INGENIERÍA SOCIAL

 

 Artículo de Aleix Vidal-Quadras en “La Razón” del 24.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

La exhumación de un considerable volumen de papeles secretos conteniendo encuestas y estudios de opinión elaborados durante la

interminable etapa de Gobierno de Jordi Pujol, pagados con dinero público, pero jamás comunicados al Parlamento como manda la ley,

pone de nuevo al descubierto la cara más pavorosa del nacionalismo de identidad, esa ideología implacable y totalitaria que se empeña en transformar la realidad contra la realidad misma. Dejando aparte el absoluto desprecio por la legalidad que representa la realización

de semejante cantidad de trabajos demoscópicos sin dar cuenta a los órganos pertinentes de acuerdo con la vigente normativa, el examen de sus contenidos y su intención produce escalofríos. En particular, los informes sobre los programas y el personal de la radio y la televisión

dependientes de la Generalitat, que funcionan, como es bien sabido, gracias a los impuestos que apechugamos todos, revela la verdadera naturaleza moral de los sujetos que, abusando de la confi anza en ellos depositada por las urnas, estuvieron empeñados durante un cuarto de siglo en una de las mayores operaciones de ingeniería social que se conocen desde el fin del comunismo soviético.

El análisis de los programas no en función de su calidad, su coste o su nivel de audiencia, sino de su capacidad de crear estereotipos nacionalistas e influir en las conciencias para imponer la visión uniformista y sesgada de Cataluña tan cara al pujolismo, las pesquisas de carácter casi policial sobre presentadores y realizadores atendiendo a su grado de adhesión al régimen y los criterios de selección que se aconsejan para los invitados

a los debates, denotan un ánimo de intervención y control sólo comparable al de los sistemas políticos más opresivos que ha conocido la edad contemporánea. El conocimiento, trece años después de la investigación en cuestión, de que Salvador Alsius y Àngels Barceló, dos magníficos profesionales de dilatada y seria trayectoria, eran clasificados por los comisarios del pueblo pujolistas como «quintacolumnistas, colaboracionistas y traidores» que propagan «veneno», nos demuestra que todo lo que se diga para advertir a la gente de los peligros de los particularismos de raíz étnico-lingüística es poco.

¿Y qué decir de la recomendación de que no se hiciesen salir en la pantalla a castellano-hablantes o de la calificación de «desastre» al hecho de que el conseller Antoni Comas contestase en español a un interlocutor andaluz «impresentable»? Por eso, cuando todavía se pretende a estas alturas que la política cultural y lingüística de los nacionalistas –el tripartito no es de distinta calaña– es compatible con la Constitución y con el

respeto a los derechos individuales, cabe preguntarse dónde están de verdad los colaboracionistas y los quintacolumnistas.

Desdichado el país en el que las evidencias han dejado de ser argumentos.