CATALUÑA Y LOS CATALANES

 

 Artículo de Eugenio Trias en “El Mundo” del 30.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

  

Se supone que el estatuto de una comunidad autónoma recoge el espíritu y la letra que informa al conjunto de esa sociedad.El presente Estatuto catalán posee un vicio originario que, a la larga, deberá ser corregido: no asume ni acepta uno de los primeros rasgos que cualquier forastero, o historiador, advierte en Cataluña: se trata de una sociedad que es -y ha sido siempre- de natural bilingüe, en la que no hay problema alguno en relación a la lengua que se habla, y en la que es continuo y constante el trasvase entre las dos lenguas principales, el español y el catalán.

Por eso era magnífica la intervención que proponía el colectivo Cataluña en positivo, un grupo lúcido en su disidencia, crítico con la actual orientación del Partido Socialista catalán por derroteros cada vez más nacionalistas: la sustitución del solemne pronunciamiento estatutario de que «Cataluña posee como lengua propia el catalán» por un párrafo bien distinto: «Los catalanes tienen como lengua propia el catalán y el castellano».

Ese colectivo se limitaba a esta única, pero decisiva, corrección.No quiere decir esto que fuese ese pasaje estatutario el único con el que dicho colectivo mostraba su disconformidad. Pero con un criterio estratégico, táctico y político de gran alcance, y de verdadera solvencia e inteligencia, sólo pretendían que se corrigiese ese párrafo.

Aprovecho este contexto para decir que esa manera de ejercer la crítica y la oposición es, justamente, la más inteligente.¡Ojalá ese procedimiento fuese imitado también por la actual oposición española del Partido Popular a las directrices del Gobierno socialista!

¡Cuánto más efectiva sería esa oposición si se ciñese a un único punto, como ha sabido hacer ese colectivo socialista catalán, en lugar de desparramarse de manera indiscriminada por todas partes, urbi et orbe, en una decisiva y diaria revalidación de la más visceral y masiva enmienda a la totalidad! ¡Si en lugar de ejercer esa mala crítica que fiscaliza todo lo que el Gobierno hace en política exterior, eclesiástica, relativa a parejas de hecho y matrimonio, a su política energética, a su política sobre terrorismo, a todo, se limitase a un único punto nuclear, o a dos o tres puntos esenciales!

¡Cuánto más útil sería! ¡Cuánto más inteligente y convincente! Lograría convencer no sólo a quienes de antemano se hallan convencidos: también a la franja que decide y determina los cambios de Gobierno y que lamenta como una burla esa manera roma y torpe de ejercer fiscalidad, crítica y forma de oposición.

Pero volviendo a nuestra Cataluña en positivo: se advierte en su estupenda iniciativa cómo la modificación de ese único párrafo evita miles de digresiones innecesarias y de perífrasis abarrocadas hasta el infinito. Un único párrafo. Una única corrección. Pero de tal carácter que incide de lleno en todo lo que tiene de falso, de viciado, de podrido ya desde el principio el espíritu y la letra de este Estatuto de Cataluña que ahora va a tener refrendo parlamentario en las Cortes españolas.

La corrección se refiere a los catalanes, en donde se incluyen personas concretas, vivos y muertos, catalanes existentes en la memoria, catalanes que hablan y que discuten, o que aman y odian como catalanes (pero nunca jamás en catalán).

Hay un colectivo algo romo que ha propagado la especie: viva usted en catalán. Incluso hay carteles por las facultades donde se ilustran los modos de amar y odiar en catalán. Por cierto, el icono a través del cual expresan el modo de odiar en catalán es, ni más ni menos, el de nuestro monarca constitucional. Así van las cosas en esos colectivos minoritarios que hoy son alentados desde el propio Gobierno de la Generalitat.

En esa pequeña incisión, casi una suerte de desconstrucción, como suele hoy decirse, la que sustituye Cataluña por los catalanes -según proponen estos socialistas lúcidos a los que me estoy refiriendo en este artículo- se halla el punto nodal, nuclear, que constituye la línea de demarcación entre un estatuto aceptable, como era el estatuto anterior, y otro impregnado de esencialismo nacionalista decimonónico, que de manera irresponsable y absurda ha sido asumido por un partido que, esta vez, contradice toda su historia ideológica y política, el Partido Socialista de Cataluña, encabezado por esa lumbrera política que es el actual President de la Generalitat de Cataluña.

Un personaje que ha demostrado una deslealtad -lindante con la traición- con todos quienes, durante años, creíamos en lo que al fin se nos ha revelado como el peor de los espejismos: que el buen alcalde que sabía contrarrestar los excesos nacionalistas de Jordi Pujol podía ser el más idóneo sucesor de éste al frente de la comunidad autónoma catalana.

No es que nos haya defraudado. Es que muchos nos hemos sentido -lo repito- traicionados. Muchos que durante años le prestamos nuestro apoyo desde nuestros ámbitos específicos, a través de artículos o de manifestaciones públicas.

¿Qué extraña mutación mental tuvo lugar para que aquel alcalde prudente, que alentaba una Cataluña plural, abierta, de naturaleza bilingüe -como demostraban los premios que desde la sede municipal se concedían a la creación en catalán y en castellano-, se trocase en un personaje que parece emular en delirios nacionalistas, siempre al borde del independentismo, a sus más radicales socios, o a sus más desnortados consejeros áulicos?

Creo que el actual Estatuto se halla viciado desde el principio por ese cambio sustancial respecto al anterior, el cual reflejaba mucho mejor la realidad viva y existencial de los catalanes.Hemos pasado de un estatuto que respondía a las necesidades y deseos de la mayoría de ellos, a otro que sólo puede ser asumido por todo aquel colectivo nacionalista a quien le importe mucho más Cataluña -concebida como esencia patria- que los catalanes.

Un partido socialista incomprensible ha sido el causante de esta tremenda tergiversación que ahora va a gozar de refrendo parlamentario.Un Partido Socialista de Cataluña que tarde o temprano pagará caro ese tributo innecesario a las tendencias más atávicas, provincianas y retrógradas que existen en la sociedad catalana.

Eugenio Trías es filósofo y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.