HISTORIAS DE SEDUCCIÓN 

 Artículo de VICTORIA PREGO  en “El Mundo” del 03.10.05


 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 Artur Mas, objeto principal de la seducción programada, se ha alzado al final con el triunfo - Fue Castells, no Zapatero ni Maragall, el único que se opuso sin éxito a las exigencias de CiU - El Gobierno no sabe dónde va a encontrar los votos que necesita para poder modificar el Estatut

  
Esto ha sido cosa de un cortejo entre tres personajes que ha acabado con un solo triunfador. No ha sido cosa de los partidos dirigidos por ellos. Ni en el PSOE había el menor interés en promover las reformas estatutarias que han acabado en esta pieza tremenda; ni en el PSC existía el menor deseo de que el Estatut saliera adelante en las condiciones que hoy conocemos; ni en el seno de CiU había la menor voluntad de poner en manos socialistas un regalo así. «Ni la Ejecutiva de CiU ni el grupo parlamentario» confesaba un diputado horas antes de que Mas y Maragall alcanzaran el acuerdo, «estamos a favor de dar salida a este Estatut. No queremos entronizar al tripartito ni a ZP. Y yo, personalmente, me niego a aceptar esa idea de que la mejor Cataluña empieza ahora, con la llegada de Maragall».

En los partidos, pues, nada de nada. Donde sí existía un interés extraordinario en sacar este asunto adelante era en las cabezas de dos de los tres hombres que han protagonizado el desastre: Pasqual Maragall y José Luis Rodríguez Zapatero. Artur Mas, que era el objeto principal de la seducción programada, se ha sumado a la operación muy a última hora y sólo cuando vio que podía ser él quien se alzara con el triunfo. Y eso es lo que ha hecho.

Pero quien ha impulsado de una manera definitiva e irremediable este proceso estatutario que llega a las Cortes con tan malos presagios es el mismísimo presidente Zapatero. Fue él quien al final del verano anunció a los miembros de su Gobierno que, a partir de ese momento, iba a pilotar personalmente y en exclusiva esas negociaciones. En un impulso impropio de alguien consciente de las propias limitaciones y de los riesgos de una negociación que traía el cariz que traía esto, el presidente vino a decir algo así como «dejádmelo a mí, que esto corre de mi cuenta».Por eso cogió el teléfono el pasado lunes 19 por la mañana y llamó al líder de Convergència i Unió: «¿Puedes venir esta tarde a La Moncloa?».

Pudiera o no, Artur Mas se las ingenió para poner rumbo a Madrid por la vía más rápida, que de momento sigue siendo el inevitable y nada discreto puente aéreo. El presidente le había pedido discreción total. Mas acudía, pues, a una reunión secreta. Tan secreta era la operación encanto que Zapatero se disponía a hacer con Mas, que no lo supo absolutamente nadie. Ni Montilla, ni Iceta, ni siquiera Maragall ni nadie del PSC. Ni Rubalcaba, ni Pepe Blanco ni nadie del PSOE. Ni Durán Lleida, ni Pujol ni nadie de CiU.Mas viajaba solo, de incógnito, y esperanzado. «¿Tú crees que yo no he hecho esfuerzos, y que me he ido a Moncloa en secreto para ver al presidente para nada? No. Yo quería un Estatut, pero no cualquier Estatut».

Sin embargo, hélas, el secreto se quiebra porque Joan Puigcercós y varios diputados más de ERC viajan en el mismo avión y todo acaba por descubrirse, aunque eso no sucederá hasta dos días más tarde. Pero ese lunes, en la conversación ultrasecreta que Mas celebra con el presidente, el líder de CiU saca la clara impresión de que la voluntad de Zapatero de alumbrar el nuevo Estatuto es máxima. ¡I tant!, como dicen los catalanes: «Yo le explico que para que nosotros le diéramos respaldo, tendríamos que plantear un Estatuto de máximos. Y él 'lo entiende'. Aunque queda claro que eso ya se arreglará después, en Madrid». Lo que Zapatero no le dice es cómo piensa que se va a arreglar, pero el hecho es que éste es el sugestivo mensaje que el líder de CiU recibe del presidente.

No tiene nada de extraño, por tanto, que el miércoles 21, cuando ya la entrevista en Moncloa es un secreto a voces y cuando Durán Lleida le ha telefoneado varias veces para saber si lo que se dice en el Congreso es verdad o es mentira, Mas explique primero a Durán por teléfono y después personalmente a Pujol, en el despacho de éste en Barcelona, a las diez de la noche, lo siguiente: « Por primera vez veo una luz, veo una posibilidad de acuerdo».

¿Por qué dice eso Artur Mas? Por dos razones. La primera, porque Zapatero le ha dejado claro algo tan decisivo como que «entiende» que se apruebe un estatuto de máximos, «incluso inconstitucional», como asegura un interlocutor directísimo de todo este proceso.Y segundo, porque, més a més, el miércoles por la mañana, Mas se ha reunido con Pasqual Maragall, a quien le ha presentado su propuesta de financiación y, después de una larga discusión, Maragall - que ya conoce lo de la entrevista secreta del lunes con Zapatero- le ha dicho que sí, que lo acepta. Es decir, que el miércoles 21 el presidente de la Generalitat da luz verde a una propuesta de CiU que era «tanto como pedir la luna», como reconocía hace meses el propio líder convergente. Mas pidió la luna. Y se la dieron.

¿Cómo, en esas condiciones, Artur Mas no le va a decir a Pujol que ve la luz y que «Maragall me acepta mi propuesta de financiación con la condición de que se le puedan introducir pequeños retoques y que se le quite el nombre de 'concierto'»? ¿Y cómo no se le va a quedar «cara de tonto» cuando el jueves 22 vuelve a acudir a La Moncloa, esta vez en coche, después de haber hablado con Pujol y de haber llegado a Madrid a las cuatro de la mañana, y se encuentra con que de lo dicho no hay nada? Pero es que lo que ha pasado en el ínterin no es que Zapatero se haya negado a las pretensiones de Mas y se lo haya hecho saber. No. El que se ha echado las manos a la cabeza cuando ha sabido a qué clase de propuesta ha dado Maragall su nihil obstat ha sido el conseller de Economía, Castells, «que se puso como una fiera con Maragall y por eso Maragall se desdijo».

El caso es que en la reunión, de nuevo secreta, del jueves por la tarde en La Moncloa entre Zapatero, Maragall -que también había hecho el viaje en coche para evitar ser descubierto- y el propio Artur Mas, éste último se siente como «un invitado de piedra porque Maragall no dice allí: 'presidente, Mas y yo tenemos un acuerdo'. No dice nada de eso, y yo, al final, me voy por donde había venido». Se va, pero no sin antes decirle al presidente que «esto no era lo acordado». A lo que Zapatero no responde. Y esto, que no le dé respuesta, también es significativo.

En definitiva, los únicos que le dicen a Artur Mas que no admiten lo que propone, son Castells y los dirigentes del PSC. Pero ni Maragall ni, lo que es mucho más grave, el presidente del Gobierno, le hacen la más mínima indicación de rechazo. El se da cuenta de que, lleve lo que lleve al Estatut, Zapatero lo va admitir, porque lo que busca de manera prioritaria es salvar la existencia del tripartito y, por tanto, salvar la suya propia. Y el seducido pasa entonces a dominar a sus seductores.

Pero ahora viene la segunda parte. Los «retoques» a los que se ha referido la vicepresidenta van a tener que ser mucho más que eso. A este Estatuto que llega a las Cortes no se le puede hacer un estilismo tipo top model y asunto concluido. No. Esta va a tener que ser una operación de cirugía mayor. El problema es que no es posible llevarla a cabo. El Gobierno no dispone de los votos que necesita para abordar la operación que está prometiendo en público.

Y, puesto que el PSOE no tiene mayoría en la Cámara, la pregunta es: además de la invitación, o incitación, a CiU para que se lanzara a la estratosfera de sus exigencias con tal de sacar el Estatuto como fuera, el presidente no tiene previsto con qué votos va a contar para aprobar esos «recortes» que van a tener que ser más bien amputaciones ¿Es que piensa contar para esta operación con los votos de ERC? ¿Cree que le va a apoyar en el acto quirúrgico el PNV? ¿Quizá espera el apoyo del BNG? ¿O cuenta con que sea la propia CiU la que le saque del atolladero? Si fuera esto último, cobraría todo el sentido lo que un muy destacado diputado socialista le dijo muy seductoramente al portavoz nacionalista catalán en el Congreso: «Esto va a salir, aquí lo vamos a arreglar y tú me vas a ayudar a que se arregle». Claro que eso fue varios días antes de que nos viéramos obligados a pasar tan abruptamente de las musas al teatro.