NOS FALTA UN ARQUITECTO

 

 Artículo de Tomás CUESTA  en “La Razón” del 09.06.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

En Cataluña, el «compromiso» intelectual ha sido, hasta tiempos bien recientes, un complemento del ático en Pedralbes y la masía ampurdanesa.

Conscientes de que papá se había puesto las botas durante la ominosa dictadura a fuerza de no sacar los pies del tiesto, los hijos de papá quisieron matar al padre y matar el gusanillo al mismo tiempo aplicándose una pomada leninista en las escoceduras de la mala conciencia. «El señoritu se ha hecho comunista», decía, con un punto de aprensión, la «minyona » gallega. «No se preocupe, Engracia, está en la edad, ya sentará cabeza», le respondía, «amb molt de seny», la señora, acomodándose las perlas, cual Mariona Rebull, camino de Liceo.

Después pasó que a algunos –como fue el caso del pobre niño rico Jaime Gil de Biedma– no les dejaron ingresar en el Partido no por burgueses sino por mariconcetes. Otros se patearon la herencia familiar, fundaron la «gauche divine» y, como entonces no existían oenegés, instituyeron la orden de «Bocaccio» para la redención de obreros. Hasta que se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó parar.

Sólo que en vez de Fidel era Pujol el que implantó el toque de queda en los cerebros: «Silencio en la noche, ya todo está en calma. El músculo duerme y la ambición descansa». Ni tan siquiera un tango: una canción de cuna capaz de amodorrar al más despierto.

Un cuarto de siglo de nacionalismo a troche y moche, de camelancias «Up & Down», de comeduras de coco a derechas y a «esquerras», ha convertido a Cataluña en un erial en el que no crecen más flores que las de invernadero. Por eso, el sonoro «¡Basta ya!» que un grupo de escritores catalanes –con el cómico más serio que ha dado este país, Albert Boadella, a la cabeza– no sólo resulta pertinente sino que le ha sentado

al tripartito como una patada ahí donde más duele. «Tu també, fill meu?», podría haber exclamado Maragall, en el papel de César «casolá », al asomarse al filo del ya famoso manifiesto.

«Lejos de nosotros la funesta manía de pensar», le dijeron a Fernando VII en la Universidad de Cervera y, hoy por hoy, en la abulia del oasis catalán, el pensar te hace reo de penas severísimas y suscita coacciones muy diversas. No te pegan un tiro, eso es verdad, pero te ningunean. Y los que anteayer mismo se atrevieron –bien por desesperación, bien por decencia– a dar un paso al frente, saben muy bien lo que les espera. Serán tildados de submarinos del PP, de compañeros de viaje del Imperio, de tontos útiles y, al cabo, de fascistas a los que habría que despenar en las cunetas. Tanto da que se proclamen izquierdistas, liberales,  mediopensionistas o internos. En este país, como se sabe, el progresismo se impone por decreto.

El tiempo establecerá cuál es la hondura y la extensión del movimiento. Si es un camino que conduce a alguna parte o es un gesto al estilo de Pavese. La prueba del algodón, en cualquier caso, será saber si un arquitecto tiene bemoles para sumarse al pataleo. Con uno solo que hiciera de hombre justo sería suficiente. Entonces, Maragall, estás jodido: el tripartito se queda sin cimientos.