UN LIDER Y UNA CLASE POLITICA A LA ALTURA DE SU ESTATUTO

 

 Editorial de  “El Mundo” del 18.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Lo sucedido en Cataluña en las últimas 72 horas podría inspirar un buen vodevil, con algunos toques melodramáticos, de los que tanto éxito tenían antes en El Paralelo.

El protagonista de la pieza sería, sin duda alguna, Pasqual Maragall, que, tras su empeño en remodelar el Gobierno sin consultar a su partido, se encontró ayer con una nota de repudio de la dirección del PSC.

«La remodelación del Gobierno no es hoy ni necesaria ni oportuna», afirma esa nota que, después de afearle que no informara a sus colegas, desautoriza su pretensión de fondo. La respuesta del PSC se suma a las de ERC e ICV, sus dos socios, que también se han sentido contrariados y engañados por la forma de comportarse de Maragall.

Artur Mas arremetió también contra el presidente de la Generalitat, subrayando que se siente «avergonzado» porque Cataluña está dando un espectáculo digno de una «república bananera». Y así es, ya que resulta insólito en una democracia parlamentaria que el partido tenga que enmendar la plana públicamente a su líder y explicarle cómo tiene que ejercer sus funciones institucionales.

Más allá de la pretensión de nombrar conseller a su hermano Ernest, nadie se explica a estas horas las razones de Maragall para intentar cambiar el Gobierno en vísperas del debate político que se inicia hoy en el Parlamento catalán y en un momento en que el tripartito sufre durísimas críticas fuera de Cataluña por el nuevo Estatuto.

Era la ocasión para cerrar filas con ERC e ICV y ganar tiempo hasta que el temporal amainase. Pero Maragall se ha conducido como un perfecto irresponsable, corroborando su historial de frivolidad y su fama de personaje de rasgos caóticos.

Otro dirigente político habría presentado la dimisión ayer mismo, aunque sólo fuera para salvar la cara y forzar una corriente de solidaridad en su partido. Pero Maragall va a fingir que no ha sucedido nada, como cuando intentó mirar para otro lado al filtrarse que Carod-Rovira, entonces número dos del Gobierno tripartito, se había entrevistado con miembros de ETA en el sur de Francia.

Maragall es el fiel reflejo de una clase política autocomplaciente, sin rumbo y fundamentalmente irresponsable de sus actos. Y el Estatuto es el producto de esa clase política que no ha vacilado en plasmar en ese texto una serie de privilegios para Cataluña sin medir la reacción en el resto del Estado.

Pero el Estatuto va mucho más allá de definir a Cataluña como una nación, de blindar sus competencias frente al Estado y de diseñar un sistema fiscal insolidario y egoísta. Es además un bodrio jurídico, lleno de contradicciones y redundancias, que aspira a regular hasta los ámbitos más personales del individuo.

 

Maragall, el Estatuto y la clase dirigente catalana -salvo muy dignas excepciones- no son el producto del azar, sino la consecuencia de un nacionalismo narcisista, que ha ignorado las críticas internas y ha ido perdiendo todo contacto con la realidad exterior a Cataluña.

El episodio del Carmelo, el escándalo de las comisiones, el esperpéntico viaje a Israel y la fotografía de Maragall con la selección de hockey en Macao son un retrato de este Gobierno tripartito, obsesionado por los símbolos y por alimentar ese rentable victimismo que tan buen resultado le dio a Pujol.

Maragall y sus socios no habrían podido ir tan lejos sin el apoyo de Zapatero, que no sólo ha respaldado al líder del PSC sino que además le ha ayudado a sacar adelante su Estatuto, a sabiendas de que era inconstitucional. Es el precio que ha tenido que pagar por los favores que le debe a Maragall y por los escaños de ERC en Madrid. Zapatero está hoy preso de esta alianza que le puede llevar a un completo desastre.