NACIONALISMO VS. UNIVERSALISMO
Artículo de María Teresa Giménez
Barbat en
“El Mundo” del 09 de junio de 2008
Por su interés y relevancia he seleccionado el
artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El formateado es mío (L. B.-B.)
Con un breve comentario al final:
UN BUEN ARTÍCULO, DOS PRECISIONES
Luis Bouza-Brey, (9-6-08, 10:00hs)
Ante
la discusión en el Constitucional del Estatut, vuelve a debatirse la inclusión
en su preámbulo del término nación y a cuestionarse qué hace Cataluña, una vez
región cosmopolita, cultivando suicidamente la diferencia y la centrifugación
de todo cuanto nos une
Estos días se discute si el Tribunal Constitucional aprobará o no que se defina
a Cataluña como nación en el preámbulo del nuevo Estatut. Yo creo que sería un
gran error y que inauguraría una nueva cadena de ambigüedades y despropósitos
en un país como el nuestro que lo que necesita es que los políticos dediquen su
tiempo a los graves problemas que se avecinan, como la difícil situación económica
que algunos ya sienten en carne propia. Y lo creo así porque soy catalana y
-como toda persona normal, no voy a presumir de un sentimiento que es hermoso,
espontáneo y de sentido común- quiero lo mejor para los míos y para mi
tierra.Lo mejor para nosotros es potenciar políticas que favorezcan la no
diferenciación.
¿Cómo podemos hacernos oír los catalanes como yo? No es fácil.Se ha
instaurado, por culpa del nacionalismo, un modo de pensar en el que si no
exhibes una postura maximalista en cuestiones de carácter simbólico (que, no
olvidemos, tienen consecuencias sociales y jurídicas) no eres buen catalán.
Aquí, para serlo, parece que hay que pedir la Luna, aunque nos haga maldita la
falta y sólo aporte beneficios a determinados sectores políticos.Soy una catalana
de estas «de toda la vida». No quiero decir que lo sea más o menos que nadie,
por favor. Sólo describo un caso muy generalizado.
Nacida en el barrio de Sants, en la segunda parte de los años 50, con
un padre aragonés pluriempleado y criada por una madre Barbat y una yaya
Tutusaus, apenas hablaba castellano cuando empecé la escuela. Les aseguro que
nunca pude imaginar que mi lengua materna llegase a tener un status, una
difusión y un reconocimiento como el que tiene en la actualidad. Aún recuerdo de
qué manera tan precaria me escribía con mis amigas en mis vacaciones de
adolescente. Tampoco pude imaginar que Cataluña fuera a tener el nivel de
autonomía y competencias del que disfruta en la actualidad.
Pero el nacionalismo es insaciable por su propia naturaleza, se
alimenta de la vindicación y del agravio y, desde hace varios años, asisto a la
instauración de una cultura localista y de confrontación que, por una parte va
en contra de valores muy arraigados que compartimos muchos ciudadanos y que,
por otra, nos perjudica gravemente a todos los catalanes.
Hablemos de valores. No deberíamos reclamarnos nación porque el único
significado que tiene en este preámbulo es su acepción de unidad basada en la
lengua o en la cultura, es decir opuesto a la idea de nación como ámbito donde
los ciudadanos, tengan la lengua, la cultura o la tradición que tengan,
disfrutan en su conjunto de unos derechos y unas libertades comunes para todos.
Es decir que, si lo hacemos, nos acogemos a una definición totalmente arcaica de
la idea de nación. Nada que ver con esa catalanidad universal que tanto
añoramos, en mi modesta opinión.
Hablemos de lo que nos va a hacer daño. No hay que ser un lince para
ver en esta reclamación un deseo de singularizar a un territorio y a unas gentes
y de colar por ahí unas reclamaciones sobre supuestos derechos históricos que
no van estar disponibles para muchos españoles. Que los de Albacete no son
tontos. Ni los de Madrid. ¿Nos interesa algo tan antipático? ¿Qué impresión
puede causar entre nuestros hermanos y compatriotas que exijamos un status que
instaure definitivamente la diferencia, la mezquina oposición a la
generalización del derecho, el abominado café para todos. Yo soy tan catalana
como cualquiera, pero, si el café es bueno, lo quiero tanto para el ciudadano
de Igualada como el de la Almunia de Doña Godina. Discriminación y abuso,
ninguno.
Exijo como española tantas autovías como los madrileños y toda esa
barbaridad de ordenadores que tienen los extremeños y que parece que ya no
saben ni qué hacer con ellos. Pero lo que es bueno para mí, es bueno para los
demás y viceversa.
Michel de Montaigne afirmó: «Considero a todos los hombres como mis
compatriotas y abrazo tanto a un polaco como a un francés, subordinando este
vínculo nacional al universal y común» y nadie podría decirlo mejor. Rechazo
vehementemente esta forma de ser catalán que de manera sistemática, pertinaz y
utilizando mis impuestos insisten en imponerme nuestros nacionalistas, que son,
por desgracia, casi todos, empezando por el PSC.
Sostengo, como hace mi partido, UPyD, un ideario universalista y
antirelativista que defiende que las mismas ideas, valores y leyes básicas son
igualmente válidas para cualquier individuo en cualquier territorio, sea
español o del mundo. Todo derecho, aunque sea ese café tan preciado, es
universalizable.
En un mundo globalizado, y el nuestro lo es cada vez más, tenemos
urgencia por encontrar puntos en común en los que edificar una nueva cultura
planetaria que nos defienda de tantos peligros como nos acechan. ¿Y vamos a
cultivar la involución en nuestra propia casa? Los sentimientos de pertenencia
al grupo evolucionaron para ser selectivos y son los más fáciles de manipular.
Pero estamos en condiciones de superar esas tendencias propias de primate. Los
seres humanos somos los únicos capaces de universalizar nuestros valores.
¿Cómo decidir cómo actuar? El psicólogo y etólogo Franz de Waal en su
libro Primates and Philosophers nos da la clave: «Es sólo cuando hacemos
juicios imparciales y generales que podemos empezar a hablar de aprobación
moral o de desaprobación moral». Si el único camino de supervivencia es
trascender determinadas emociones y motivaciones que un día fueron propias de
un grupo, de una nación, de una comunidad religiosa y ponerlas al servicio de
una comunidad humanista universal, ¿qué hacemos en Cataluña, una vez región
cosmopolita, cultivando suicidamente la diferencia y la centrifugación de todo
cuanto nos une?
Nuestro programa de partido afirma que «la base de la ciudadanía
democrática es la igualdad en libertad: iguales leyes para todos y todos
iguales ante las leyes. Este objetivo exige, como es lógico, la cohesión
institucional y simbólica del Estado encargado de definir y garantizar los
derechos concretos de los ciudadanos». Por eso, por ser cosmopolitas y
universalistas, nos pronunciamos a favor de que la palabra nación se siga
reservando para este ámbito legal que nos acoge a todos, catalanes y españoles, con nuestros derechos y
obligaciones compartidas y con el disfrute igualitario de las libertades. No
estamos para achicar espacios, sino para ampliarlos. Y, si no tenemos bastante
con ello, pensemos, por una vez, en la balanza comercial y en quién nos compra
qué.
Mª Teresa Giménez Barbat es portavoz de UpyD en Cataluña
Breve comentario final:
UN BUEN ARTÍCULO, DOS PRECISIONES
Luis Bouza-Brey, (9-6-08, 10:00hs)
Los que aún creemos en los valores
democráticos y constitucionales de libertad, igualdad, solidaridad y pluralismo
político, tenemos que escribir en Cataluña muchos artículos análogos a éste de
Teresa Giménez Barbat. Artículos que denuncien el nacionalismo anacrónico y
obligatorio implantado sinuosamente en la sociedad; artículos que desenmascaren
el reaccionarismo de la defensa de privilegios antidemocráticos; artículos que
pongan de manifiesto que el nacionalismo reaccionario ha emprendido una deriva
soberanista que hundirá a Cataluña y al conjunto de la democracia española;
artículos que denuncien la estafa promovida por una autodenominada izquierda,
que no es más que una delegación camuflada del nacionalismo reaccionario entre
las clases populares.
Esa es la función histórica de UPyD en
Cataluña: desenmascarar a la reacción disfrazada de progresismo que nos impulsa
al caos y a la destrucción de la democracia. Y creo que este artículo de Teresa
Giménez comienza a hacer presente a UPyD en la sociedad catalana. ¡Ya era hora,
divulgémoslo!
Pero una vez dicho lo anterior, creo que
conviene hacer dos precisiones que son correcciones de posibles errores de
fondo conceptuales, o al menos terminológicos, o expresivos.
La primera precisión que conviene hacer
presente es la de que si los extremeños y los madrileños tienen más ordenadores
y autovías que nosotros es porque no dedican dinero a pagar a sicarios que
viven del cuento de la nación o de la secta, con informes de a 11999 euros, o a
regar con millonarias subvenciones a asociaciones “culturales” de ultras
nacionalistas, o a asignar presupuestos millonarios para promocionar selecciones
deportivas nacionalistas, o a distribuir innumerables sueldos para la red de
medios de comunicación y periodistas adictos, o a presupuestar sueldos para
todo el sector público superiores al nivel que nos correspondería en proporción
a la riqueza que creamos, o a expulsar empresas, técnicos valiosos,
universidades extranjeras y estudiantes de Cataluña, por obra y gracia de
políticas lingüísticas aberrantes y anticonstitucionales.
Si no hubiera derroche y corrupción en el
sector público podríamos tener más ordenadores, autopistas, escuelas, una red
hospitalaria eficaz y niveles de inflación normales. Si además fuéramos capaces
de desarrollar y jerarquizar adecuadamente los valores que orientan nuestro
comportamiento, incluso conseguiríamos disfrutar de una educación para la
excelencia, y no hacer de la necedad virtud. Si así fuera, la casta de los
políticos catalanes se ganarían la autoridad de que disfrutan, y no el
menosprecio que experimentan.
Una segunda precisión es expresiva:
conviene tener claro que la palabra nación nos acoge a todos, a los
catalanes y al conjunto de los españoles, y no a “catalanes y españoles”.
Esta última expresión refleja una contradictio in terminis, típica de abducciones nacionalistas que
muchos a veces experimentamos.