CUATRO VERDADES DESNUDAS SOBRE LA VIOLENCIA SOCIALISTA EN CATALUÑA

 

 

 Artículo de José Javier Esparza  en “El Semanal Digital” del 13.10.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Ni grupos antisistema ni radicales incontrolados. La coacción contra la derecha en Cataluña ha sido obra de quienes ocupan el poder. La prensa adicta, claro, culpa a la víctimas.

13 de octubre de 2006.  Viejo sistema: pedrada en el ojo del vecino, cortina de humo, mucha escandalera y, al final, la culpa la tiene el apedreado. Como en 1931. ¿Nos dejarán decir cuatro verdades?

Una: Lo que ha pasado es gravísimo, pero no tanto por los hechos como por los autores. Es grave que se golpee y hostilice a los representantes de un partido cualquiera, pero es mucho peor que la agresión sea ejecutada por militantes cualificados del partido en el poder. Porque eso debe quedar claro: esto lo han perpetrado los socialistas catalanes –ellos mismos lo han reconocido-, no "grupos antisistema". Achacar las violencias a "grupos antisistema" es un expediente que resulta muy posmoderno y tal, pero es simplemente falso. No puede considerarse "antisistema" a los cachorros de partidos con representación parlamentaria y mando en plaza; menos aún a las juventudes del partido más poderoso del país. Eso de los "antisistema" fue rápidamente deslizado por terminales próximas al poder para que la prensa comulgara con ruedas de molino. Pero no, no: estos de Martorell no son "los antisistema"; estos de Martorell llevan muchos años siendo el sistema en Cataluña y desde hace dos años y pico son el sistema en toda España. Para ser más precisos: hace tiempo que el sistema recurre a las tácticas de los antisistema. Justamente por eso el asunto es tan grave. No estamos ante un problema de orden público, sino de intolerancia política en sintonía con el poder. Un altercado urbano es un problema pasajero; una estrategia deliberada de violencia política ya son palabras mayores. Y si la violencia sale del partido que manda, hay razones para tener el hacha a mano.

Dos: La culpa de esto la tiene ZP. ¿Por qué tanto complejo a la hora de decir las cosas como son? El mejor modo de no resolver un problema es enfocarlo siempre de manera equivocada. La frivolidad campanuda de algunos comentaristas que reparten culpas aquí y allá, como para ponerse au dessus de la mêlée –y, de paso, intentar cobrar de varias cajas-, es de una irresponsabilidad repugnante. Lo que estamos viendo es el resultado de una política deliberada de criminalización del PP, especialmente en Cataluña, pero también en otros lugares; una política que forma parte del proyecto general del Gobierno Zapatero, que nació antes de las elecciones de 2004, que estalló –y no de forma espontánea- en la jornada del 13-M y que ha seguido sin interrupción desde entonces. Ahora los socialistas pueden rasgarse las vestiduras y expulsar al pobre diablo que convocó a los agresores (¿le habrían expulsado sin unas elecciones autonómicas encima?), pero conviene enumerar las cosas que han pasado en dos años y medio: sedes de la derecha asaltadas e incendiadas, militantes de la derecha detenidos ilegalmente (y los policías, condecorados), resurrección virtual del Frente Popular, incesante propaganda de odio contra la derecha… El viento ha soplado siempre en una dirección, no en la contraria. Ésa es la pura verdad.

Tres: Ya hemos pasado antes por aquí. La atmósfera de estos sucesos es la misma que se respiraba en 1931: agitadores de izquierda, amparados, estimulados o tolerados por el poder, hostilizan a las derechas ante la complacencia general de quienes mandan; acto seguido, la barahúnda mediática del poder acusa a las víctimas de provocar la violencia. Es la siembra de la guerra civil, formal o larvada. ¿Asusta? Sí, bueno: hay quien piensa que hoy estamos demasiado gordos para saltar parapetos. No, ciertamente, el comunista Llamazares, que ha hablado muy clarito hace pocos días. Concedamos, sin embargo, que estamos gorditos. Pero nadie desconoce las virtudes adelgazantes del odio. Bocas calientes como José Blanco encienden la caldera y nunca faltan voluntarios para dejarse quemar. La cosa es muy simple: si uno lanza todos los días el mensaje de que el enemigo no merece vivir, no cabrá extrañarse de que alguien empuñe una pistola. Y ¿quién podrá llamar "incontrolado" al pistolero?

Cuatro: La legítima defensa es un derecho irrenunciable. En la Historia en general, y en la nuestra en particular, cada vez que alguien ha rehusado repeler una agresión no ha logrado aplacar la violencia, sino, al contrario, ha hecho que los violentos se crezcan. Es también una cuestión de credibilidad política: si uno renuncia a defenderse, difícilmente podrá inspirar confianza a quienes demandan protección.

Por supuesto, no faltará quien juzgue estas consideraciones "demasiado agresivas". Para ellos, una cita tópica de Spengler: el pacifismo significa dejar a los no pacifistas la iniciativa de la acción.