EN EL VIA CRUCIS 

 

 Artículo de Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB,  en “La Vanguardia” del 03.05.07
 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Decíamos hace unas semanas que la política catalana sigue encadenada al nuevo Estatut a pesar de los esfuerzos del Govern para desligarse de él. En los últimos días, Pasqual Maragall ha añadido un nuevo eslabón a la cadena.
Los hechos son conocidos: entre otras cosas, el ex-president de la Generalitat ha afirmado lisa y llanamente que el proceso del que fue el gran impulsor hasta su aprobación en referéndum “no ha valido la pena” y que Zapatero le forzó a dimitir y a convocar elecciones para que Montilla fuera el candidato del PSC. La estupefacción ha sido general y el ridículo tiene un radio de acción que afecta a la mayor parte de la clase política catalana y se extiende más allá del Ebro.
El primero al que estas declaraciones hacen quedar en ridículo es al propio Maragall. ¿Cómo puede inspirar confianza un político que durante tres años ha estado predicando las virtudes de su “estatut” y ahora que ha sido apartado del poder nos dice que el camino recorrido “no ha valido la pena”?. Las declaraciones de estos últimos días nos muestran, una vez más, a un personaje intelectualmente caótico y a un político escasamente responsable.
Pero a quien ha dejado en la estacada Maragall es a su propio partido. Es sabido que a sus actuales dirigentes – con Montilla a la cabeza - la idea reformar el estatut no les entusiasmaba, para no decir que les incordiaba. Pero sí les gusta el poder, quizás el único lenguaje que entienden, y si el estatut servía para lograr el apoyo de ERC y alcanzar así la presidencia de la Generalitat, pues bienvenido sea. Pragmáticos y obedientes como son, con pocas ideas pero mucha dedicación a sus cargos, se lanzaron a ello sin saber, naturalmente, el lío en que se metían. En efecto, por dos veces, aunque los resultados electorales no fueran buenos – en tres años bajaron de 52 a 37 diputados y perdieron cientos de miles de votos – se agarraran sin dudarlo al poder que les ofrecía en bandeja ERC. Ahora, aparecen como los tontos de la película que dicen que no quieren entrar en polémica – aunque inevitablemente deberán hacerlo - porque carecen de argumentos presentables en su descargo.
Sin embargo, los más perjudicados por las palabras de Maragall son Zapatero, su Gobierno y su partido. Queriendo quedar bien con el PSC y, además, asegurarse un acuerdo parlamentario de futuro con CiU para seguir gobernando, el presidente Zapatero, con una imprudencia sólo comparable a la de Maragall, aprobó el Estatut a sabiendas que después sería fotocopiado por las demás comunidades autónomas. Zapatero tenía que saber que el Estatut sólo sería aceptado por las fuerzas nacionalistas catalanas en la medida que diera un trato singular a Catalunya y se acabara con el “café para todos” en política autonómica. Sin embargo, con su peculiar temeridad, echó para adelante, prometiendo todo aquello que no sabía si podría cumplir, y ahora estamos reformando estatutos sin ningún modelo final, deshaciendo aquello que tanto había costado articular y que ya funcionaba razonablemente bien.
El problema de Zapatero no es que se equivoque. Todos los políticos hacen cosa bien y cosas mal, a él también le sucede. Su peculiaridad principal es que aquello que hace mal tiene consecuencias difícilmente reparables, tanto en temas de gran importancia como son la política exterior, la política territorial o la lucha antiterrorista, como en temas de tono menor, por ejemplo la OPA a Endesa o la designación de candidato a alcalde de Madrid. Zapatero es hombre de regate corto, sin visión de la jugada y, probablemente, aún no ha entendido del todo qué es un Estado.
Pero las palabras de Maragall afectan también a CiU, a Artur Mas y a Jordi Pujol. Mas pactó el Estatut con Zapatero a cambio de ser el próximo presidente de la Generalitat. Ahora está descolocado y desorientado, con la impresión de que le han tomado el pelo, quizás es injusto pero se lo merece por su frivolidad. Pujol avaló moralmente la reforma estatutaria aunque en la intimidad confesara que era un grave error. Pero recuerdo aquella patética imagen televisiva en la madrugado del 30 de septiembre, tras haber aprobado el Parlament el proyecto catalán. Solemnemente, con gesto de padre de la patria, Jordi Pujol se acercó a Maragall y a Mas, les cogió del brazo y los bendijo: “Ho heu fet molt bé”. ¿Seguro que pensaba lo que decía?
Catalunya es un país en el que nadie – nadie importante, se entiende – dice lo que piensa, todo se dice para quedar bien, “per quedar bé”. Porque ahí, al fondo, también podemos vislumbrar a la famosa sociedad civil, estas decenas o cientos de nombres más o menos conocidos que se caracterizan por tres cosas: primera, por sostener en público lo contrario de lo que dicen en privado; segundo, porque lo único que les interesa es seguir beneficiándose de los favores del poder, sean subvenciones, autorizaciones administrativas, créditos, cargos e influencias de todo tipo; y, tercero, por no desentonar de la opinión dominante, no discrepar de nadie a quien tengan en una cierta consideración. Sobre todo, que no se diga… Son burgueses en el sentido literario del término: acomodaticios, blandengues y timoratos. Hasta un juez y un abogado les chantajeaban y ellos, como corderitos, iban pagando sin decir ni palabra. Para quedar bien.
El vía crucis del Estatut ha recorrido una nueva estación. Mientras, seguimos en los falsos debates, en un aeropuerto con conexiones trasatlánticas. Como si eso dependiera de Madrid.