Artículo de Antón Costas en “El País” del 14.04.08
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Una ciudad vitalista y universalmente admirada vive su 'annus horribilis'. Barcelona se
asfixia como consecuencia de años de malas políticas de la Generalitat y el
Ayuntamiento. Necesita catarsis y liderazgo
Annus horribilis de Barcelona. La ciudad española con mayor proyección
internacional, icono mundial de buenas prácticas urbanísticas, culta, rica,
moderna, creativa, innovadora, amable, abierta, progresista, divertida, deseada
para vivir, emplearse o visitar, aparece, de repente, a los ojos del mundo como
una ciudad sedienta, parcialmente a oscuras, caótica en sus comunicaciones,
conflictiva, cuestionada, insegura ante su futuro.
Es conocido cómo se ha llegado a esa situación: las
arterias por donde fluye todo aquello que Barcelona necesita para su vida y
crecimiento (autopistas, puentes, redes eléctricas, canalizaciones de agua,
túneles, vías férreas, aeropuertos...) son como un corsé que le impide el
aliento.
Pero conocer lo que falla no implica conocer el
porqué. ¿Cómo nadie ha sabido adelantarse, anticipar, planificar? ¿Cómo una
ciudad que fue capaz de organizar los Juegos Olímpicos de 1992 da muestras
ahora de tal incapacidad?
Lo que le pasa a Barcelona es, a mi juicio, el
resultado de dos factores principales. El primero, la política de construcción
nacional de los gobiernos de Pujol durante veinte años. A Barcelona no le han
sentado bien algunos aspectos de esa política; ha sido su gran damnificada.
Segundo, las falsas ideas sobre el modelo de crecimiento y de ciudad sostenible
defendido por la izquierda. Ideas aparentemente progresistas pero que han
llevado a una parálisis en materia de infraestructuras. Hay otros factores,
como son actuaciones u omisiones de la Administración y el Gobierno central,
especialmente en materia de infraestructuras ferroviarias. Pero, por más
conocidos, los dejo fuera de este artículo.
Antes de comentar los dos primeros, permítanme una
pequeña referencia a la geografía física y moral de Barcelona que ayudará a
entender algunas cuestiones actuales. Barcelona es una ciudad-municipio
constreñida en un reducido territorio limitado por dos pequeños ríos, una
montaña y el Mediterráneo. En ese reducido espacio vital se levantó la
"fábrica de España", un núcleo comercial, industrial, social y urbano
dinámico y creativo en el que los inmigrantes, los nouvinguts,
jugaron un papel determinante.
Esa ciudad-municipio ha sido también una pequeña
ciudad-estado enfrentada tanto al poder central como al territorial más
próximo, que a lo largo de la historia han tratado de controlarla. De ahí que
las murallas y fortalezas que la cercan tuvieran una función no defensiva sino
de sometimiento. Pero Barcelona siempre tuvo el tono moral y la habilidad
política para romper esos corsés. Primero, al grito de "¡Abajo las
murallas!", lanzado por los progresistas del bienio liberal de 1854-56,
construyó la ciudad modernista actual. Un siglo más tarde, con el crecimiento
económico y la llegada masiva de inmigrantes de toda España se planteó el
dilema de Gestión o caos (título de un influyente documento del Círculo
de Economía del año 1972). La respuesta fue la creación de la Corporación
Metropolitana de Barcelona en 1974, instrumento indispensable para planificar,
coordinadamente con el resto de municipios vecinos, las infraestructuras de uso
público de la Gran Barcelona.
La llegada de la democracia y el nuevo poder
autonómico tuvo un efecto inesperado. Las nuevas élites políticas nacionalistas
vieron en la Gran Barcelona un obstáculo para la construcción de la identidad
nacional catalana. Un contrapoder para el nuevo poder de la Generalitat. Por
eso Jordi Pujol suprimió la Corporación Metropolitana en 1987. De aquellos
polvos, estos lodos.
El nuevo poder autonómico avivó, además, intereses
territoriales contra Barcelona. La norma electoral, en la medida en que
favorece la representación política del territorio, ayudó. La procedencia
geográfica de los miembros de los gobiernos de la Generalitat es un reflejo.
Las políticas de infraestructuras otro. Barcelona quedó desatendida. El minitrasvase del Ebro del año 1981 destinado a apagar la
sed de Tarragona se quedó a una escasa docena de kilómetros de la tubería que
llega a Barcelona. Hasta hoy ningún partido se ha atrevido a defender ese
pequeño enlace. Todo por el miedo a perder un diputado territorial. Es un
ejemplo. Hay otros.
Además, a Barcelona le han perjudicado las falsas
ideas de la izquierda socialista y verde sobre el crecimiento, las
infraestructuras y el medio ambiente. La creencia de que se puede mejorar el
bienestar y el crecimiento sin impactar en el medio ambiente. Que para asegurar
las necesidades de Barcelona no hacían falta nuevas infraestructuras, sino que
bastaba con mejorar la eficiencia en el uso del agua, la electricidad, o la
movilidad. Este pensamiento posiblemente estuvo influido por la perdida de impulso y de población que sufrió Barcelona en los
ochenta. Pero cuando volvió el crecimiento y la población volvió a aumentar,
esas falsas ideas bloquearon la acción.
Por otro lado, el uso corporativo de la lengua ha
obstaculizado la capacidad de Barcelona para atraer talento, un capital tan
necesario como las infraestructuras. No hablo del modelo de política
lingüística, tan válido y discutible como cualquier otro pero que no ha
generado problemas sociales significativos. No hay exclusión social por motivo
de lengua. Lo que ha habido es una utilización de la lengua por parte de las
nuevas élites políticas y burocráticas para reducir la competencia y reservarse
el acceso a los puestos de trabajo de la Administración, que es el gran
empleador de Cataluña: escuelas, universidades, sanidad, seguridad social,
cárceles, etc. Es ese objetivo corporativo, y no el de la defensa de la lengua
catalana -garantizada a través del sistema educativo-, lo que explica los
reglamentos lingüísticos restrictivos de acceso a empleos públicos.
Esto ha creado una imagen antipática del catalán. Pero
aún más importante es el corsé que eso significa para la llegada de nuevo
talento, necesario para el éxito de Barcelona. Imaginen qué sería del Barça si
tuviese que renunciar a traer a los mejores jugadores del resto de España y del
mundo porque no tienen el nivel C de catalán. O, sencillamente, si éstos no
quisieran venir por ese temor. Sería ilustrativo conocer a cuántos ejecutivos
consiguen retener las empresas catalanas cuando absorben a otras del resto de
España por el temor infundado a la lengua. O cuántos dejan de venir a nuestras
universidades, o se van de ellas. Éste es un corsé menos visible que el de las
infraestructuras, pero de igual importancia.
¿Cómo se rompen estos corsés que disminuyen el
bienestar y el crecimiento, además de deteriorar la imagen de Barcelona? En mi
opinión sólo con una gran catarsis política e ideológica. Pero esa catarsis
sólo puede ser provocada por una gran crisis. Por eso pienso que este annus horribilis de
Barcelona tendrá un efecto salutífero, al obligar a cambiar esas políticas e
ideas erróneas. No hay mal que por bien no venga. El dilema es, de nuevo,
gestión o caos. Pero para gestionar con visión de futuro la crisis actual de
Barcelona se necesitan, al menos, dos cosas adicionales.
En primer lugar, instrumentos de planificación,
coordinación y negociación entre todas las partes, como fue en su momento la
Corporación Metropolitana. Esos instrumentos pueden contribuir a crear una
nueva cultura y un nuevo tipo de proceso de decisiones en materia de
infraestructuras y medio ambiente. Después de varias décadas de democracia no
hemos cambiado en España el modelo de la dictadura: enviar, por las buenas, a
técnicos y máquinas, acompañados de una pareja de la Guardia Civil para
disuadir a los resistentes. Este modelo no funciona en sociedades libres,
democráticas, que practican el NIMBY (sí a las infraestructuras, pero not in my back yard!,
en mi patio trasero!). Una sociedad participativa y
compleja exige procesos deliberativos que ofrezcan buena información sobre las
diferentes alternativas y sus costes, y que oiga todas las voces e intereses.
En
segundo lugar, se necesita un sólido liderazgo político local. Barcelona logró
romper sus corsés y dar un salto adelante coincidiendo con fuertes liderazgos
políticos. Fue el caso del alcalde Porcioles en la
etapa de la dictadura y de Pascual Maragall en la democrática. Un liderazgo que
contribuya a convencer a todos los catalanes de que lo que es bueno para
Barcelona es bueno para Cataluña.