INCERTIDUMBRE Y SINSENTIDO EN CATALUÑA

 

 Artículo de Valentí Puig, escritor, en “ABC” del 12.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

... La «pitarresca» Esquerra Republicana no da ni para el papel de Bruto, pero sus huellas dactilares están en la daga. Y así las cosas irán a peor, en un Estado lastrado por la disfuncionalidad de un nuevo estatuto de autonomía de Cataluña que pocos anhelaban...

LA concatenación inconsecuente de acontecimientos en Cataluña tiene los síntomas de una irreflexiva hiperactividad política, pero en realidad corresponde a una parálisis. Aunque en primer término de la espuma impura flote siempre la irresponsabilidad de Esquerra Republicana, la inconsistencia es prácticamente general. Episodio tras episodio, ha entrado en barrena todo un «establishment» político-institucional interconectado por las líneas transversales del nacionalismo y tan dócil ante la autocomplacencia particularista. Hace años, tuvo crédito la tesis de las dos Cataluñas, la de los juegos florales y la del «xaronisme», que es una suerte de chabacanería correspondiente a la idiosincrasia del «caganer», esa figura del pesebre navideño que aparece defecando en el instante en que se produce el mayor acontecimiento de los últimos dos mil años.

En el teatro chusco y vulgar de Pitarra -seudónimo de Frederic Soler- culminó aquel «xaronisme», pero en realidad entraba en vías subterráneas para reaparecer de vez en cuando, como ahora. Esquerra Republicana siempre ha preferido a Pitarra frente a los órdenes y el civilismo de lo que fue luego el «noucentisme». Servidumbre del sainetismo sin grandeza. Incidentalmente, aunque al final buscase fama en los juegos florales, Pitarra era más bien anticatalanista, como lo es en no poca medida el partido asambleario de Carod-Rovira. Ahora reaparece el «xaronisme» como forma política y caen en picado los vestigios del «noucentisme» civilista, con exigencia de las cosas bien hechas, con voluntad culturalista. En Cataluña lo que la Constitución de 1978 fundamentó ha sido puesto en cuestión por un balbuceo dialéctico, por una conjura electoralista y varias incursiones en el archivo de un ateneo republicano-federal para desempolvar el repertorio «xaró».

Interludio entre un proceso estatutario sin sentido y la oclusión de mayores incertidumbres, el referéndum del «Estatut» va a magnificar y dar más intensidad a todos los elementos de irracionalidad que ya habían ido posesionándose de la escena política catalana. Prácticamente ningún partido está en condiciones de asegurar cuál será el voto de su clientela habitual. Por ejemplo, habrá votantes de CiU que darán un voto de castigo el tripartito de Maragall votando no al «Estatut»; votantes de Esquerra Republicana votarán sí aunque su partido propugne el no; por razones muy distintas, parte del electorado del PP votará sí a pesar de que el partido de Rajoy pida el no; no pocos votantes del PSC-PSOE practicarán la abstención, como es habitual en todo consulta autonómica, aunque Maragall necesite del sí por activa y por pasiva. En el caso del voto socialista, una incógnita reside en el grado de implicación que Rodríguez Zapatero -quien dijo que le iba bien cualquier nuevo estatuto que se le enviase desde Cataluña- decida asumir en la campaña del sí. Pase lo que pase, el día después no será una fiesta para Cataluña. El referéndum habrá banalizado para siempre el nuevo «Estatut». El grado de inmersión en el partidismo, la inepcia, el absurdo y un afán de poder lindante con el descaro y la obscenidad rinden un homenaje ante la estatua de Pitarra, abstraída ante el flujo multicultural de la Rambla. Excede cualquier límite del absurdo que el nieto de Joan Maragall le lleve flores a la tumba de Pitarra.

No es improbable que Cataluña se ensimisme políticamente en una situación reproductora en miniatura de algunas de las dislocaciones existentes en Bélgica. Los empresarios mirarán para otro lado y proseguirán defendiendo sus intereses, a veces con visión y otras veces en el definitivo cortoplacismo. La depreciación del capital simbólico del catalanismo habrá alcanzado su máximo. Las culpas siempre serán del Otro. Ni las glorias futbolísticas más excelsas podrían reemplazar el vacío que produce la pérdida de autoestima en el corazón del catalanismo menos particularista, más abierto. La sentimentalidad de Cataluña se hará cínica, por quebranto. Para después de unas elecciones anticipadas, el panorama probablemente será del todo vale, como el reparto de un botín, como en una cucaña. Será un dato para la melancolía creciente la comparación entre una Barcelona desalentada y un Madrid pujante, sobrecargado de adrenalina. El desencanto va por autonomías. La economía de Cataluña lleva tres años creciendo por debajo de la media española.

En su nuevo papel de augur «au dessus de la mêlée», Jordi Pujol está advirtiendo de que Cataluña no pasa por un buen momento y que eso provoca desgaste, cansancio y desorientación en la sociedad catalana. Piensa que algún día habría que escribir una tesis universitaria que explique qué ha pasado en Cataluña para llegar a la situación actual. Después del referéndum -dice Pujol- alguien habrá de decirle a los catalanes qué hay que hacer para superar el desgaste, recuperar la autoestima y la imagen «y que fuera de Cataluña nos vuelvan a respetar, pero, sobre todo, alguien habrá de hacer algo para que la sociedad catalana supere la perplejidad en que está sumida». Haría falta la capacidad de un gran profeta, y aun así, nadie es profeta en Cataluña. Por cierto: Pitarra decía que en cuestión de teatro es preferible un fracaso propio a un éxito ajeno.

A quien en algún lugar de España todavía pregunte: «¿y qué piensa la burguesía catalana?», no queda más remedio que decirle que ahí lleva tiempo colgado el cartel de cerrado por vacaciones. Ni los más voluntaristas tienen fuerzas como para mantener la ficción de una Cataluña que siga siendo ventana de España a Europa. Están puestos los visillos, y las persianas, cerradas. En Cataluña nada hoy es más importante que presidir el Barça. Esa es la anécdota: la tendencia es que el nacionalismo difuso y tentacular no está en condiciones de vertebrar nada, salvo si se instala en la demagogia de los movimientos antifiscalidad, al modo de Bossi en Italia.

Como en las hipótesis sobre «the day after» -después de una confrontación nuclear-, la corriente más central del nacionalismo catalán queda herida de muerte y eso involucra todo lo que ha querido significar el maragallismo y, en consecuencia, el vínculo PSC-PSOE. La herida es en gran manera autoinfligida. La «pitarresca» Esquerra Republicana no da ni para el papel de Bruto, pero sus huellas dactilares están en la daga. Y así las cosas irán a peor, en un Estado lastrado por la disfuncionalidad de un nuevo estatuto de autonomía de Cataluña que pocos anhelaban. Entraremos en un proceso de aún mayor litigación pública. Agotadas ya las posibilidades del folclore, el gran refugio para los contribuyentes catalanes será una vez más la gastronomía.