UN PASO MÁS HACIA UNA CATALUÑA UNIFORME

 

 Artículo de EUGENIO TRIAS  en “El Mundo” del 05.07.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 
El votante catalán, en caso de no ser nacionalista, tiene muy difícil evitar la abstención o el voto en blanco testimonial.No hay ningún partido en Cataluña que pueda representarle. Eso significa que la mitad de Cataluña está abocada a desentenderse de la jornada electoral. O a ser únicamente movilizada, como en otros tiempos, si los refuerzos estatales logran compensar las tremendas unilateralidades nacionalistas del Partido de los Socialistas Catalanes, tal como hoy se halla dirigido. De todos es sabido el carácter piramidal de ese partido: sólo la cúpula es nacionalista. Cuanto más se desciende hacia la base, más se intensifica la aversión al nacionalismo radical.

Se empiezan a agitar las aguas de ese oasis catalán que pareció ser absorbido por las extemporáneas declaraciones del president (relativas al 3%), pero que fue rápidamente restaurado. Hoy la agitación no viene por la vía de lo que sustenta las lealtades de la cúpula parlamentaria gobernante. No es la corrupción lo que se destapa, como sucedió de forma asombrosa en la célebre crisis del barrio del Carmel.

Hoy es un cruce de corrientes de opinión que se refuerzan: un manifiesto de intelectuales que llama a la sociedad civil a que se pongan las bases de un partido no nacionalista; un importante grupo de presión procedente de las bases del Partido Socialista que cuestiona el nacionalismo agresivo del president de la Generalitat y de la cúpula de su partido.

No sé si será posible la creación o concreción de ese partido que se postula. Es tarea hercúlea que precisa esfuerzo, ambición, dinero; exige personalidades políticas con dotes especiales.Y sobre todo una inmensa red de relaciones, complicidades y energías que requieren un esfuerzo titánico. Pero lo cierto es que la mayoría de los partidos nacen, o nacieron, de corrientes diferentes que convergen en unos objetivos básicos. Y suelen surgir precisamente cuando esas corrientes son varias.

Alguna razón hay para que esto suceda justo ahora. Se intuye que el tiempo actual es tiempo oportuno. Nunca se había llegado a tales extremos de agresividad en la política nacionalista en Cataluña. Quizás por eso la marea de la opinión que desea y postula una formación política nueva es mayor de lo que pudieron imaginar los creadores de esas plataformas.

Sirven, al menos, para mostrar que Cataluña no se rige por la ley del silencio; el silencio de los corderos. O que también aquí se tiene capacidad para plantar cara al paradigma nacionalista hoy hegemónico entre los partidos políticos, en el que el unánime recurso a la soberanía nacional enmascara la corrupción sobre el cual se edifica.

Los desmanes de 23 años de política nacionalista han dado paso a año y medio de radicalismo fascistoide, que tiene su máxima expresión en la combinación de demagogia populista inculta, más plebeya que popular, propia de esas nuevas camisas negras que componen el colectivo de ERC. Hasta el punto que aquellos tediosos años de nacionalismo sordo, insistente, que rebasó dos décadas interminables, comienzan a parecernos llevaderas en comparación con este acelerando soberanista guiado por una nueva generación de políticos canallas.

La insolvencia económica de una administración autonómica incompetente quiere salvarse con el recurso del agravio comparativo: algo que siempre gozará de cierta base genética en Cataluña (desde el célebre Tancament de caixas, o quizás desde mucho antes).Pero es la incuria del Gobierno de la Generalitat la responsable de que los recursos se les escurran de las manos. Esconder los despilfarros en la eterna cantinela de la falta de equidad fiscal es el más viejo de los trucos. Cuando esos partidos se hallaban en la oposición esgrimían ese argumento frente al agotador victimismo de Convergencia i Unió.

El nuevo Estatut será un paso más hacia una Cataluña uniforme, que esconde la pluralidad (siempre silenciada por la clase política autonómica) de la sociedad civil. Uniformidad en Cataluña; demanda hipócrita de España plural en el resto del Estado. Esa es la quintaesencia de la política nacionalista.

Ese innecesario Estatut reformado, que no responde a demanda apremiante alguna de la ciudadanía, sólo conseguirá intensificar el poder de una clase política divorciada de la sociedad civil.El nuevo instrumento lo será, además, de separación con el resto de los pueblos de España.

Es de esperar que el Gobierno de Zapatero sea muy riguroso en este tema. O que diluya todo lo que pueda lo que ese nuevo Estatut pretende ser: una Constitución de facto que consagre, sin decirlo de modo explícito, el carácter independiente de una Cataluña concebida según criterios soberanistas.

Lo más grave, lo que nos llena a muchos de pesimismo, es que el Gobierno de la Nación española, en lugar de parar los pies a esa tendencia, parece que le dé aliento y le ayude a tomar vuelo.

Es responsabilidad de este Gobierno que se restablezca el clima de paz civil que ha presidido estas décadas de convivencia democrática, y que desde la fatídica fecha del 11 de marzo, y de la consulta democrática que le siguió, parece hallarse amenazada. Es el Gobierno siempre quien tiene máxima responsabilidad en estos asuntos.El Gobierno y quienes, desde las más diferentes plataformas de opinión, lo secundan. No es justo que después de haberse evitado el clima de guerra civil que podía haber presidido una transición que dio pruebas de una extraordinaria inteligencia política, un presidente no demasiado escrupuloso haga todo lo posible para fomentar un clima de confrontación en relación a las eternas dos Españas. La oposición del Partido Popular tiene gran parte de culpa. Pero no es comparable con la que se debe atribuir a quien dispone del tiempo político, y de canales de información privilegiados, de mayor responsabilidad en su capacidad de elegir y determinar los escenarios del juego político.

El modo irregular en que se celebraron las últimas elecciones aconsejaba una política prudente, sensata, orientada a suturar heridas. Exigía, desde todos los puntos de vista de la prudencia política, gobernar de forma no sectaria, no partidista. Gobernar para toda la Nación, tendiendo puentes de diálogo con la oposición.

Ha sucedido todo lo contrario. Tenemos uno de los gobiernos menos dialogantes de toda la historia de la democracia española, o que sólo tiende puentes y genera complicidades con quienes más dispuestos están a cuestionar el modelo de estado nación que ha ido surgiendo desde la transición.

Se trata de la inversión siniestra de los dos últimos años -fatídicos- del Gobierno de Aznar. El mismo talante sectario, partidista, enfrentado a media España. Sólo que esta vez camuflado tras una sonrisa en forma de mueca perpetua que hiela la sangre.

En pura amnesia de las mejores tendencias jacobinas del Partido Socialista Obrero Español, este Gobierno de Zapatero ha optado por seguir la equivocada vía de quienes ven siempre mayor enemigo, en el sentido del hostis, en el Partido Popular que en los grupos nacionalistas, o independentistas radicales. Unos grupos que sólo nominalmente pueden considerarse de izquierdas. Pero este Gobierno, que padece la enfermedad infantil del izquierdismo, los asume como interlocutores privilegiados, y como únicos socios gobernantes, por el sólo hecho de que incluyen en sus siglas la denominación de izquierdas.

Eugenio Trías es filósofo y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.