ES LA SOBERANÍA, ESTÚPIDOS

 

 Artículo de Casimiro Garcia-Abadillo en “El Mundo” del 07.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Un armisticio. Casi un armisticio. Así definió en un artículo publicado en El País el pasado sábado José María Benegas la Constitución española de 1978, en la que a él, como diputado socialista, le tocó defender en el Congreso su Título Octavo, justo el que trata de la organización territorial del Estado.

La clase política que propició la Carta Magna, desde los que procedían de la derecha ligada al franquismo, hasta los nacionalistas y comunistas, pasando naturalmente por los socialistas, sitúan el texto del que ahora se cumplen 27 años como la concreción sublime del consenso que hizo posible la transición pacífica de la dictadura a la democracia.

Nada es inmutable, tampoco las leyes. Sin embargo, cuando se trata de modificar la esencia de la norma que ha hecho posible que España sea hoy uno de los países libres más avanzados del mundo lo mínimo que se puede exigir a nuestra clase política es que lo haga con un respaldo, al menos, como el que dio lugar a la Constitución que el Estatuto aprobado por el Parlamento de Cataluña pretende alterar.

Lo peor que se puede hacer en este asunto es engañarse uno mismo y engañar a los ciudadanos. El proyecto de Estatuto de Cataluña, cuya tramitación fue aprobada por el Congreso el pasado miércoles, implica modificaciones sustanciales de la Constitución, como han reconocido en su dictamen los propios expertos designados por el Partido Socialista.

Lo grave no es que se pida un nuevo sistema de financiación, o que se establezca una prolija carta de derechos ciudadanos o que se quieran blindar tales o cuales competencias. La auténtica carga de profundidad contra la Constitución del 78 consiste en que el Estatuto crea de facto una fuente de soberanía distinta, alternativa, competitiva si se quiere a la que establece la Carta Magna. En el apartado 2 del artículo 1º del Título Preliminar se dice que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». En el artículo 66 se concreta sin lugar a dudas dónde reside la fuente de la soberanía: «Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado».

En su intervención del miércoles en el Congreso, el líder de CiU, Artur Mas, abordó de forma sutil la cuestión de la soberanía para delimitar la capacidad de acción de las Cortes. «Como demócratas -afirmó Mas-, sabemos que tan soberano es el Parlamento catalán para formular su propuesta como lo son las Cortes Generales para formular la suya... No deseamos el fracaso del Estatut, y tan fracaso sería que no saliera de las Cortes Generales como que saliera de una forma que no fuera asumible por el Parlament de Cataluña y por los catalanes».

Tanto en el discurso de Mas, como en el de Carod-Rovira, pese a su moderación en las formas, había una amenaza velada. Vienen a decir: «Esta es nuestra posición, que no puede ser modificada en lo sustancial». Porque si no, como advirtió el líder de ERC, «¿qué otra puerta nos dejan abierta».

Lo inaudito del PSC, por llamarlo de alguna forma, es que comparte con los nacionalistas la esencia de su propuesta: Cataluña tiene una soberanía distinta, alternativa e igualitaria a la de España.

Por eso tiene tanta relevancia que sea Benegas, histórico número tres del PSOE, quien haya tenido el valor de poner los puntos sobre las íes en esta cuestión.

No hay soberanía sin nación y, por ello, la pretensión del Estatuto de que ese reconocimiento sea explícito no es un tema menor, sino fundamental.

La Constitución sólo reconoce una Nación, la española, y mientras no se modifique su artículo 2 ese atributo no se lo puede arrogar ninguna región, ni ninguna nacionalidad. Como bien apunta Benegas, la definición de nación exige la delimitación territorial. Si Cataluña es una nación, entonces la Nación española qué es, qué abarca territorialmente. ¿Todo lo que no es Cataluña? La nación como concepto cultural, como sentimiento («para nosotros el reconocimiento de nación tiene un valor sentimental», dice Antoni Castells) no tiene trascendencia. Ahora bien, cuando se sitúa en el frontispicio de un Estatuto adquiere un valor jurídico innegable. Así lo entiende ERC. Carod-Rovira lo ha expresado con claridad meridiana: «Toda nación necesita un Estado». Por tanto, es lógico que los nacionalistas catalanes vean el Estatuto sólo como un paso hacia la independencia.

Lo auténticamente novedoso es que esa dinámica centrífuga que ha puesto en marcha ERC cuenta con la complicidad del PSC.

Carod, que habló en el Congreso como si fuera extranjero ( «¿Cómo quieren que nos apuntemos a una España así?», dijo el miércoles en el Congreso mirando a la bancada del PP), ofreció su cara más amable, la de víctima de la incomprensión de una España que sueña con volver al 39. Sin embargo, el jefe de ERC no ha dejado de coquetear con el entorno de ETA desde que acordó con sus dirigentes el alto el fuego para Cataluña.

En la etapa previa a su reunión en el sur de Francia (enero de 2004), el ex parlamentario de Batasuna Antton Morcillo le hacía de puente con la cúpula etarra, según descubrieron los servicios secretos. A partir de entonces, las fuerzas de seguridad han detectado nuevos encuentros entre Carod-Rovira y la dirección de Batasuna. En concreto, después del verano, el líder de ERC se ha entrevistado con Arnaldo Otegi y con el ex portavoz de Batasuna en el parlamento navarro, Pernando Barrena. La mayoría de las reuniones se han celebrado en el País Vasco. Más concretamente, en Guipúzcoa.

De esos encuentros secretos, en los que lógicamente se habla de asuntos que tienen que ver con la coordinación política y el posible abandono de las armas de ETA, parece que Carod-Rovira no da cuenta a la dirección de ERC. Pero, ¿informa de ello al presidente del Gobierno? Esa es una pregunta que se hacen dirigentes políticos de diversos partidos.

Y es que sólo puede haber tres explicaciones para que el presidente se haya metido en el lío del Estatuto: necesita los votos de ERC para gobernar en Cataluña y en Madrid; quiere ser el protagonista de una segunda transición que implicaría un cambio en el modelo de Estado; el nuevo escenario le ayudaría a que ETA dejara las armas.

A socialistas como Benegas les parece increíble que, de nuevo, estemos «discutiendo en este país qué somos». Porque ese debate, que costó sangre sudor y lágrimas, ya se dio por resuelto en el 78. «Claro que entonces discutimos sobre el término nación» -me comentó Benegas el pasado viernes. «Precisamente el término nacionalidad se introdujo para distinguir a las regiones de las llamadas nacionalidades históricas que querían denominarse como nación. La Constitución fue un encaje de bolillos en el que todo el mundo tuvo que ceder. Derechas, izquierdas y nacionalistas».

Recuerda Benegas que incluso se llegó a discutir sobre el derecho de autodeterminación, que propuso el entonces diputado de Herri Batasuna Francisco Letamendía. Arzalluz hacía bromas y chirigotas, porque el PNV lo que quería era el concierto y el cupo. Es decir, los fueros. «La autodeterminación es una ensoñación trotskista», decía Arzalluz. Pues bien, ahora esa ensoñación forma parte del ideario nacionalista.

Votando el Estatuto en Cataluña y avalando su tramitación en el Congreso, el PSOE nos hace viajar en el tiempo, pero no hacia el futuro, sino hacia un pasado que creíamos ya superado.