EPÍLOGO PARA UNA CAMPAÑA DIFUNTA

 

 Artículo de Eduardo San Martín en “ABC” del 04.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Paso de puntillas por encima de los resultados de las elecciones catalanas y rescato algunas notas de la campaña que las precedió para componer este apresurado epílogo de uno de los ciclos políticos menos virtuosos de la historia reciente de Cataluña y de España.

Prima. El del Tinell no fue sólo un pacto poselectoral; se ha convertido en el síndrome de una forma de hacer política: la de la estigmatización y exclusión del contrario. Lejos ya el malhadado acuerdo por el que tres partidos llamados democráticos arrojaron al lazareto de los apestados al PP, el ejemplo ha cundido y ha rebasado la contingencia del momento para convertirse en una conducta política sostenida. La campaña catalana ha ofrecido muestras bastantes de esa transformación. Pero -quién lo iba a decir- ha sido el presidente del buen talante, el del pacto como aspiración de destino en lo universal, precisamente él, quien se sumara al pelotón de linchamiento en el último minuto del partido. «CiU se merece ocho años más de penitencia en la oposición». Bueno, vale. Pero, ¿por qué? «Por haber pactado durante ocho años con el PP». Acabáramos.

Es tanta la inquina contenida en esa frase que conviene someterla a la prueba de las preguntas cruzadas. ¿Merecía también Pujol haber pasado a la oposición por haber pactado en dos legislaturas con Felipe González? ¿No se arriesga el propio Zapatero a que un día alguien le diga que merece perder las elecciones por haber pactado con el PP, por ejemplo, la política antiterrorista? ¿Cómo quejarse de que el PP no se avenga a pactar con él si, según sus mismas palabras, ese es un estigma que convierte al que lo exhibe en una poderosa razón para que los electores lo repudien? Pero hombre, se me dirá, se trata de una esas expresiones que se utilizan en campaña pero que no responden a una convicción real. ¿Y es que la explicación arregla semejante memez? ¿Seguro que los votantes a los que se dirigía Zapatero la tomaron como una licencia electorera? ¿O no es más cierto que con tales expresiones se está contribuyendo a asentar en una parte importante de la opinión española la idea de que el PP no es un partido democrático y que, por tanto, contra él toda ofensa está disculpada?

Segunda. Mas apelaba en las horas finales de las vísperas electorales a «restaurar la dignidad de Cataluña ante España y el mundo». ¿En qué quedamos? ¿No eran unos reputados anticatalanes los (pocos) no nacionalistas que venían denunciando el ridículo al que se estaba exponiendo el principado por la caótica deriva de la política catalana de los tres últimos años? ¿Y ahora resulta que hay que restaurar una dignidad que sólo se habría perdido en la depravada imaginación de los antipatriotas? A pesar de esa recobrada lucidez de última hora, CiU también sufre del síndrome del Tinell. No firmó aquel pacto, pero inscribió en su libro de horas el anatema de la exclusión, y lo hizo además ante notario. Para que nadie lo olvide. Tampoco los excluidos.

Epílogo del epílogo. Zapatero tenía un designio para Cataluña. Lo tiene para casi todo. También para Madrid. Anda tan sobrado que confía antes en su providencialismo que en las virtudes de los candidatos que elige para batirse el cobre en la palestra electoral. No parece importarle un bledo que sus elegidos (siempre los elige él) sean grises como la ceniza o unos perfectos desconocidos. Puso a Montilla porque ya se encargaría él, José Luis Rodríguez Zapatero, de ganar las elecciones en Cataluña. Resultado: cinco escaños y cinco puntos menos. ¿La debacle habría sido peor sin su concurso? Nunca lo sabremos. Sí sabemos, en cambio, lo que ya sabíamos: que la voluntad por sí sola no resucita a los moribundos. ¿Es el fin de la baraka de quien, hace apenas seis años, era un oscuro e invisible diputado por León? Diagnóstico prematuro, tal vez. Pero nadie podría reprocharle a Miguel Sebastián que se fuera buscando otros apoyos en Madrid. Por si las moscas.