DICEN QUE EL PP DEBATE SOBRE CATALUÑA

 

 Artículo de Germán Yanke en “ABC” del 06.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Los resultados más llamativos de las elecciones catalanas de la pasada semana no son ni los partidos que han formado gobierno ni los que lo han pretendido hasta ayer mismo. Los resultados más significativos están, a mi juicio, en los márgenes de estas combinaciones y reflejan, cada uno a su modo, una considerable desafección ciudadana de la política partidista y de la Nueva Cataluña a la que se ha querido dar carta de naturaleza con la reforma del Estatuto y, sobre todo, con una concepción esencialista de la misma que va más allá de las leyes. A este territorio político pertenecería el incremento de la abstención, que ya estuvo presente en el referéndum, el sorprendente número de votos en blanco (que supone una actitud activa de rechazo a los proyectos ofertados) y la presencia en el Parlamento autonómico de los tres representantes de Ciutadans.

Los partidos políticos —todos, aunque cada uno a su manera— deberían reflexionar sobre ello. Respecto al éxito de esta nueva formación, superar el tres por ciento de los votos —que era un objetivo en el que los implicados decían creer en medio del escepticismo general— demuestra el respaldo que pueden llegar a tener los movimientos ciudadanos o, viendo el otro lado de la misma moneda, el modo en que éstos pueden detectar las corrientes de opinión y las preocupaciones reales, a diferencia del anquilosamiento de los partidos tradicionales. Ciutadans, como partido de nuevo cuño y los intelectuales que iniciaron la rebelión contra la presión nacionalista, han captado un problema que no era sólo el suyo y han sabido mostrar su punto de vista con energía y originalidad, con un aire fresco y moderno que también se echa de menos en la aburrida y agobiante vida política del momento.

Si no ser nacionalista (o catalanista, que es una versión edulcorada de lo mismo) se ha convertido en una suerte de estigma, Ciutadans ha sido capaz de superar el miedo escénico que tantas veces paraliza en las sociedades en que, incluso más allá de los resultados electorales, el triunfo simbólico del nacionalismo es indudable. Bien es cierto que se han librado, por la personalidad de sus integrantes, por las referencias ideológicas más o menos simples de su propuesta, de la otra maldición del ambiente dominante: ser considerados de derechas. A veces, junto al ninguneo público de su presencia en la arena electoral, han sido «insultados» de ese modo (es decir, se les ha querido colocar en la derecha política), pero han sabido reaccionar con energía ante una evidente falsedad.

Su penuria, culminada con el éxito inesperado de sus listas electorales, debería hacer pensar en la desgracia aún mayor de quien ha tenido todas las papeletas para la exclusión, el Partido Popular, que la ha sufrido incluso en pactos y documentos oficiales. Ciutadans representa para la realpolitik catalana un engorro —un engorro lúcido, además—, pero el PP es el apestado. Para convertir a los engorrosos en apestados hay que presentarlos como de derechas. Por ello es paradójico que el magnífico resultado de los engorrosos se haya convertido en cuestión de debate precisamente entre los apestados y, por el momento, sólo entre ellos. Es cierto que el PP ha podido adolecer en ocasiones de ese miedo escénico al que antes me refería y que Ciutadans ha superado brillantemente, pero no lo es menos que los votos que esta formación ha podido quitar a los conservadores se puede explicar mejor por la modernidad de su actitud, por la presencia novedosa en la red y en los ambientes intelectuales y porque, al menos, uno se quita, arrimándose a los nuevos candidatos, el baldón de la derecha y de toda la colección de intransigencias que la hábil propaganda oficial le endosa.

Lo apunto porque las críticas internas a Piqué, las que le reprochan no tener la actitud antinacionalista de la que ha dado muestras Ciutadans (y que sería, en este análisis, la causa de la pérdida de un diputado), vienen curiosamente del sector más a la derecha del partido, como si no repararan en que la exclusión que sufre el PP viene realmente por ese lado. El concepto de ciudadanía en contraposición al etnicismo que ha hecho mella en Cataluña ha sido bien defendido por la formación encabezada por Albert Rivera, pero Piqué, en un ambiente claramente adverso, ha tenido que añadir a su oferta «la iniciativa de los ciudadanos» en contra de la voracidad de los poderes públicos como parte fundamental de la ideología de su partido. Resulta paradójico, insisto, que algunos sectores de la derecha española prefieran la negativa a cualquier pacto político —incluso los que podrían moderar la política nacionalista, incluso los que ellos mismos apoyaron hasta hace bien poco—, la negativa a confiar en los poderes públicos (educación, políticas intervencionistas, gasto público en el «Estado de Bienestar», etcétera), que constituye el núcleo, ciertamente respetable, de la socialdemocracia de Ciutadans.

Con el nuevo tripartito veremos que el adversario no es ni Ciutadans ni CiU, sino esa izquierda que se viste de nacionalista.