HAY VIDA AHÍ AFUERA

 

 Artículo de José A. SENTÍS  en “La Razón” del 08.06.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 El verdadero expediente X de la política en Cataluña desde la Transición consistía en saber si había vida

más allá de los estrechos límites del nacionalismo. La superioridad moral de esta noideología (sólo sentimientos) se justificaba en la diferencia entre un mundo perfecto (el suyo) frente a una tormenta

perfecta (el crispado y conflictivo resto de España). Un manto de silencio acolchó las conciencias. Los problemas, las crisis, la corrupción, fueron despachados con la abulia o, en casos flagrantes, con el recurso a la agresión foránea para desprestigiar el neoparaíso privativo de los patriotas autóctonos.

Decir que este escenario era de ficción es obvio, porque personas inteligentes lo han denunciado con largueza. Quizá el más lúcido haya sido Aleix Vidal Quadras, mi colega en estas páginas. Pero también otras voces independientes, más escuchadas fuera del Principado que dentro de él, como Albert Boadella.

Ellos eran la piedra que rebotaba en el estanque haciendo ondas efímeras. Lo cierto es que no dejaba de maravillar que personas estudiadas y viajadas, procedentes incluso de la izquierda antes internacionalista,

fueran progresivamente abducidas por la tentación particularista. Pero no eran éstos los ciudadanos de Cataluña, sino sus sedicentes líderes. Porque cualquiera que conozca a la sociedad catalana sabe que es en su conjunto culta, abierta, trabajadora, mixta, emprendedora y moderada. Justo lo contrario de lo que defiende el vertiginoso provincianismo de quienes la han gobernado.

Si el debate ahora está en los síntomas europeos de distanciamiento entre las castas políticas y los ciudadanos, el caso de Cataluña es paradigmático. Sus líderes son insolidarios; Cataluña, no. Sus líderes quieren poder; Cataluña quiere progreso. Sus líderes quieren coches oficiales con banderín de Estado; Cataluña quiere ser del mundo.

Los únicos catalanes que no saben que Cataluña es un orgullo para España son los que ahí mandan. Claro que su labor de zapa para hacerse imprescindibles es transformar poco a poco esta sociedad admirable con el adoctrinamiento de su juventud, la impostación del victimismo, el desprecio social a los disidentes, la agudización de las diferencias y la propuesta de una meta utópica que prolongue eternamente su ocupación

del poder y alimente sus sueños de grandeza.

Pero lo onírico sólo perdura en el surrealismo. Empezamos a ver que hay vida ahí afuera. Que arranca una rebelión cívica. Son los intelectuales, ya que no quieren serlo los políticos. Y no es la derecha nacional, sino la inteligencia transnacional.

La oligarquía nacionalista lleva treinta años intentando construir una sociedad de servidumbre para confinarla mental y culturalmente en los límites de la finca. Absurdo en un mundo globalizado, y más para la  espiritualmente global Cataluña. Nadie se extrañe, pues, de la revuelta espartaquista de los intelectuales.