla podría llegar a la presidencia de la Generalitat?

 

—Lo veo complicado. Quien pudo haber sido un gran candidato fue Josep Borrell. Era el hombre adecuado para dar el giro en Cataluña porque nació en el corazón del Pirineo, así que no hay duda sobre su pureza, y es un hombre de izquierdas y que no comulga para nada con las ideas nacionalistas. Pero por eso mismo se convirtió en un político incómodo y odiado por el régimen pujolista y por el propio PSC.

 

—¿Sería un error que el PSC volviera a presentar a Maragall como candidato?

 

—El PSC tiene que cambiar de dirección y escuchar a los ciudadanos, a esa gran masa de votantes que tiene en sus grandes feudos del cinturón de Barcelona. Esos son sus votantes. Es una barbaridad jugar con los sentimientos de la gente y el PSC se ha convertido en un secuestrador de sentimientos. ¿No ven que la política sólo se puede hacer desde la razón? En Europa, la política de los sentimientos ha llevado a unas guerras espantosas en el último siglo, el más sanguinario de la historia de la humanidad. Y aquí nos hemos inventado una Cataluña soñada que no tiene nada que ver con la Cataluña real y con sus graves problemas.

 

—¿Qué papel le reserva al PP en Cataluña?

 

—El PP se ha sumido en este pozo, sin duda. Todo el Parlamento catalán está de acuerdo en que Cataluña es una nación. Me parece surrealista que el PP también esté jugando la carta nacionalista. No es que yo esté cercano a los postulados más derechistas de este partido, pero sí les aplaudiría si levantaran la voz y dijeran «nosotros no somos nacionalistas».

 

—¿Qué es Cataluña? ¿Una nación, una nacionalidad, una comunidad nacional?

 

—Cataluña es una parte más del Estado Español. Es una parte de un acuerdo de hace muchos siglos. Este dilema constante de si somos, no somos, o nos separamos es pesadísimo. Estoy de acuerdo en que hay que reformar la Constitución en un punto: hay que introducir el delito de la pesadez. Llevamos tantos años planteándonos cómo tiene que ser España que se nos están escapando las mejores coyunturas.

 

—Hay quien les recrimina que nieguen la necesidad de defender la identidad catalana pero, en cambio, insistan en la necesidad de defender la identidad española.

 

—La identidad española no hay que defenderla porque ya existe. Nosotros formamos parte de España, aunque haya gente que no les guste. Yo soy un hombre de este territorio y mis hijos hablan la lengua que escucharon en casa, pero jamás he hecho de la lengua un efectivo militar, jamás. Ni me ha servido para discriminar a nadie.

 

—¿La lengua no crea identidad?

 

—En absoluto. La lengua es un vehículo absolutamente práctico y funcional. El catalán acabó con el latín y un día a lo mejor el castellano o el inglés acabarán con el catalán. Natural, eso ha ocurrido a lo largo de la historia. Ponerse a defender una lengua es una muestra de paranoia. Estoy de acuerdo con la esquizofrenia catalana, me parece fantástico el bilingüismo, pero que eso genere paranoia, en el sentido de persecución, es otra cuestión. Tenemos generaciones de gente joven paranoica como los cachorros de ERC, que son muy peligrosos. Esquerra es un partido muy cercano a la extrema derecha; ni es republicano ni es de izquierdas.

 

—¿Se refiere a extrema derecha en términos de fascismo?

 

—Sí, de algo parecido. No hay tanta diferencia entre ERC y Le Pen. Su base es la gran nación. Detrás del nacionalismo siempre hay racismo, hay unos buenos y unos malos. No hay nacionalismo sin enemigo exterior y en el caso de Cataluña el enemigo es España.

 

—Usted ha recibido amenazas por decir lo que piensa, pero la clase política insiste en que Cataluña es tierra de paz que no tiene nada que ver con el País Vasco.

 

—Me hace gracia cuando se dice que Cataluña no es ni ha sido nunca un país violento. Pero por favor, si antes de los años 30 aquí había asesinatos a mansalva. Ahora no hay violencia en el sentido que la hay en el País Vasco, pero las situaciones pueden cambiar y yo no me fío de estas cosas. No me hace ninguna gracia que me envíen amenazas. No me parece nada divertido. Y seguramente me las envían chavales que no saben que yo, durante una época, también pensaba ingenuamente que llegaría un día que Cataluña sería esa tierra soñada de libertad.

 

—¿Quién o qué le hizo cambiar de idea? ¿Pujol, quizá?

 

—Sí. Jordi Pujol no debiera haber existido como político. Ha sido un hombre absolutamente nefasto para Cataluña. Es una lástima que Tarradellas no fuera más joven, porque él sí sabía exactamente cual era la relación con el resto de España. Sabía qué podíamos tener y a qué no podíamos aspirar.

 

—¿La situación actual es fruto de todos estos años de pujolismo?

 

—Evidentemente. Ahora nos están gobernando los hijos naturales de Pujol... Un poco más y nos habrían gobernado los hijos legítimos.

 

—Sectores de la izquierda le recriminan que sus críticas contra el nacionalismo puedan ser instrumentalizadas por la derecha.

 

—Me da igual. Fantástico. Si hay gente de derechas que está de acuerdo conmigo, me parece estupendo.

 

—Perseguido por el franquismo, ¿cómo lleva que ahora le acusen de poner en peligro la convivencia?

 

—Es delirante. En Cataluña está todo tan envenenado y hay tan poco sentido democrático que te acusan de poner en peligro la convivencia por abrir un debate intelectual. Cataluña es un territorio en el que subsiste todavía el franquismo, la herencia del antifranquismo. Franco está muy presente en la mente y en la forma de actuar de los catalanes. Cuando alguien dice algo que no gusta inmediatamente se comenta que «ese tipo es un franquista». El trauma franquista no se ha digerido bien y eso es algo que me parece grave.

 

—¿Existe el riesgo de que se produzca una fractura social similar a la que existe en el País Vasco entre los votantes de CiU y ERC y los ciudadanos que están de acuerdo con el manifiesto que usted suscribe?

 

— La actitud que han adoptado los políticos frente al manifiesto demuestra que esto puede ocurrir. La seguridad de que existe un grupo importante de ciudadanos que apoyaría una opción no nacionalista no me la ha dado la reacción de la gente, sino la reacción de los políticos, que se han puesto histéricos, se han dedicado a insultar. Existe una profunda separación entre los políticos nacionalistas y los problemas reales de la ciudadanía. Pensar que para los catalanes en este momento lo más importante es el Estatuto es de locos. A la gente le importa un comino el Estatuto. Así que al menos nosotros hemos puesto nuestro grano de arena para encontrar una brecha.

 

—¿Tiene indicios de que en el PSC se esté produciendo algún movimiento en este sentido?

 

—Hay gente del PSC que me ha telefoneado dándome ánimos y diciendo que están de acuerdo pero que no quieren abandonar la militancia socialista. No hay duda de que despertamos simpatías y prueba de ello es cómo ha reaccionado el PSC, diciendo que esto es un intento de fractura social. El futuro partido que se cree también puede recoger opciones de centro. En todo caso, tiene que ser una opción amplia, no hay que ser sectarios en este sentido.

 

—Toda una generación se ha criado con el discurso nacionalista y puede que no entienda su denuncia. ¿Teme que esta iniciativa llegue tarde?

 

—Cuando dicen que los catalanes tenemos que estar unidos se me ponen los pelos de punta. Esto lo decía Franco, son teorías dictatoriales. Sin duda alguna, durante la época de Pujol se impuso la sensación de que quien se movía podía ser represaliado. En mi propio terreno, el del teatro, Pujol hizo un escarmiento con «Els Joglars». Lo hizo para demostrar al conjunto de la profesión que en Cataluña había libertad de opinión, pero si esta opinión no coincidía con las tesis oficiales te quedabas sin TV3, sin Teatro Nacional y sin subvenciones. Nadie se movió.

 

—¿Por eso, tal vez, representantes del grupo «Comediants» afirmaron, en reacción a su manifiesto, que ellos la política la hacen en la calle?

 

—Sin duda alguna. «Comediants» es una compañía que vive de la iniciativa pública, porque los grandes eventos sólo los organizan las instituciones públicas. Pujol creó una gran extensión de estómagos agradecidos y fue colocando a la gente en listas de marginación. Si «Els Joglars» sólo hiciera teatro catalán ya no existiría... o nos hubiéramos tenido que afiliar a Convergència. Nos ha salvado que el 80 por ciento de nuestra actividad se hacía en el resto de España y el extranjero.

 

—¿No le preocupa convertirse en un antisistema, primero contra Franco, luego contra Pujol y ahora contra Maragall?

 

—Tengo esta desgracia. Quizá si gobernara Borrell no me vería en esta necesidad. Un día me consultó si debía librar una batalla interna para ser candidato a la Generalitat y yo le dije que él tenía que ser presidente de España. Creo que me equivoqué, lo cual demuestra que no tengo ninguna visión política.

 

—La decadencia económica que denuncian, ¿puede ser consecuencia de la falta de inversiones?

 

—No sé cuánto invierte el Estado en Cataluña pero antes de quejarse de los demás uno tiene que analizarse a fondo. Cuando una sociedad es dinámica no es necesario que le den las cosas hechas. Yo construí una compañía que lleva 45 años en acción con poquísimas ayudas. Siempre es fácil echar las culpas a los demás y en Cataluña cuando hay un problema rápidamente se mira en dirección a Madrid. Seguro que los empresarios tienen algo de razón, porque Madrid tiene todavía el tic de gran capital, pero Cataluña es una comunidad mentalmente enfermiza, con un deseo permanente de pasar cuentas, de apelar a la memoria histórica.

 

—Si Cataluña aporta lo que aporta al resto de España, ¿a qué vienen las acusaciones de insolidaridad?

 

—Es culpa de un envenenamiento que hemos provocado nosotros. Cataluña es el familiar cabreante que siempre se quiere largar de la familia porque, como es el pariente rico, el resto le parecen muy cutres. Nuestra obligación era seducir al resto de los españoles para conseguir cosas. Tarradellas no sólo habría conseguido los papeles de Salamanca, sino que se habría traído entero todo el archivo sin herir a nadie.

 

—¿Tienen que volver los legajos a Cataluña?

 

—Me importa un comino si los archivos vuelven o no vuelven, con toda sinceridad. Es un debate absurdo.

 

—El envenenamiento del que habla, ¿no se agrava si alguien como Rodríguez Ibarra dice que «los catalanes se metan el dinero por donde les quepa»?

 

—Sin duda, pero el problema es que Ibarra aprovecha la brecha que nosotros hemos abierto. Estúpidos los hay en todas partes, pero no perdamos de vista que hemos sido los provocadores. Tras la muerte de Franco, los catalanes tuvimos una oportunidad extraordinaria. Recuerdo las giras con «Els Joglars». Éramos como los embajadores catalanes y nos llevaban en bandeja. Cataluña tenía un prestigio enorme como la adelantada de la democracia y esto se ha hecho añicos estúpidamente por falta de auténtico sentido político de nuestros dirigentes.

 

—¿El actual poder político de los nacionalismos pone en cuestión la unidad de España?

 

—Creo que existe un firme deseo de secesión entre los dirigentes políticos del País Vasco y de Cataluña, que desean un sistema en el que la intervención del Estado sea mínima, por no decir nula. Pero cuando un Estado no tiene disposición ni fuerza moral para, en el momento en el que hay un acto de desobediencia constitucional, poner los tanques en el territorio que comete este acto de desobediencia, la situación se puede volver muy complicada.

 

—¿Está diciendo que en alguna ocasión debieron salir los tanques?

 

—No sé, pero sería importante que quienes plantean estos desafíos fueran conscientes de que los otros pueden sacar los tanques.

 

—Es decir, que la reacción al Plan Ibarretxe tendría que haber sido más tajante.

 

—Yo creo que sí. Hasta el momento sólo ha habido conatos, pero estaría bien que algunos supieran que hay maneras de responder ciertas provocaciones.