TEORÍA DEL OASIS

 

 Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 15.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

No se trata de una broma, sino de un hecho confirmado: la Dirección General de Política Lingüística de la Generalitat ha examinado más de mil expedientes clínicos con el fin de saber si estaban redactados en catalán. La operación se confió a una empresa privada, y se llevó a cabo sin el consentimiento de los interesados. Está aún por dilucidar si se ha respetado el carácter confidencial de los historiales. En caso negativo, se habría incurrido en un delito grave. Se haya conculcado o no el Código Penal, el lance produce pasmo. ¿En qué estaba pensando el funcionario o el responsable político que encargó la pesquisa impertinente?

No creo que haya que partir los pelos por cuatro para dar con la respuesta. El botarate que autorizó la diligencia estaba cumpliendo con lo que entendía que era su deber. La Dirección General de Política Lingüística está animada de un espíritu equivalente al de las empresas soviéticas en los tiempos de los Planes Quinquenales. La consigna productiva consiste ahora en acrecentar por todos los medios el uso del catalán. En el patio de la escuela, en los hospitales, dentro de poco, en las casas de lenocinio. A mayor masa de catalán, más patria. O también a la inversa: cuanto menos castellano, más nación catalana. El arraigo en Cataluña del idioma común a todos los españoles estimula el celo de los inspectores lingüísticos. Conviene no descansar un instante, porque la realidad social es elástica y los ciudadanos de aquella región reincidirían en sus malos hábitos a poco que se les dejara sueltos. ¿Y los derechos individuales? Los derechos individuales son un espantajo, de modo parecido a como lo eran las necesidades del consumidor en Moscú hacia 1930. La clave no está en la gente sino en que aumente una cantidad abstracta, una magnitud.

No es raro que el proyecto de Estatut sistematice esta concepción de las cosas. El Estatut busca oficializar, poner de largo, lo que ahora se hace a la pata la llana o violentando la ley. Lo que sí intriga, es que la reacción social al dirigismo agobiante de la oligarquía política resulte tan débil. Se han desmarcado algunos intelectuales valerosos. Pero, de momento, no hay mucho más. ¿Cuál es la causa? Una hipótesis no descartable, es que a los ciudadanos de Cataluña no les enoja, en el fondo, el horizonte hacia el que están siendo propulsados. Existen, sin embargo, composiciones de lugar alternativas. Esbozaré dos, evidentemente complementarias.

Al revés que en otras regiones, la división principal en Cataluña no se da entre los partidos (el PP no cuenta), sino entre éstos y un electorado ahora pasivo, aunque potencialmente revoltoso. El cierre oligárquico se halla quizá vinculado a la memoria histórica: la revolución alcanzó en esa región, durante la República, una virulencia excepcional. Sea como fuere, el estrangulamiento del conflicto político no se ha verificado por los procedimientos clásicos. Cataluña no ha sido nunca Estado, y no ha dispuesto del monopolio de la fuerza. La especialidad de la clase política catalana ha sido el control social. Ello ha generado un espacio colectivo cóncavo: medios de comunicación, instituciones, autoridades morales, concurren en defender los mismos valores y en castigar las conductas disidentes. Sobre este retículo de tácitas inteligencias, ha brotado una flor única: el oasis catalán. El oasis catalán significa que uno se achicharra apenas se aparta un palmo de la sombra que sobre la arena dibujan las palmeras. Lo que, desde fuera, es percibido como resignación o acidia ciudadana, sólo es, bien mirado, capacidad de adaptación. Hay que ser un militante de la independencia personal, para ir siempre contra corriente. Y la gente es humana. O sea, se cansa. Prefiere trampear, antes que convertir su vida cotidiana en una novela ejemplar.

La segunda reflexión nos remite a la teoría de la Acción Colectiva y de los bienes públicos. Un bien es público, cuando no se puede dispensar a un ciudadano sin extenderlo a todo el mundo. Un ambiente puro, por ejemplo, es un bien público. La libertad política, es otro bien público. La teoría de la Acción Colectiva predice que usted preferirá no contribuir a la consecución de un bien público, si el impacto de su esfuerzo es mínimo. La predicción es enteramente razonable: el esfuerzo es seguro, el éxito dudoso, y el beneficio, independiente de que usted haya promovido o no el bien. Así que usted, ciudadano medio, se queda en casa. Las oligarquías fundan su predominio en esta lógica, demoledora desde el punto de vista estadístico. Veremos lo que el invento dura en Cataluña.