“LA INTERNACIONAL” EN EL MÓVIL

 

 Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 15.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Pretender todavía la superioridad ética y la hiperlegitimidad histórica de la izquierda es como emperrarse en llevar uno de esos peluquines resecos y alicaídos que nos dejan al descubierto cuando sopla la tramontana. A quienes acataron en actitud de genuflexión y ánimo compungido las broncas que el escritor Günter Grass periódicamente formulaba como conciencia moral de Alemania les habrá caído muy mal que su predicador fuera antes miembro de las SS fundadas por el hitlerismo. De tanto tardar en reconocerlo, Günter Grass ha tenido tiempo para obtener el premio Nobel de Literatura. La Academia sueca, tan políticamente correcta, no hubiese concedido el Nobel a un ex miembro de las SS convertido en escritor de izquierda con aspecto de leñador airado y tan sobrado de autoridad moral que incluso le daba lecciones tremebundas al canciller Kohl, el artífice de la Alemania unida. Por algo así no tuvo el Nobel el escritor Ernst Jünger, de mucha más grandeza y potencia literaria que Grass.

En una mañana de inicios de agosto, en la sala de espera «business» del aeropuerto de Barcelona, sonó de repente un teléfono móvil con el lema sonoro de «La Internacional». Ya pocos viajeros, como no sean los sindicalistas clandestinos del aeropuerto de El Prat, identifican esa charanga proletaria, tan sólo oficial en remotos países con poblaciones sin riesgo de excesos de colesterol. Atendió al móvil su dueño, identificable como personalidad del PSOE felipista, de viaje tal vez entre dos conciliábulos globales sobre el futuro del socialismo en un mundo que ya no reconoce los compases de «La Internacional» a no ser que los tararee Madonna. Como de repente Günter Grass revela la fraudulencia y decrepitud de lo que quiso ser espíritu incorruptible del SPD, «La Internacional» usada para sintonía de móvil tiene algo de cementerio de buques desguazados, ingentes acumulaciones de chatarra en alguna playa asiática. Son como lápidas resquebrajadas en un camposanto de símbolos históricos: el panteón de la derecha, para la economía planificada; el de la izquierda, el más tétrico, para la superioridad moral de la izquierda.

En los años sesenta y setenta, algunos progres con ánimo de «épater» tenían en casa algún disco de canto gregoriano como para dar a entender que la estética -incluso la de oscurantismo cristiano- les seducía de vez en cuando más que la ideología. Entonces también sonaba mucho el «Adagio» de Albinoni. A inicios del siglo XXI, la oficialización del socialismo como «status quo» consiste en hacer sonar «La Internacional» cuando te llaman por el móvil. En todo eso cuentan bastante las modas y, sobre todo, el peso de los mimetismos. Es como el cabello corto o largo. Ahora triunfan las cabezas rapadas y las gafas de sol ameboides. En los inicios del cristianismo, Ambrosio tuvo que dictaminar que había que llevar el pelo más largo en invierno que en verano. Siempre hubo estafas y falsarios. Máximo el Cínico, obispo de Constantinopla, fue inicialmente muy criticado por sus largos rizos, aunque gustasen a las damas, hasta que se descubrió que llevaba una peluca. Es más o menos lo que ha ocurrido con Günter Grass. Otro paradigma cae hecho trizas, después de haberse creído ser el faro tutelar de toda una sociedad, el guardián de la memoria. Guardián tan solo de la memoria del prójimo. Hay quien descuelga por internet «La Internacional» para darla por el móvil y luego le sale del álbum de su memoria perdida un himno de las SS. No vayamos a echar las campanas al vuelo quienes siempre sentimos cierta prevención ante la tosca superioridad de Grass y además nunca conseguimos llegar al final de sus libros. Son cosas de la naturaleza humana, cepos de la Historia, fallas tectónicas de la moral, sombras de la finitud existencial. Siempre le quedaría a Günter Grass la ocurrencia de donar para una buena causa el dinero que lleva ganado con el premio Nobel.