UN BALÓN DE GOL

 

 Artículo de Victoria Prego en “El Mundo” del 19.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Una vez aprobado el Estatuto, la prioridad inmediata de Artur Mas es la de romper cuanto antes el tripartito - CiU cree que podrá gobernar con apoyo de los socialistas y sueña con firmar un 'Pacto del Majestic 2' - El PSC hará lo imposible por evitar un gobierno de CiU y buscará repetir como sea el acuerdo con ERC e IC

 

 

Vayamos avanzando un pronóstico, puesto que ya es inútil insistir en el diagnóstico. Y el pronóstico es que los más importantes efectos políticos del nuevo Estatuto de Cataluña, que pasado mañana quedará definitivamente aprobado por el Congreso, no se van a ver hasta dentro de muchos años. Quiere eso decir que cuando se convoquen las próximas elecciones, el presidente del Gobierno podrá sostener sin recato y sin mentir que, como podrá comprobarse, España no se ha roto y todo sigue igual. Y todavía será verdad, pero sólo todavía. Porque la otra verdad es la que reconocen los nacionalistas sotto voce cuando se les plantea una cruda consideración de lo sucedido: «Hombre, la verdad es que sí, que hemos metido un buen gol». Un balón que, de momento, no va a entrar por la escuadra para encajarse violentamente en la portería, sino que se va a quedar suspendido en el aire hasta que nos acostumbremos a verlo ahí, en silencio, a punto de entrar, entrando finalmente despacito hasta la red. Gol.

Pero ahora los partidos catalanes tienen otra prioridad, que es la de exprimir cuanto antes el rédito político del nacimiento del nuevo Estatuto. Lo que es la disputa de la autoría del gol en sí mismo. Por eso, desde esta misma semana se va a recrudecer de manera intensísima el acoso político al que CiU tiene sometido al presidente de la Generalitat. No ha cargado CiU con todo el peso de la negociación y con las más llamativas renuncias sobre el texto original para que venga ahora Pasqual Maragall a ponerse las medallas. Así que, a partir de la semana que viene, la federación nacionalista se va a emplear en repartir mandobles en dirección al tripartito con el objetivo de quebrarlo. Lo que CiU necesita imperiosamente ahora es forzar unas elecciones que le permitan rentabilizar el éxito de haber conseguido -con la impagable ayuda del presidente del Gobierno- un nuevo Estatuto. Y, para eso, va a encender todos los focos sobre la debilidad de Maragall y va a azuzar el enfado de ERC.

El segundo de sus propósitos se lo está poniendo el PSOE en bandeja: a la deslealtad que supuso dejar tirados en mitad del viaje a los republicanos que les habían seguido como corderos durante toda la legislatura, los socialistas han añadido ahora su nula disposición a ceder en lo que ERC necesitaba para justificar in extremis su apoyo al Estatuto. Pero resulta que cuanto más se enfadan los de ERC más se alegran los de CiU. Todavía hoy cuentan regocijados cómo, tras conocerse el pacto entre Zapatero y Mas, el diputado de ERC Joan Tardá expresó a otro parlamentario en el avión que les traía de regreso de China, su satisfacción porque lo sucedido iba a impedir que en su grupo triunfaran los partidarios de apoyar el Estatuto. «Qué suerte», dijo Tardá al conocer el alcance del pacto. «Ya me veía con Puigcercós votando que sí».

La manifestación del pasado 18 de febrero en Barcelona, por ejemplo, que supuso para los republicanos un éxito indiscutible, gustó mucho al nacionalismo moderado porque eso radicaliza a los líderes de ERC. «Las encuestas que tiene CiU», dice uno de sus diputados, «dicen que Esquerra puede pasar en las próximas elecciones de 23 escaños a 30. Nos conviene mucho, porque la radicalización de ERC facilita la ruptura del gobierno en Cataluña. Prefiero que tengan 30 diputados sin capacidad de influir, a que tengan 15 y sean determinantes».

A los socialistas catalanes les molestan extraordinariamente las conclusiones de un análisis que supone una amenaza directa a la supervivencia del gobierno. La situación es tal que los dirigentes del PSC han pasado de declararse públicamente hartos de Maragall a no considerar siquiera la posibilidad de hablar de cambiar de candidato. Están dispuestos a defender hasta el final la plaza sitiada del gobierno. Y ahí va a estar el pulso político de los próximos meses porque éste de la quiebra del tripartito es, cada vez con mayor intensidad, el objetivo de Mas y los suyos, que ya se han contado su particular cuento de la lechera en los términos que siguen:

«Lo previsto por nosotros», explica un dirigente de la federación, «es que después de las próximas elecciones gobierne CiU, bien en coalición con el PSC o bien con su apoyo externo». En ese caso, y dado el estado en que ha quedado el patio político en España después de este revolcón estatutario, los nacionalistas tienen previsto un esquema de actuación de perfil muy bajo. «Somos conscientes de que ahora mismo el desprestigio de la causa catalana en el resto de España es un hecho, así que a partir de ahora lo que hay que hacer es lanzar constantes mensajes de calma y tranquilidad. Y, si gobernamos, nos vamos a pasar los siguientes cuatro u ocho años hablando de otras cosas: de carreteras, de infraestructuras, de inmigración...».

Pero el cántaro de leche se rompe en cuanto se escucha el análisis de los socialistas e, incluso, de miembros del PP catalán: «A los de CiU les han engañado. Nunca jamás van a gobernar con el PSC, ni dentro ni fuera del gobierno», explica crudamente uno de los hombres de Piqué. «A poco que los socialistas tengan la posibilidad de reeditar el tripartito, lo harán». No va a pasar el PSC, dicen, por la humillación de cederle la Generalitat a Mas y encima apoyar su gestión. «En realidad», dice el diputado popular haciendo a su vez su propio castillo en el aire, «la única posibilidad que Artur Mas tendría de gobernar, si no ganara por goleada, sería precisamente la de pactar con nosotros».

He aquí un segundo cuento de la lechera pero, antes de seguir adelante, hay que decir que los contactos entre CiU y PP no se han roto y que siguen abiertos los cauces por si acaso hiciera falta recomponer a toda prisa los puentes ahora volados. Y, como la realidad en lo que al PP se refiere es mucho más amarga que la de CiU, en este caso el cántaro de la lechera se rompe antes incluso de que el cuento se abra por la página primera.¿Es que los populares todavía creen que les va a ser posible mejorar sus posiciones en Cataluña? «No», reconocen. Ya no aspiran a casi nada. «En Madrid se está haciendo un discurso tan catastrofista que nos hace perder la razón que tenemos. Y en Cataluña mucho más. La realidad es que ahora mismo en Cataluña al PP se le ignora políticamente».

Sea como sea, el hecho es que a estas alturas, con el Estatuto ya aprobado en todo su articulado, con la cuestión del aeropuerto fuera del texto y únicamente pendientes ya de la inclusión del Preámbulo famoso en el que queda dicho y fijado para la Historia que Cataluña es una nación, los dirigentes de CiU consideran que están ya fuera del peligro de muerte política que les ha atenazado desde que pedieron el poder. Y es ahora cuando se muestran dispuestos a reconocer que este desdichado episodio político es la historia de una carrera desenfrenada en la que cada uno ha estado corriendo más, a ver quién llegaba más lejos sin preocuparse en absoluto del resultado final de la apuesta.

«Nosotros hemos estado desde el comienzo entre la espada y la pared» reconoce uno de los dirigentes de CiU, «y aún lo estamos.¡Pero si todavía el presidente Maragall nos reprocha que el término nación no vaya en el articulado o que el pacto con Zapatero estuvo mal planteado! Ha sido esa presión la que nos ha llevado a defender cosas que, en otras circunstancias, jamás habríamos planteado».Y aquí cuenta el diputado una historia ilustrativa del formidable desnorte padecido por los socialistas catalanes, faltos de una guía política sólida que les haya dicho hasta donde se podía llegar. La escena que sigue se desarrolla en junio de 2005, en vísperas de la primera reunión de la Ponencia.

«En aquella reunión preparatoria, los del PSC nos dijeron que lo de meter el término nación en el Estatuto estaba cantado, que no habría el más mínimo problema, que eso era pan comido.'¡Vosotros no tenéis ni idea de lo que ha cambiado España!', nos decían. '¡Es que el país se ha dado la vuelta completamente con el gobierno socialista!'. Todo lo que estaban dispuestos a concedernos era que quizá hubiera alguna dificultad para incluir el derecho de autodeterminación. Nada más». Cuando uno de los jóvenes convergentes fue a contarle a Jordi Pujol lo que decían los vincitori de la nueva era, el viejo líder nacionalista enarcó las cejas: «¿De verdad te han dicho esto?» respondió incrédulo.Y así fue como empezó todo.