CATALUÑA, DE 1934 A HOY

 

Artículo de Jordi Canal en “El Imparcial” del 14 de octubre de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Seguimos mitificando en demasía la política catalana y española de los años treinta. Esta tendencia se ha agravado algo más todavía en los últimos tiempos, estimulada por el zapaterismo. La admiración ciega ha desplazado al espíritu crítico. Por ello, la aparición de libros como el que firma Amadeu Hurtado, Abans del sis d’octubre [Antes del seis de octubre] —publicado por Quaderns Crema, la editorial que, junto con El Acantilado, impulsa magníficamente Jaume Vallcorba-, constituye una excelente noticia. Se trata del diario escrito por el abogado y político catalán Amadeu Hurtado (1875-1950) entre los días 29 de mayo y 15 de septiembre de 1934, esto es, antes de la alocada subversión del presidente Companys del 6 de octubre del mismo año.

En aquel periodo, Amadeu Hurtado tuvo un importante papel en las discusiones y negociaciones en torno a la Ley de contratos de cultivo, aprobada por el Parlamento catalán e impugnada por el gobierno de la Segunda República. Sus conversaciones con Companys, Alcalá Zamora, Azaña, Samper o Gaziel resultan de gran interés. El realismo y la moderación del catalanista Hurtado hacen acto de presencia, una vez tras otra, en unos momentos en que ni el uno ni la otra abundaban.

Un par de elementos presentes en el diario me parecen especialmente relevantes. En primer lugar, las referencias continuas a la mediocridad de una parte de la clase política catalana. Los comentarios sobre los presidentes de la Generalitat Macià y Companys son demoledores. De Francesc Macià, con el que había colaborado estrechamente a partir de 1931, escribía que “no sabía nada de nada y causaba pavor oírle hablar de problemas de Gobierno ya que no tenía de ellos ni la más elemental de las nociones”. Poseía, en cambio, el arte de la agitación y de amenazar hasta el límite justo para poder retroceder a tiempo, algo que Hurtado atribuye, como característica, a los políticos catalanes. La mítica invasión de Prats de Molló no fue más que “una de las aventuras más cómicas en la historia de cualquier pueblo conocido”.

Lluís Companys era, sostiene Hurtado, el exponente perfecto del espíritu de protesta. Tenía la fuerza de simpatía atractiva del bohemio, aunque sin inquietudes intelectuales, “que no conoce ni entiende a fondo ningún problema de Gobierno, pero que de todos ellos capta lo que de asequible tienen para la multitud”. Se trata de otro agitador, propenso a la protesta y hábil a la hora de “utilizar cualquier motivo de orden sentimental para infundir miedo al adversario”. Las afirmaciones de Companys, en aquellos días, sobre la necesidad de que Cataluña se lanzara a la batalla y a la revolución, aún sabiendo que la derrota estaba asegurada, pero con la convicción de que los muertos de hoy iban a ser los necesarios mártires del mañana, son estremecedoras. El presidente deseaba ser el primero de esos mártires.

Algunos rasgos de la política catalana, puestos claramente de manifiesto en aquellas semanas agitadas de 1934, con la discusión de la ley de contratos como telón de fondo, constituyen el segundo de los elementos del diario de Amadeu Hurtado que quisiera comentar. Ante todo, la figura del agitador como prototipo del político catalán, de Cambó a Macià y Companys —más brutos los últimos y más instruido el primero-. Pero también la apelación irresponsable a peligros imaginarios y a los sentimientos del pueblo, además de la recurrente emergencia del viejo espíritu de protesta de la política catalana. O el boom del burocratismo. Y, finalmente, la voluntad de la ciudadanía de poner fin al estado de agitación provocado por los partidos políticos. A la gente de la calle, sostiene Hurtado, la discusión sobre la ley de contratos no le interesaba lo más mínimo. Los catalanes se estaban tomando ya con ironía las alarmas y peligros que se cernían supuestamente sobre Cataluña, tan invocados por sus políticos.

Leyendo las extraordinarias páginas del diario de Hurtado resulta difícil no pensar en las similitudes entre 1934 y el momento presente, entre las agitaciones provocadas por la impugnación de la Ley de Contratos agrarios y las generadas en los últimos tiempos por la discusión del Estatuto catalán. La mediocridad de la clase política, el arte de la agitación, la política de la amenaza, la invención de peligros imaginarios, el sentimentalismo y, en fin, la indiferencia con la que la mayoría de los catalanes viven estos problemas creados por la clase política, aparecen y reaparecen, ayer y hoy. El diario de Amadeu Hurtado constituye, en fin de cuentas, una gran lección de realismo, eficacia y seriedad. Que es, sin duda alguna, me parece, lo que más necesita en estos momentos la política catalana.