DIVORCIO EN EL OASIS

 

 Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 23.10.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Asoma en las encuestas, como una cresta de espuma silenciosa, un pavoroso diagnóstico de los ciudadanos de Cataluña sobre la competencia de su clase dirigente. En los sondeos de la propia Generalitat aparece de forma recurrente una respuesta espontánea, no inducida, formulada por los encuestados según su libre albedrío, que señala a «los políticos» entre los principales problemas de la sociedad catalana. Así, sin anestesia ni paliativos: los políticos. Entre la inmigración, la inseguridad o el paro. La clase política señalada por el cuerpo social como responsable destacada de sus cuitas y preocupaciones. He aquí la radiografía de una crisis, el escáner de una esclerosis que atrofia el sistema de la democracia representativa.

Cuando la ciudadanía señala de modo directo a sus dirigentes como culpables de sus dificultades colectivas estamos ante algo más que un síntoma de mala calidad democrática. Ese dato indica que algo se está fracturando en el seno de la comunidad catalana, una quiebra de confianza que pone en cuestión la legitimidad moral del liderazgo político. Una sociedad que recela de sus propios representantes está enferma de escepticismo. Y su desasosiego proyecta el fantasma de un divorcio entre los intereses del pueblo y los de sus gobernantes, enfrascados en una batalla por el poder que da la espalda a las necesidades generales.

Toda la urdimbre del reciente debate político catalán empieza a quedar bajo la sospecha creciente de un desafecto ciudadano. Ya se apreció en el referéndum del Estatuto, cuya altísima abstención interrogaba directamente a la dirigencia pública sobre el calado real de su escala de prioridades. El énfasis sobre la necesidad de un mayor autogobierno aparece como un artificio a la medida de un sindicato de intereses articulado al margen de la verdadera opinión pública. Y sobre esa ficticia superestructura se levanta un sistema endogámico que la calle identifica como parte del problema y no de las soluciones.

Lo que está ocurriendo en el «oasis» catalán se explica a la luz de este recelo ciudadano. La clase dirigente levanta molinos de viento en cuyas aspas cuelga los monigotes de una polémica estéril. La violencia de los radicales, la exclusión creciente de las minorías, la imposición de un nacionalismo casi obligatorio están creando una atmósfera viciada en la que la sociedad no acaba de reconocerse a sí misma, pero carece del coraje moral para impugnarla más allá del anonimato de una encuesta o del absentismo electoral.

La pregunta crucial es la de si cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Si Cataluña tiene unos políticos alejados de su demanda social porque se ha acomodado en una deriva de indolente galbana o si la política se ha encerrado a sí misma en una insolidaria burbuja de ensimismamiento. Pero la crisis está ahí, agazapada en el diagnóstico silencioso de una ciudadanía que, de momento, parece permitir que se invoque su nombre en vano para justificar el reparto de las túnicas de tribuno.+