AVE MADRID-BARCELONA

 

(Tragicomedia de dos décadas)

 

Informe de Clemente Polo

 

11 noviembre 2007

 

El 5 de noviembre publicaba Cinco Días la siguiente noticia sobre RENFE:

La operadora tradicional de servicios de ferrocarril, Renfe, no para de repetir a quien quiera oírle que no es culpable sino víctima en la situación de caos que afecta a los accesos a Barcelona por ferrocarril durante los últimos meses, y muy en especial, durante las dos últimas semanas.

Según la ley ferroviaria en vigor, la empresa que preside José Salgueiro es un simple operador de servicios. No tiene la menor responsabilidad en los problemas de la infraestructura que, como consecuencia de la construcción de los accesos del AVE a Barcelona, afectan a tres de las seis líneas de cercanías, a los servicios de larga y media distancia y que, finalmente, han terminado por repercutir en Ferrocarriles de la Generalitat.

Tras el estallido final de la crisis ferroviaria catalana, Renfe ha comenzado a echar cuentas. Al margen del grave deterioro que la situación provoca en su imagen de marca, calcula que el coste económico de la gestión del conflicto se aproxima a un millón de euros cada día. Y la sangría no para aquí porque los cortes entran en su tercera semana.”

Resulta evidente para cualquier observador desapasionado que la  causa principal del actual caos ferroviario y sus secuelas hay que achacarla a la ejecución de las obras de la línea de alta velocidad o, más exactamente, al singular trazado elegido para su triunfal entrada en Barcelona: aeropuerto del Prat, estación de Sants y, finalmente, tras perforar con un túnel el subsuelo del ensanche barcelonés, morir en la estación de la Sagrera, a la espera de completar algún día el tramo que conecte Barcelona con la frontera francesa. Al buscar responsabilidades sobre lo que está ocurriendo precisamente en el tramo final de acceso a Barcelona -sin duda, un desaguisado que está afectando muy seriamente a la vida de decenas de miles de usuarios de cercanías y, por el efecto de los vasos comunicantes, a los usuarios de autovías y autopistas-, no podemos olvidar la génesis del peculiar trazado y la superficialidad de los argumentos con que los políticos catalanes de todos los colores lo impusieron a la cúpula del Ministerio de Fomento.

Cualquier obra de envergadura, como lo es sin duda la construcción de un tren de alta velocidad, conlleva afrontar problemas técnicos muy complejos y numerosos imprevistos durante la ejecución de las obras, tantos más cuanto más complicado sea el trazado elegido para satisfacer las exigencias de políticos sin escrúpulos que ven la ocasión que ni pintada para ponerse algunas medallas y, de paso, poner también en marcha operaciones urbanísticas de incalculable valor y elevada rentabilidad tanto para algunas empresas bien conectadas con las Administraciones como para los políticos responsables de adjudicar las obras.

Ante los graves hechos que se han producido en las últimas meses en Barcelona, uno no puede sino preguntarse, ¿cómo personas adultas y en su sano juicio pudieron alguna vez llegar a pensar que el trazado del AVE desde el Prat a la estación de Sants, centro neurálgico de casi todas las comunicaciones ferroviarias de cercanías, regionales y de largo recorrido de Barcelona, podría ejecutarse sin provocar innumerables estropicios en la red ferroviaria, causar más accidentes laborales de los necesarios y generar una verdadera sangría para las arcas públicas de España y de la UE que financian el 38 y el 62 por ciento, respectivamente, de los 10.800 millones de euros que se estima va a costar la magna obra?

Si el objetivo principal del proyecto era conectar las dos ciudades más importantes de España, Madrid y Barcelona, y ésta última con Francia, ¿por qué no se eligió un trazado con menos complicaciones técnicas y más liviano para los sufridos contribuyentes europeos y españoles? ¡Pues porque para los políticos catalanes era imprescindible que pasara por el aeropuerto de Barcelona! ¡Porque para esos políticos era inaceptable que se construyera una estación nueva en las afueras de Barcelona como se pensaba hacer en Guadalajara, Zaragoza y Tarragona! ¡Porque para esos políticos perforar el subsuelo de Barcelona y remodelar la estación de La Sagrera constituía y constituye una oportunidad inigualable para hacer negocios inmobiliarios en Barcelona!

Vayamos a los hechos. El primer trazado del AVE propuesto por el Ministerio de Fomento el 30 de agosto de 2000 preveía la entrada en Barcelona por Hospitalet hasta la estación de Sants, para dirigirse luego a la estación de Sagrera utilizando el túnel existente bajo la calle Aragón. La propuesta fue, sin embargo, rechazada de plano por todas las fuerzas políticas catalanas. En efecto, unas semanas más tarde (El Mundo, 19 de octubre 2000), el Sr. Clos, destacado dirigente del Partit del Socialistes de Catalunya, alcalde de Barcelona en ese momento y hoy Ministro de Industria, Comercio y Turismo del Gobierno de España, aceptaba la oferta del Conseller de Política Territorial de la Generalitat, Sr. Macias, para presentar una alegación conjunta de todas las Administraciones catalanas al proyecto del Ministerio, siempre que se ajustara a las varias condiciones impuestas por el Ayuntamiento barcelonés: que el tren parase en el aeropuerto; que el acceso se realizara por la zona Franca; que el puerto estuviera conectado con la frontera mediante vía de ancho europeo; y que la estación central fuera la de Sagrera.

Para rematar la faena, Clos difundía la insidia de que la razón por la que Fomento se resistía a llevar el AVE al aeropuerto “podría ser que Madrid todavía no tiene esa infraestructura”, y añadía a renglón seguido que temía que la decisión se retrasara hasta que se construyera “el nuevo aeropuerto de Madrid en Campo Real”, que sí contaría con ella. Una vez más, encontramos a los políticos catalanes ocupados en urdir fantasías paranoicas e inventar agravios inexistentes en torno a Madrid para intoxicar a los sufridos ciudadanos catalanes y enfrentarlos con otros españoles. Recordemos, por lo demás, que se trata de los mismos políticos a los que se les hundió el túnel del Carmel, los mismos que gallardamente no encontraron razones para dimitir entonces y hoy reeditan un gobierno vergonzoso, con los mismos hermanos, sobrinos, cuñados y primos en nómina.

Unos meses después (El Mundo, 16 febrero 2001), el Ministerio de Fomento claudicaba, se plegaba y aceptaba la exigencia del President Pujol y toda la clase política catalana para que el trazado del AVE hiciera un bucle y llegara al aeropuerto de Barcelona, con un coste adicional que los medios cifraban entonces en 16.000 millones de pesetas, para luego seguir hasta la estación de Sants situada en el centro de la ciudad de Barcelona. Un año después, el 12 de junio de 2002, el Ayuntamiento de Barcelona -gobernado por el Partit dels Socialistas de Catalunya, Esquerra Republicana de Catalunya e Iniciativa per Catalunya Verds-, la Generalitat de Cataluña -todavía gobernada por Convergencia i Unió- y el Gobierno de España -gobernado entonces por el Partido Popular-, firmaron el acuerdo para que el AVE cruzara la ciudad condal a través de un nuevo túnel que uniera las estaciones de Sants y la Sagrera. Y unos días después, el 28 de junio, los tres partidos que gobernaban el Ayuntamiento volvieron a votar, esta vez junto con los partidos en la oposición, Convergencia i Unió y Partido Popular, para acordar que el túnel cruzaría Barcelona bajo la calle Mallorca y pasaría cerca de la Sagrada Familia.

Pues bien, son estos políticos y partidos que impusieron el actual trazado, los únicos responsables intelectuales y políticos del actual desaguisado, los mismos que hoy claman al cielo, se rasgan las vestiduras, acusan poco menos que de sabotaje a las empresas constructoras, miran airados a Madrid exigiendo ¡cómo no! la cabeza de la Ministra y convocan a procesiones a sus fieles para exculparse de toda responsabilidad ante unos ciudadanos sufridos y confusos que nada recuerdan de lo acaecido hace unos años. ¡Cuántas toneladas de ineptitud, hipocresía y estulticia albergan juntos el Ajuntament de Barcelona y la Generalitat de Cataluña! Ineptitud, por lo demás, reconocida por uno de los protagonistas más importantes, el entonces alcalde de Barcelona, Sr. Clos, quién en una conferencia dictada el 7 de noviembre de 2000 y tras alardear de su impericia técnica -«soy médico, no ingeniero, y soy alcalde, no ferroviario, por lo que hablaré de la ciudad, no de trazados»-, descalificaba el trazado del Ministerio de Fomento con estas palabras: “La impresión es que el trazado está destinado a optimizar las funciones ferroviarias pero no las urbanas”. ¡Y a quién le importa, verdad, que el proyecto de un tren de alta velocidad pretenda optimizar las funciones ferroviarias! Desde luego, un bledo le importaba al alcalde de Barcelona.

A ninguna persona verdaderamente preocupada por preservar el normal funcionamiento de los servicios ferroviarios en Barcelona y el bienestar de sus ciudadanos se le habría ocurrido a imponer un trazado tan complicado, caro y falto de toda justificación económica, como demuestra que ninguno de los aeropuertos de grandes ciudades como Berlín, Londres, Madrid, Nueva York, Los Ángeles, París, Roma o San Francisco, cuenten con terminales de alta velocidad. ¡Qué mentes privilegiadas imaginaron que una obra de semejante envergadura podía ejecutarse sin interrumpir servicios ferroviarios vitales para miles de personas y alterar gravemente su vida cotidiana durante semanas!

No cabe terminar esta crónica de urgencia sobre la tragicomedia de dos décadas de desatinos sin resaltar que el caos ferroviario únicamente se ha desatado en los últimos Km. de la ingente obra, precisamente en la aproximación a Barcelona. Se produjeron, es verdad, algunos socavones en las proximidades de Zaragoza, pero sin apenas consecuencias, pues el AVE no llegaba a la estación de El Portillo que continuaba funcionando con toda normalidad. Ilustrativo resulta también como los habitantes de un pueblecito, Fuentes de Ebro, en las proximidades de Zaragoza lograron que la línea no atravesara las tierras de regadío y transitara por las de secano para evitar serios perjuicios económicos a sus habitantes. ¡Ojalá en Cataluña hubiera habido políticos tan sensatos como los habitantes de Fuentes de Ebro, políticos que hubieran antepuesto los intereses de los usuarios de servicios ferroviarios a los faraónicos planes de remodelación de Barcelona!