DE VICTORIA EN VICTORIA

 

 Artículo de FRANCESC DE CARRERAS   en “La Vanguardia” del 17/03/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


Julián Santamaría, quizás el más sagaz analista español de sondeos, empezaba con estas palabras su comentario a la encuesta sobre política catalana publicada el pasado domingo por LaVanguardia: "La ola de despropósitos que inundó Catalunya en las últimas semanas ha tenido consecuencias políticamente devastadoras sobre todas las fuerzas y dirigentes políticos que allí operan". Tras calificar a esta ola "tsunami", acababa así su artículo: "El tsunami también baja, pero no es un soufflé".Es decir, lo devastado ahí queda y hay que edificarlo de nuevo, no esperar pasivamente a que baje, como le sucede al soufflé.

Por otro lado, José Montilla apuntaba el pasado lunes en una dirección distinta: se trata de una situación pasajera y en dos meses volveremos a recuperar la normalidad. La contraposición de opiniones recuerda a Max Weber: la concepción del científico y la del político. Para uno, el tsunami catalán ha tenido efectos estructurales que condicionarán el medio y largo plazo; para el otro, únicamente ha tenido efectos coyunturales. ¿Quién tendrá razón?

En todo caso, el sondeo, cuyo trabajo de campo se celebró en los primeros días de la semana pasada (justo antes de la incomprensible y decepcionante moción de censura que interpuso Josep Piqué), ofrece datos que, leídos con las necesarias cautelas, ayudan a comprender algunas cuestiones de fondo de lo que sucede en la política catalana, algunos de sus falsos mitos, ídolos de barro que sólo sirven para encubrir los problemas reales, aquello que verdaderamente preocupa a una gran mayoría de ciudadanos.

De este sondeo se desprende que los partidos catalanes, en general, son los grandes acusados. En efecto, entre un 40% y un 52% de los encuestados tienen de ellos peor opinión que hace un año, con la única excepción de IC, que se salva de la quema. Esta decepción generalizada no puede desligarse de las sospechas de cobro de comisiones ilegales por parte del govern anterior, que muestran cómo la invectiva de Maragall sobre el célebre "tres por ciento" es ampliamente compartida: un 61% la cree verdadera, mientras sólo un 22% la considera falsa. Ahora bien, la sospecha es más amplia: se extiende en la misma proporción al Govern actual y, en un porcentaje aún mayor (76%), al resto de las administraciones públicas. Justificada o no, estos altos porcentajes dan idea de la desconfianza de los ciudadanos respecto la honradez de sus gobernantes.

Pero no sólo hay desconfianza moral, sino también críticas a su competencia y eficacia. En este punto, el Gobierno tripartito sale muy malparado del sondeo. Un 67% considera que está desunido, el 73% que su gestión es mala o regular y un 74% que también lo es la situación política de Catalunya. Maragall, por su parte, rebasa estos porcentajes: un 77% considera que su actuación como presidente es mala o regular. Estos datos son todavía más sonrojantes si los comparamos con los que obtiene el Gobierno de Zapatero: el 68% considera que su labor es muy buena o buena y sólo a un 18% le inspira más confianza el Gobierno catalán que el de Zapatero.

La explicación de todo ello puede encontrarse, entre otros motivos, en el gran desajuste -que también muestra el sondeo- entre los deseos de los ciudadanos y las finalidades del Gobierno. Veamos, por ejemplo, en qué lugar sitúan los ciudadanos el principal objetivo del Gobierno en esta legislatura: el nuevo Estatut. Efectivamente, cuando a los encuestados se les pregunta por los grandes problemas actuales de Catalunya, la reforma del Estatut únicamente es importante para un 15%, muy por debajo de la inmigración (57%), la vivienda (54%), el paro (45%), la inseguridad ciudadana (37%), la sanidad (24%) y la corrupción (21%). ¿Dónde estarían situados, si se hubiera formulado la pregunta, otros problemas que aparentemente tanto preocupan, como son el catalán en Europa, las selecciones deportivas, las matrículas de los coches, la unidad de la lengua o los papeles de Salamanca? ¿Cómo puede un gobierno obtener una buena puntuación si sus problemas no son los que siente la gran mayoría? En el fondo de todo ello está la obsesión por las cuestiones nacionalistas identitarias que, como muestra el sondeo, tampoco son las principales preocupaciones ciudadanas. Sólo un dato revelador: únicamente el 21% considera que Catalunya es una nación, mientras que el 44% considera que es una región más de España. Hace años, muchos años, que no oigo decir a nadie en público que Catalunya es "una región más de España". ¿Quién oculta a este 44%? ¿Por qué no se le presta ni un altavoz público? ¿Por qué sólo escuchamos lo que opina el 21%? No olvidemos que uno de los principales objetivos del nuevo Estatut es que en su texto se incluya que Catalunya es una nación, es decir, la opinión de este 21%.

Señores, en este país sucede algo muy extraño. A pesar de estar en una democracia, no nos atrevemos a expresar en público lo que pensamos y, a veces, decimos en privado. Hay una Catalunya oficial y una Catalunya real, una Catalunya visible y una Catalunya ignorada. Ni las instituciones, ni los partidos, ni los medios de comunicación dan voz a todas las opiniones. Con estos datos, el déficit democrático de nuestra sociedad se hace evidente. Sin embargo, seguimos triunfantes, como si nada, impávidos como siempre, de victoria en victoria hasta la derrota final.

FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB