ENTREVISTA A  JORDI PUJOL,

 

por Valentí Puig, en “ABC” del 15.01.06

 

 Jordi Pujol: «Cataluña es España, pero lo es a su manera»

 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web.

 

  

Pujol mantiene la capacidad de lanzar mensajes múltiples para destinatarios heterogéneos. Casi siempre la astucia administra sus pausas y silencios. No poca parte de sus declaraciones a ABC se reconstituyen al instante como ficha movida en la actual negociación estatutaria. Seguramente le gustaría verse como el zaguero que acaba repartiendo la jugada final y libra todo el partido de tanto tacticismo

 

 

—Vemos muchos conciliábulos bilaterales y multilaterales, pactos de apariencia secreta, trucos semánticos, idas y venidas. A su entender, ¿qué habría que hacer para resolver bien la cuestión del Estatuto?

 

—Puedo dar una opinión de cómo veo las cosas, y sobre las perspectivas que puede haber, pero no sobre lo que los partidos catalanes deben hacer, ni particularmente sobre lo que debe hacer CiU. Porque no soy un político en activo, y no debo serlo.

 

—Dada por hecha la salvedad, ¿cómo ve la situación actual?

 

—Para Cataluña la veo mal. Independientemente de que haya o no Estatuto, creo que se dan muchas posibilidades de que para Cataluña el final sea negativo. Puede que para algún partido la perspectiva sea mejor, también para CiU. O que sea mejor para Rodríguez Zapatero o para sectores importantes de la política y de la opinión pública española, pero para Cataluña creo que las perspectivas no son buenas. De todas formas concedo un cierto margen a la esperanza, es decir, a un resultado realmente bueno para Cataluña. Primero, porque no sería la primera vez que finalmente las cosas se arreglan. Segundo, porque los catalanes tenemos la obligación de intentarlo hasta el final, y para ello necesitamos creer que aunque muy difícil es posible.

 

—¿Por qué razón todo esto puede terminar mal para Cataluña, haya o no Estatuto?

 

—Porque de las tres posibilidades es muy difícil que tal como están las cosas salga la única positiva para Cataluña —digo para Cataluña, no para el PSC o CiU o ERC—, que es un Estatuto realmente bueno en reconocimiento de la personalidad diferenciada de Cataluña dentro de España, en competencias y en financiación. De forma que se pudiese dar por terminado el pleito, por terminada la reivindicación. Y esto, repito, es el único final bueno para Cataluña. La peor posibilidad sería que se aprobase un mal Estatuto presentado como bueno. Y luego queda que no haya Estatuto y que la cuestión siga abierta. Llegado ese caso habría que analizar qué hay que hacer tanto en Cataluña como en el resto de España para evitar o limitar posibles repercusiones negativas.

 

—Pudiera ocurrir que no hubiese repercusiones graves…

 

—Tal como han ido las cosas ya es muy difícil que lo sucedido no tenga consecuencias negativas. Debo confesar que algunas de las cosas que han sucedido me han producido entre tristeza, frustración y enojo. Me refiero, por ejemplo, a la tremenda hostilidad, muy extendida, que ha habido respecto a Cataluña. Y conste que yo me esperaba algo de esto, incluso bastante de esto. Pero no tanto, ni sobre todo de una forma tan generalizada. Tan radical. Tan visceral en todos o casi todos los ámbitos y a todos los niveles.

 

—En realidad, ¿no cree usted que desde Cataluña tampoco las cosas se han hecho del todo bien?

 

—Seguro. Seguro que sí. No voy a entrar en aspectos de planteamiento o incluso en anécdotas en las que se pudo y se debió haber hecho mejor. Pero en lo fundamental Cataluña ha actuado correctamente. Muy correctamente. No ha habido ni violencia ni radicalización, se ha apostado constantemente por el diálogo y la negociación.

 

—Hubo informes jurídicos considerablemente reticentes…

 

—Se ha acudido constantemente al asesoramiento jurídico y constitucional, se ha cumplido la condición de una amplia mayoría —en realidad, muy amplia—, no se ha dejado en ningún momento de subrayar la voluntad de que Cataluña se responsabilice a fondo del proyecto español.

 

—¿Se refiere también a la posición del Gobierno tripartito que preside Pasqual Maragall?

 

—Ya le digo que no hablo como político en activo. En todo caso creo que la reacción es muy desaforada y que denota una profunda incomprensión hacia Cataluña. Y esto va a dejar secuelas no fáciles de remediar. Lo digo con tristeza.

 

—¿No será que en gran medida ahí juega el planteamiento del tema económico, el del reparto del dinero, en definitiva, el aquí y el más allá de la solidaridad?

 

—Sí, eso juega. Pero no sólo esto. Hay en la relación entre Cataluña y el resto de España algo más profundo que chirría. Algo que viene de muy lejos y que creíamos que ya no chirriaba tanto. Pero sigue chirriando, y mucho.

 

—Quizás no pocos creían que para eso estaba el pacto constitucional…

 

—Escuche, en el siglo XIX se hablaba (y hay mapas en los que esto se plasma) de que España se componía de la España llamada «uniforme» o puramente «constitucional» —coincidente básicamente con lo que fue la Corona de Castilla—, la foral, en aquella época se hablaba también de la colonial y «la España incorporada o asimilada», que coincidía con la antigua Corona de Aragón. Esta asimilación, por lo menos en lo que atañe a Cataluña, no se ha realizado. Cataluña es España, pero lo es a su manera. Con lealtad y sinceramente y seriamente comprometida en el proyecto español, pero sin dejar de ser Cataluña. No asimilada. Esto no ha sido nunca bien digerido por muchos españoles no catalanes. Parecía que con la democracia, Europa, el progreso económico y social y las autonomías —y, por cierto, a todo ello Cataluña ha contribuido en gran medida—, este déficit histórico de comprensión se superaría. No ha sido así. Y todos tendremos que preguntarnos por qué.

 

—Quizás por la reivindicación constante, por la reclamación económica.

 

—El desequilibrio de desarrollo económico ha creado problemas de estructura social, de mentalidad, etcétera. Y de nivel de vida. E incluso de recelos psicológicos por ambas partes. Pero, por otra parte, Cataluña ha sido un formidable motor de desarrollo español en lo económico, pero también en lo social y en lo político.

 

— ¿Cómo se explican entonces las acusaciones de victimismo?

 

—Escuche, lo que no se puede negar es que Cataluña ha hecho una contribución muy importante de signo solidario, aportando más al conjunto español, incluso mucho más, de lo que se recibe del Estado. Esto ha sido así desde hace mucho tiempo, especialmente con la democracia y el Estado de las Autonomías. Y desde Cataluña se propuso en la Transición que uno de los grandes objetivos españoles tenía que ser la lucha contra el subdesarrollo y el desequilibrio. Ni entonces ni ahora Cataluña discute que le corresponde ser donante, y donante importante. Pero discute, seriamente, el sistema y el volumen estructural de esta contribución.

 

—¿Por qué ahora de repente…?

 

—Mire, han pasado varias cosas. La primera, que la política de reequilibrio territorial durante los últimos treinta años ha sido un gran éxito. Ha habido y hay un gran progreso en las regiones con subdesarrollo. En varias de ellas ya no se puede en absoluto hablar de subdesarrollo. El cambio ha sido espectacular. ¿Gracias a qué y a quién? Pues, gracias a la política del Estado, gracias a las Autonomías y gracias a la gente de estas regiones. Pero todo ello enormemente estimulado por los fondos europeos estructurales y de cohesión y por la contribución procedente de algunas Autonomías con renta y PIB altos, con excepción de las forales. En el caso de Cataluña el déficit fiscal ha llegado a ser muy alto. Llega a frenar el desarrollo económico y también social de Cataluña. Esto es lo que, por diversos motivos, se ha exacerbado durante los últimos años. Y ahora es insostenible.

 

—¿Qué motivos?

 

—Primero, el déficit fiscal se ha ido acumulando. Uno puede tener un déficit fiscal un año o dos o tres, no siempre. Segundo, sobre Cataluña gravitan más y más serios problemas que antaño. La globalización, tal como se produce, afecta especialmente a los países con fuerte componente industrial. La exigencia de la competitividad es mayor para Cataluña, que con diferencia es la comunidad autónoma más exportadora de España. Tercero, los problemas urbanos adquieren cada vez más y más grave importancia, y Cataluña es un país de gran densidad urbana. Cuarto, la inmigración es un reto de mucha mayor trascendencia para Cataluña que para el resto de España y de más difícil manejo. Y podría añadir algunos motivos más. Pero finalmente en la reivindicación de mejor financiación y de revisión de los criterios que fijan la política de solidaridad hay una razón incluso ética, una razón de justicia.

 

—¿Mantiene usted que quien ahora tiene un deber de solidaridad es el resto de España respecto a Cataluña, y no al revés?

 

—Sí, pero hay que explicarlo bien. Cataluña debe seguir siendo donante, porque pese a todo tiene un PIB alto y un dinamismo propio notable. Pero todo el mundo está de acuerdo en que en toda España el progreso ha sido muy grande y que las regiones menos desarrolladas nada tienen que ver ya, afortunadamente, con lo que eran hace 25 o 30 años. De ello, y con razón, se enorgullecen no sólo presidentes de tantas Comunidades Autónomas sino su propia sociedad civil. Si todo ha cambiado tanto para bien, y en cambio una de las partes donantes, Cataluña, está seriamente amenazada de retroceso —y en algún aspecto ya en retroceso—, lo lógico es que no se sigan aplicando los mismos parámetros de hace 25 años. No es justo. Y no es eficaz, porque a pesar de todo para el progreso español la aportación de Cataluña sigue siendo de la máxima importancia. No es eficaz y no es solidario.

 

—Ese es un asunto resbaladizo, con toda suerte de estadísticas. Estamos entonces hablando de redefinir los parámetros de la solidaridad.

 

—Escuche. Insolidaridad es negar que, en primer lugar, Cataluña haya contribuido como el que más al progreso político, económico y social de España. Y en segundo lugar, que haya asumido un gran déficit fiscal durante muchos años hasta el punto de ser considerada por los expertos como la autonomía europea que más conjuga un gran déficit fiscal y unas infraestructuras estatales deficientes.

 

—¿Será eso más tenido en cuenta ahora, con o sin Estatuto?

 

—No lo sé. Algún signo ha habido, más que antaño, de reconocimiento o, por lo menos, de comprensión. Pero a la gente siempre le cuesta mucho admitir que llegó el momento de o no recibir ayuda o de recibir menos, aunque sea porque su situación ya ha mejorado mucho. En todo caso lo que desde Cataluña dicen la Generalitat y CiU de que la solidaridad ni puede ser indefinida en el tiempo ni puede ser siempre la misma, sólo puede ser rechazado desde una actitud de mal uso del concepto de solidaridad, de hecho, desde la insolidaridad.

 

—Sin nuevo Estatuto, ¿qué pasa?

 

—En lo estrictamente político, no lo sé. El quehacer político no es mi función de ahora. Si no hay Estatuto habrá que recapacitar. Bueno, esto habrá que hacerlo haya o no haya Estatuto. Porque deberíamos estar todos ciegos para no darnos cuenta de que hay algo en España que no funciona. Me dirán algunos que es en Cataluña donde hay las cosas que no funcionan. Algo de esto hay también. También de esto habrá que hablar. Pero también debe recapacitar España, en su conjunto económicamente boyante y en muchos aspectos emergente, pero agria y dividida. Y por otra parte un tanto alegre y confiada y, por lo tanto, con un cierto riesgo. Con una actitud y criterio negativo respecto a Cataluña. Esta España también debe recapacitar.

 

—¿Recapacitar sobre qué?

 

—Por ejemplo: ¿Cuál es finalmente el papel de Cataluña en España? ¿A qué puede aspirar? ¿Cuáles son las causas, antiguas y recientes, de tanto y tan generalizada hostilidad contra Cataluña? Y también España —repito, emergente y hosca— ¿hacia dónde camina?