DÉFICITS Y VIRTUDES DE LA CULTURA CATALANA

 

 Artículo de Xavier Pericay en “ABC” del 05.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Lo dijo el otro día Ferran Mascarell, consejero de Cultura de la Generalitat, durante la presentación a la prensa del germen de programa para la Feria Internacional de Frankfurt de 2007, cuya invitada de honor, como todo el mundo sabe, es la cultura catalana: «Queremos que se vea una cultura fuerte, actual, con sus déficits y virtudes, con un sector editorial de dimensión internacional, y eso sin esconder la realidad». Me parece fantástico. De verdad. Dejando a un lado lo de la fortaleza, difícilmente evaluable, dudo mucho que pueda formularse un propósito más limpio, más transparente, más honrado. Como diría el hombre de la calle -y un consejero que se precie aspira siempre a expresarse como un hombre de la calle-, es lo que hay. Y punto.

¿Y qué es lo que hay? Pues eso: una cultura con sus déficits y sus virtudes. Por supuesto, no vamos ahora a analizar, uno por uno, estos déficits y estas virtudes; sería el cuento de nunca acabar. Si les parece, vamos a hacer algo más útil, como es ceñirnos a la premisa mayor. Por dos razones: porque de ella se deriva todo lo demás y porque el propio consejero, en su exposición de las grandes líneas del programa, la ejemplificó admirablemente. En efecto, según Mascarell, a Frankfurt van a ir, por un lado, 200 escritores en lengua catalana y, por otro, un número indeterminado de escritores, que tanto pueden expresarse en catalán como en castellano. La distinción en dos grupos de escritores no es baladí. Los pertenecientes al primero, el que tiene número y una sola lengua de expresión, asistirán a la Feria invitados por el Institut Ramon Llull y por la Institució de les Lletres Catalanes. Es decir, por la Generalitat. Es decir, por todos ustedes. Irán, en definitiva, a cargo del erario público. Los pertenecientes al segundo, el que no tiene número ni lengua de expresión predeterminados, asistirán a la Feria invitados por las editoriales. Irán, en definitiva, a cargo del presupuesto privado, y sólo si la solicitan y la Administración considera adecuado concederla, dispondrán en según qué casos de una ayuda pública.

¿Puede pedirse al consejero mayor transparencia? Lo dudo ¿Puede exigírsele mayor sentido de la realidad? Difícilmente. Y es que la frontera trazada en el cuerpo expedicionario, en lo que a lenguas y subvenciones se refiere, responde con una precisión envidiable al perfil sociolingüístico de Cataluña tras casi tres décadas de nacionalismo gobernante. Piensen tan sólo en el campo de la enseñanza: una enseñanza pública y gratuita donde no hay más que una lengua, el catalán, y una enseñanza privada y de pago donde con un poco de suerte pueden cursarse los estudios en ambas lenguas oficiales o en aquella que los padres decidan escoger para sus hijos -eso sí, en cuanto aparece por medio la subvención, como es el caso de la escuela concertada, se acabó la libertad lingüística-. Pues lo mismo ocurre en el campo de la literatura. A un lado, la literatura institucional, monolingüe, reglada, protegida, cebada, a la que sólo falta poner la barretina de rigor; al otro, la literatura efectiva, verdaderamente existente, bilingüe, regida por la ley de la oferta y la demanda, y que no tolera más vara de medir que la que pueda aplicarle, libremente, cada lector. Por supuesto, ello no significa que en el primero de los dos grupos no vaya a figurar algún escritor estimable o que en el segundo no pueda colarse algún indeseable -literariamente hablando-; claro que sí. Significa, tan sólo, que el segundo es el único con algún peso en el mundo. Es decir, fuera de Cataluña.

Pero, como les decía al principio, eso es lo que hay. Y el consejero, en el fondo, se ha limitado a tomar una decisión que estuviera en consonancia con la realidad que el nacionalismo ha establecido por estos pagos. Por algo es consejero del Gobierno. De haber obrado de otro modo, de haber dado a los escritores en castellano el mismo marchamo institucional que a los escritores en catalán, habría demostrado dos cosas: que está dispuesto a plantar cara al nacionalismo y que está dispuesto a dejar de ser lo que es -o sea, consejero-. Y no me negarán que tanto lo uno como lo otro es mucho pedir.