DISOLUCIONES

 

 

 Artículo de Xavier Pericay en “ABC” del 27.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Habrá que estar atentos al 19 de junio de 2006. Según todos los indicios, ese día puede empezar un vasto proceso de disolución. Entre las disoluciones seguras y las más que probables, muchos catalanes pueden despertarse ese día más ligeros que de costumbre, con la sensación de que por fin corre el aire, de que el ambiente ha dejado de tener la insoportable pesadez de los últimos tiempos.

Entre los que se van a disolver sin duda alguna -así lo han prometido, al menos-, están los de la plataforma Estatut Jo Sí, que esta misma semana se ha presentado en sociedad. Por si no conocen la iniciativa, ahí van algunos datos. La puesta de largo: en el Teatre Nacional. El perfil de los promotores y adherentes: representantes de la sociedad civil catalana, es decir, hombres y mujeres que durante todos estos años han vivido, directa o indirectamente, del erario público -en su vertiente autonómica, por descontado-. Las razones de estos ciudadanos para promover el sí: el nuevo Estatuto supone «un paso importante en el reconocimiento de las aspiraciones nacionales de Cataluña» y se enmarca «en la mejor y más comprometida tradición del catalanismo».

Claro que esa disolución prometida para el día siguiente de la celebración del referéndum sobre el Estatuto podría quedar en nada de no producirse aquel mismo día otras disoluciones, como consecuencia de los propios resultados de la consulta. Si la suma de la abstención, por un lado, y de los votos negativos, en blanco o nulos, por otro -o sea, de la más profunda indiferencia, por un lado, y de cualquier forma de participación que no refrende con su voto el texto sometido a plebiscito, por otro-, si esta suma, digo, supera claramente el número de sufragios afirmativos, el Estatuto podrá considerarse disuelto. Aunque haya sido aprobado con todas las de la ley, ningún gobierno tendrá suficiente autoridad moral para aplicarlo. (Y no digamos ya si sobre este texto pende, como es de prever, la amenaza de una futura sentencia adversa del Tribunal Constitucional.) En 1979, cuando se sometió a referéndum el proyecto de Estatuto de Sau, un 88% de los catalanes que acudieron a las urnas votaron a favor, lo que equivalía en aquel entonces a un 52,5% del censo electoral. En estos momentos, según permite entrever la intención de voto declarada en la última encuesta realizada por la propia Generalitat, el número de ciudadanos dispuestos a dar el sí no supera el 30% del censo electoral. Es verdad que todavía falta mucho para el 18 de junio. Y que entre lo que falta está la campaña. Pero ni por esas. Suponiendo que la presión institucional llegara a movilizar a muchos ciudadanos que a día de hoy se abstienen, y suponiendo aun que esos ciudadanos se inclinaran mayoritariamente por el sí, no hay duda de que el resultado seguiría estando a años luz del que arrojaron las urnas en 1979.

Y la disolución del Estatuto va a conllevar, claro, la de su principal valedor. A estas alturas, el futuro del presidente Maragall puede considerarse más negro que el carbón. Incluso si el hombre se obstinara en seguir después del batacazo plebiscitario y su partido, así en Cataluña como en Madrid, se lo permitiera -lo cual, francamente, está por ver-, no parece que una candidatura encabezada por el ex alcalde de Barcelona vaya a tener muchas opciones en los nuevos comicios autonómicos previstos para otoño. En efecto, ¿cómo puede aspirar a renovar la confianza de sus electores un político que no ha hecho otra cosa a lo largo de su mandato que elaborar un nuevo Estatuto, y encima ha sido incapaz de lograr que, a la hora de la verdad, una mayoría de los ciudadanos creyeran en el texto propuesto y lo refrendaran con su voto?

Se acercan, pues, unos meses apasionantes. Los catalanes tienen por primera vez ante sí la posibilidad de renovar su clase política. O, como mínimo, de empezar a renovarla. La primera cita es el referéndum. Luego vendrán las elecciones autonómicas. Lo único que cabe lamentar de la situación presente son los tres años de agonía que la han precedido. De agonía y de vergüenza. Que aunque para algunos esa vergüenza haya sido ajena, lo ajeno es siempre un reflejo de lo propio. Y ahí duele, claro.