ESCENARIOS POSTELECTORALES II: MONTILLA, EN LA OPOSICIÓN

 

La necesidad de cambio mantiene intacta toda su fuerza movilizadora, por lo que que la clave del éxito de Montilla es lograr transmitir que el partido ha cambiado. Sin embargo, dos meses es un tiempo muy corto para un objetivo tan ambicioso

 

 Artículo de Ramon Marcos, Pedro Gomez y Joaquim Molins en “El Mundo” del 26.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Aguas, a su cauce. 26 años y ocho meses después de que Pujol accediese a la presidencia de la Generalitat, su heredero oficial lo sucede.Éste es, sin duda, un escenario poselectoral verosímil. Tan verosímil, mucho nos tememos, como el escenario al que dedicamos el primer artículo de esta serie (Montilla, presidente, EL MUNDO, 13 de agosto de 2006). Imaginemos una victoria amplia, que impida cualquier posibilidad de construir una alternativa en torno al PSC. En ese supuesto, la abstención ha sido notable y el voto nacionalista es el que se ha sentido mayoritariamente concernido a participar en las elecciones. No sólo existe una mayoría en escaños, sino una importante distancia en los votos. Pongamos que el PSC obtiene entre 38 y 42 diputados, CIU entre 56 y 60 Bien mirado, si CiU recupera parte del voto nacionalista, de regreso de ERC, y acrecienta el voto moderado, haciendo gala de centralidad y apoyando al PSOE en las Cortes, su victoria no sería sorprendente.

 

¿Consecuencias en el electorado? Cabe suponer que, entre los votantes nacionalistas de centro-derecha, este retorno sería saludado con un respiro de alivio: vuelta al orden. Porque a fin de cuentas será fundamentalmente eso, el orden, junto a cierta tendencia a evitar el ridículo, lo que la Cataluña profunda habrá echado en falta durante la última legislatura. De lo demás habrán estado bien servidos, pues en tradicionalismo y folklore el tripartito ha aprobado con nota. Si entremedias de Pujol y Mas, para estos votantes, el noucentisme de Maragall quedará como un mal sueño, será por su exceso de rauxa y su falta de seny, no por otra cosa.Bien lo decía Francesc de Carreras: «El maragallismo es lo mismo que el pujolismo pero sin sentido común». La etapa que en noviembre dejaremos atrás no habrá cuestionado ninguno de los dogmas del nacionalismo. En cuanto alternativa al viejo ideario de Pujol, el tripartito no habrá alcanzado siquiera la categoría de paréntesis.Sin solución de continuidad, Mas podrá aplicarse en afianzar el proyecto de país que dibujó su mentor a principios de los ochenta, y para el electorado de esta formación conservadora, la diferencia con el pasado inmediato la marcarán, únicamente, las formas.

Entre los votantes que ansiaban un cambio, los sentimientos ante ese retorno a lo de siempre, aunque variados -oscilarán entre la decepción, la resignación y el enfado, según se entienda, respectivamente, que los prometedores del cambio no han sabido, no han podido o no han querido llevarlo a término-, tendrán un denominador común: la frustración del deseo. Pero un deseo frustrado no desaparece, permanece latente y, en según qué situaciones, se acrecienta. Dicho con otras palabras: la constatación de que el gobierno tripartito no ha cambiado nada -al menos para bien-, no invalida la necesidad de cambio. De modo que seguirá siendo cierto que el paradigma propuesto por Pujol ha dado muestras más que sobradas de agotamiento, y seguirá siendo cierto que hay mucha gente en Cataluña que apostaría por un modelo de sociedad cosmopolita, moderna, abierta y progresista, sin el olor a naftalina con que la ha impregnado el catalanismo provinciano y clientelar de CiU.

Como oportunidad política, así pues, la necesidad de cambio mantendrá intacta toda su fuerza movilizadora. Esta reflexión debería orientar la estrategia de Montilla como líder de la oposición. Adelantamos en el anterior artículo que la clave del éxito para Montilla sería lograr transmitir que el partido ha cambiado. Sin embargo, dos meses es un tiempo muy corto para un objetivo de comunicación tan ambicioso. Podría suceder que su candidatura no lograse vencer en los próximos comicios. En tal caso, el mal resultado habría que anotarlo en la cuenta de quienes dejaron la herencia, con una estrategia que pretendía vencer a CiU en el terreno de juego deliberadamente achicado del rival político.

Desde las elecciones de 1980, en efecto, la política catalana ha girado en torno a CiU. Es la capacidad de este partido para aglutinar el voto nacionalista con el voto moderado lo que en cada elección ha hecho variar la composición del Parlamento.Frente a esta centralidad política, el PSC se ha mantenido como un partido lineal con poca capacidad de seducción, que mantiene un voto fiel, pero que no ha jugado a crear una propuesta alternativa propia. Sólo en el año 1999, con la campaña electoral menos nacionalista en la historia del socialismo catalán, se produjo un punto de inflexión a favor del PSC. En la provincia de Barcelona (el PSC se presentó ese año coaligado con IC-V en las otras tres provincias), el PSC obtuvo un 39,91% de los votos, y eso a pesar de una escasa participación del 58,5%, y la abstención, por primera vez, pudo pasar factura no a socialistas, sino a convergentes. En aquellos comicios, además, apenas hubo trasvase de votos de CiU a ERC.En 2003, sin embargo, con un discurso netamente nacionalista, el PSC provocó la división del voto convergente (en beneficio de ERC, ya socios in pectore), pero sin hacer mella en la centralidad ideológica de CiU, y, por supuesto, sin mejorar resultados (todo lo contrario: con una participación de 62,10%, superior a la de 1999, obtuvo un humilde 33,09% en la provincia de Barcelona, comparable al 32,11% de las elecciones de 1984, en las que CiU obtuvo una clara victoria con 72 escaños). Así se desvaneció, en 2003, la oportunidad vislumbrada cuatro años antes: el PSC se había mostrado incapaz de abrir el espacio político y articular un nuevo discurso que conectara con una mayoría social alternativa a la que tradicionalmente se había reunido en torno al discurso de CiU.

En la oposición, tanto para construir una alternativa política de gobierno que pudiese arrebatar la hegemonía a CiU, como para salir airoso en los debates internos que decidirán la orientación del partido, Montilla acertaría si optara por afirmarse en una estrategia nueva, no integrista, que ventilase el oasis y vinculara la política catalana con la realidad y el presente. No faltarán quienes traten de recuperar el viejo discurso del PSC. Si lo consiguieran, lo máximo a lo que podría aspirar el socialismo catalán sería a seguir cómodamente instalado en la irrelevancia.

Marcos, Gómez Carrizo y Molins son miembros de la corriente del PSC Socialistas en Positivo.