ESTATUT: UNA SALIDA DIGNA

 

 Artículo de Pablo PLANAS en “La Razón” del 18.12.05 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Entre la estabilidad del Gobierno central o el de la Generalitat, el PSOE ha optado por dejar que el tripartito se disuelva en sus propias contradicciones.

Si hay Estatut, el nuevo documento tendrá tan poco que ver con el urgente redactado del Parlament que difícilmente será asumido por CiU y ERC. Si no hay Estatut, habrá elecciones anticipadas en Cataluña, en un escenario propicio para que Convergència recupere el poder.

En cualquier caso, el listón de las competencias del Estado está bastante más alto de lo que Zapatero ha dado a entender en los tres últimos meses. No es más que el tramo entre las palabras y los hechos y mientras el presidente del Gobierno patrocinaba las ambiciones nacionalistas, los ministerios de Economía y Justicia preparaban un Estatut alternativo, de carácter funcional, muy alejado del tono federal, neoconstitucional y «sostenible» que le confirieron en origen Carod o el propio Pasqual Maragall.

Según el acuerdo entre ERC y el PSC, el Estatut era la estación término para los socialistas y un punto de partida para los republicanos, una combinación muy difícil de digerir cuando el asunto se contemplaba desde los laboratorios de análisis político y económico, tanto de Madrid como de Barcelona. Como en todos los procesos políticos complejos, ha sido más eficaz el método Solbes que el de los barones socialistas para frenar una propuesta que si bien no suponía la ruptura del modelo territorial español aportaba las claves y palancas necesarias para un sistema federal que en la práctica sólo otorga a España el papel de escena compartida pero perfectamente prescindible. Y si la aproximación de Solbes y López Aguilar al Estatut ha sido más eficaz que la de los barones, qué decir sobre la rabia indocumentada de articulistas y tertulianos. Sus severas predicaciones han contribuido a dar carta de naturaleza al victimismo que exhibe Carod-Rovira, han agrandado la brecha entre Cataluña y el resto de España, han puesto en la picota al PP de Cataluña por fijar unos ritmos y unos modos razonables contra el Estatut y, por si no fuera suficiente, es dudoso que hayan influido en el vuelco demoscópico que también está detrás del giro socialista en Madrid frente al Estatut, el tripartito y la alianza con ERC.

El verdadero momento clave (hasta ahora) del Estatut fue la confrontación dialéctica entre Zapatero y Rajoy cuando el Estatut fue admitido a trámite en el Congreso. En esa sesión, el líder del Partido Popular defendió, sin alardes retóricos ni insultos, los dos aspectos esenciales que debería reconocer el Estatut para ser aceptado como una propuesta leal (con el Estado, pero también con los ciudadanos) del Parlament: el resto de las Comunidades no pueden ser menos (ni más) que Cataluña en términos fiscales y España es una nación, no una simple realidad administrativa. Esos dos fundamentos no son incompatibles con la legítima ambición del Parlament.

Colisionan, eso sí, con la intención de ERC de provocar la independencia de Cataluña de manera gradual. A la firma del Pacto del Tinell, el PSC (y por contagio, el PSOE) extendió la versión de que la integración del independentismo en las tareas del Gobierno de Cataluña contribuiría a limar sus perfiles más ásperos y a dotar a ERC de unas competencias con las que superar su primitivismo ideológico. Tal vez algo de eso ocurrió con Joan Puigcercós (no así con sus compañeros en Madrid Tardà y Puig), pero Carod-Rovira, verdadero referente republicano, más que renunciar a su disco duro ha empleado su papel arbitral en la política catalana y en la española para «normalizar» el independentismo y avalar la teoría del diálogo con ETA. Y en la medida en que a eso se contrapone un españolismo esencial y rancio; el aspaviento, una tronada hidalguía y determinadas portadas sobre lo que ocurre en Cataluña que asombran e indignan a los lectores catalanes, se aprecia con mucha más claridad el papel moderador de Rajoy, de Solbes, de Piqué, de Bono y de cuantos han tratado de abordar la discusión sobre el modelo territorial de España con distancia intelectual, claridad de conceptos y sin más pretensión que dar una salida coherente y democrática a un proceso estatutario que si se reconduce no será precisamente por las «aportaciones» del periodismo madrileño en su versión más castiza o por las llevadas a cabo por el sistema de medios de la Generalitat, en manos de ERC y que ha dotado a algunos informadores de una «conciencia» nacional que es ajena a cualquier conato de crítica interna.

Ocurra lo que ocurra antes del 27 de diciembre, ahora es tiempo de analizar las recomendaciones del empresariado catalán, valorar la propuesta de Solbes y hacer balance de los jirones que ha provocado una de las más duras confrontaciones políticas, periodísticas y económicas (al margen del País Vasco) que han ocurrido en España desde 1978.