LABERINTOS

 

 Artículo de Álvaro Delgado Gal en “ABC” del 05.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Después de las últimas elecciones, la situación política en Cataluña sigue como siempre, sólo que un poquito más abollada. El PSC cosecha un mal resultado, pero no tan malo si se tiene en cuenta el contexto: pésimo balance de gobierno, un candidato pobre, y secuestro del Estatut por CiU gracias a las fintas y diabluras de Zapatero. CiU gana dos escaños. Ahora bien, lo hace en un momento irrepetiblemente favorable, y por tanto el avance es modesto, o mejor, melancólico. Más importante quizá: Mas ha desarrollado una campaña muy floja, y crece la sensación de que no tiene bulto para llenar el hueco que ha dejado Pujol. El PP sale airoso, aunque haya perdido un punto. No es fácil aguantar el tipo cuando te rompen la cara apenas la asomas por el vano de la puerta. Otros suben algo, otros bajan algo, y contra todo pronóstico, mete tres diputados en el Parlament un partido bisoño: Ciutadans. El resultado es meritorio por varios motivos, además de la bisoñez. Uno, es la menguada financiación. Otro, el hecho de que los medios de comunicación locales habían decidido ignorar la existencia de la formación hasta última hora. ¿Qué ha provocado que el partido de Rivera haya obtenido, pese a todo, cerca de noventa mil votos? La repuesta, en mi opinión, es sencilla. Precisamente por su índole marginal, Ciutadans ha dicho con gran desahogo cosas que mucha gente estaba deseosa de oír. Aparte de esto, parece que Rivera da bien, en la acepción concreta que este concepto recibe en el mundo del marketing político. Se han puesto las semillas de algo que a lo mejor crece y se convierte en un árbol. Lo comprobaremos relativamente pronto.

La afirmación anterior de que la política catalana sigue como siempre, sólo que un poco peor, era lo que los ingleses llaman un «understatement». O sea, una verdad amortiguada. Leves corrimientos a la baja, en sucesión permanente, anuncian con frecuencia un cambio de fase. El Estatut, carta fundacional de la Cataluña nueva, se aprobó con una participación de menos del 50% sobre el censo electoral. El miércoles pasado, la participación fue excepcionalmente baja -la segunda más baja de la democracia en aquella región-, y el 2% de votos en blanco supuso un récord histórico. Es evidente que crece la descoordinación entre la clase política y la sociedad.

Es evidente, también, que la clase política no tiene tiempo ni paciencia para reparar en estas menudencias. Lo primero es lo primero, o sea, apañar una mayoría en el Parlament. La gran pregunta, en este instante, es si Zapatero podrá imponer al PSC la solución que más le conviene a él y más conviene a CiU: un acuerdo entre ambos partidos para que Mas ocupe la Generalitat. La plasmación precisa del acuerdo es importante, pero menos, evidentemente, que el acuerdo mismo. Lo que sí es importante, es que este arreglo no es el que prefiere el PSC. Lo que quiere el PSC es reconstituir el tripartito y no verse alejado de una situación de preeminencia artificialmente acortada por Zapatero.

Pase lo que pase, se perfila la bronca en el medio o corto plazo. Si el PSC no da su brazo a torcer, se erige a ERC en dueña del campo. ERC, muy agraviada por la Moncloa, puede buscar un acomodo con CiU, y entonces tendríamos un gobierno puramente nacionalista en Barcelona y a un Zapatero en situación límite. Quiero decir, sin el apoyo, en el Congreso, de CiU ni de Esquerra. Esto sería bastante explosivo. Los analistas concurren en considerar más probable la reedición del tripartito. No sería un desenlace tan malo para Zapatero, pero seguiría siendo bastante malo. Perdería el arrimo automático de CiU y se haría manifiesto que ha dejado de mandar en Cataluña.

La fórmula socioconvergente, la más cómoda en el corto plazo para Zapatero, encierra costes solapados, aunque en absoluto pueriles. Alimentaría el resentimiento del PSC, largamente maltratado por el PSOE. Y, sobre todo, expondría a Cataluña a una ruptura de sus ya precarios equilibrios internos. La socioconvergencia representa el equivalente regional de una gran coalición, y las grandes coaliciones sólo se justifican en sazones de gran crisis y de una concomitante gran política. De lo que se trata ahora, por el contrario, es de juntar garbanzos para ir tirando. No hay un proyecto, una idea ambiciosa. Un fracaso de los socioconvergentes dejaría a Cataluña sin alternativas... ortodoxas. El oasis se convertiría en el campo de Agramante.

Una última observación: la cansina victoria de Mas ha devaluado al PP en Cataluña. No porque el PP haya fracasado, sino porque el hombre que necesita notarios para que crean lo que dice -y ni siquiera con ésas-, se ha quedado demasiado lejos de los sesenta y ocho escaños que aseguran la mayoría absoluta. Esto complica la estrategia de un avenimiento con CiU después de las generales, en la hipótesis, claro, de que el partido de Rajoy consiga ganar las elecciones por mayoría simple. Al PP le faltarían cromos que intercambiar con los convergentes. Todo se va enredando, en un país cada vez más laberíntico.