CUANDO ESQUERRA HACE MEMORIA

 

 Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 24.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Era en nombre de una consumada simetría como ERC escatimaba ayer el valor activo de la Corona en la jornada tan amarga del 23-F. Desde luego, no se esperaba menos porque para el partido de Carod y Puigcercós hacer memoria consiste en deleitarse en una versión más o menos actualizada de los instintos asamblearios del «anarquista de Terrassa» que Cambó tenía por el prototipo de la Cataluña autodestructiva. Es voluminosa la desproporción entre la memoria colectiva de la república como caos y la realidad temporal de una Primera República que dura once meses y una Segunda que aguanta cinco años -descontada la Guerra Civil-. Pero para eso está ERC: la memoria de unos contra la memoria del otro. Políticamente, así es como adquieren dimensión las antítesis de la cordura.

Vemos cómo, para la izquierda, la devolución del castillo de Montjuic a la ciudad de Barcelona es una oportunidad paradigmática para incidir una vez más en el maniqueísmo histórico. Esa lóbrega ciudadela desde la que el Estado ha ido bombardeando sistemáticamente la urbe inocente y pacífica devino en los últimos tiempos el arcano arquitectónico del franquismo siniestro. Allí fue fusilado el presidente Companys en una escena de escalofrío. Lo que busca olvidar el ayuntamiento tripartito de Barcelona es que, durante la Guerra Civil, Montjuic fue una de las cárceles más infames del territorio republicano, de donde se salía para ser fusilado por el simple hecho de tener una opinión, llevar corbata o ir a misa, mientras ERC tenía el gobierno de la Generalitat. Ese caso concreto pudiera llevarse «ad infinitum» porque el caos, la represión y la persecución religiosa fueron del más alto grado en aquella Cataluña.

Algunas personalidades de ERC hicieron lo posible por salvar esta o aquella otra vida humana, pero el conjunto resulta ser de una irresponsabilidad política tan elevada que hubiese merecido, en compensación, un «mea culpa» u olvidarse de unas siglas políticas de tan poca gloria y tanta pena. Incluso al folclorismo republicano se le puede pedir cierto pudor. Al analizar las virtudes y los vicios de Cataluña, el historiador Vicens Vives criticó el «revolucionarismo infantil antihistórico» y la confusión romántica entre Historia y poesía: «Historia apologética, de una parte; Historia resentida, por otra».

En realidad, es postulable que, en general, Cataluña tuvo en la singladura monárquica moderna un trato mejor que el obtenido en las singladuras republicanas, sea la república sinalagmática de Pi i Maragall o el azañismo. Ahí concuerdan las encuestas porque el grado de respeto de la sociedad catalana a la institución monárquica se mantiene invariable -o incluso incrementado después del 23-F- y por encima de cualquier otro tótem de la tribu. No haría falta citar el entusiasmo de Joan Maragall en sus artículos de «De les Reials Jornades» cuando Alfonso XII visita Barcelona. Entonces la Lliga propugnaba cierto boicot a la visita y la acogida espontánea de la ciudad hizo que, con notable olfato político, Cambó optase por un acercamiento a la monarquía. Cierto que es de Cambó la exclamación accidentalista en el Congreso de Diputados: «¿Monarquía? ¿República? Cataluña». Pero no es menos cierto que, en cada crisis constitucional posterior, Cambó y la Lliga harán hasta el último instante todo lo posible para dar apoyo a la Corona.

Mientras tanto, con Macià, ERC estaba por una pintoresca lucha armada. Así, en virtud de un determinado genoma político, fue con Companys con quien ERC se embarcó en la absurda aventura de octubre de 1934, cuando la Generalitat que tenían en sus manos se rebeló contra el orden constitucional en un acto de golpismo rotundo. De todo eso, poca memoria histórica parece quedar en la ERC de hoy. Los malos, los represores, los golpistas siempre son los otros. Frente a la experiencia de la monarquía parlamentaria, ERC aporta una memoria trastocada. Es un método que suele usarse para que el particularismo prevalga sobre la concordia.