MIRANDO DE REOJO A CATALUÑA

 

Artículo de Casimiro Garcia-Abadillo en “El Mundo” del 23.03.06

 

Los nacionalismos vasco y catalán tienen un denominador común. Ambos coinciden en el análisis de que su fortaleza está en relación directa con la debilidad del Estado español. Sin embargo, los dos también compiten históricamente por lograr ventajas comparativas.ETA ha sabido aprovecharse de ello.

  

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

  

ETA ha manejado siempre de forma magistral los tiempos. Por eso no es casual, ni mucho menos, que haya esperado a emitir su comunicado, anunciando un «alto el fuego permanente», a que la Comisión Constitucional haya aprobado el texto del Estatuto en el que se asume la definición dada por el Parlament a Cataluña como una nación.

Los nacionalismos vasco y catalán, cuyo resurgimiento se produjo coincidiendo con el desastre del 98, es decir, en plena crisis del Estado central por la pérdida de las colonias, se convirtieron en un elemento determinante de la crisis de una cierta idea de España.

Al margen de las raíces históricas y culturales en las que sustentan su ideario, había una base económica que explicaba el hecho de que una gran parte de la burguesía vasca y catalana abrazara la causa nacionalista. No en vano, se trataba de las dos únicas regiones españolas en las que la revolución industrial había generado un cierto grado de riqueza y permitido alcanzar un nivel cultural similar al de los países europeos más desarrollados.

Por tanto, hay una coincidencia sustancial en los objetivos de los dos nacionalismos: su deseo de distanciarse de España, a la que consideran causante de todos sus males y lastre para su modernización.

Pero también hay algo que los separa necesariamente: se trata de dos nacionalismos competitivos. Unos y otros se miran siempre de reojo respecto a las conquistas arrancadas al Estado español.

No hay más que recordar cómo se negociaron los estatutos de Gernika y de Sau y los modelos de financiación que se pactaron al comienzo de la Transición para el País Vasco y Cataluña, para percibir esa competencia no sólo por alcanzar un nivel de soberanía sustancialmente mayor que el del resto de las comunidades autónomas, sino también sensiblemente diferente entre ambas.

ETA ha sabido interpretar a la perfección esa dinámica centrífuga y, al mismo tiempo, competitiva que representan los dos nacionalismos para sacar ventajas políticas impensables en función de su propia capacidad como máquina del terror.

Cuando en enero de 2004 ETA se reunió con Carod-Rovira en el sur de Francia estaba haciendo una apuesta estratégica. En esos momentos se pensaba que el PP volvería a ganar las elecciones, pero Cataluña era una especie de reserva de la izquierda y el nacionalismo y a ETA le interesaba enviar un mensaje maquiavélico: donde no gobierna la derecha, no matamos.

El sorpresivo triunfo del PSOE, tras el atentado del 11-M, supuso una revalorización de su opción catalana.

En definitiva, ya no se trataba de sellar una alianza defensiva frente al centralismo del PP, sino de llevar adelante una auténtica ofensiva contra el modelo de España que había quedado establecido en la Constitución de 1978.

En noviembre de 2005, justo tras la reunión de 'Josu Ternera' con la cúpula de la banda en la que se decidió explorar las «vías políticas», ETA emitió un comunicado dirigido a los «agentes y organizaciones internacionales» en el que hacía esta interesante reflexión: «Los principales poderes del Estado español no han superado la crisis abierta con las acciones armadas del 11-M de 2004, y la mayoría de los partidos políticos y medios de comunicación españoles sufren las consecuencias de las contradicciones generadas por este hecho. En medio de esta crisis, destaca el debate en torno al modelo territorial español, y se evidencia la necesidad que tienen estos poderes de resolver su contradicción principal: el futuro de Euskal Herria y Catalunya y el reconocimiento de los derechos colectivos de estas dos naciones».

En ese mismo comunicado, ETA advertía: «La declaración del Congreso de los Diputados español del 17 de mayo de 2005 evidencia la ruptura del Pacto Antiterrorista firmado entre el PSOE y el Partido Popular».

Se puede decir más alto, pero no más claro. Según ETA, había que aprovechar la debilidad del Estado tras el 11-M para sacar adelante el reconocimiento nacional del País Vasco y Cataluña.

Más recientemente, en una declaración del pasado mes de febrero, dirigida a los «movimientos independentistas de los Paisos Catalans», ETA resaltaba que el alto el fuego en Cataluña había permitido «profundizar en la crisis del Estado español».

Está claro que ETA y su brazo político Batasuna quieren jugar un papel determinante en la vida política. El anuncio de su «alto el fuego» ahora tiene ese fin primordial. Es decir, rentabilizar todas las conquistas que se logren a partir de ahora en el autogobierno del País Vasco.

Si a Cataluña se le ha reconocido la denominación de nación sin dar un solo tiro, ¿cuánto más logrará el País Vasco con casi 1.000 muertos en su activo independentista?

Cuando ETA declaró una tregua en 1998, sus interlocutores fueron los partidos nacionalistas vascos. El Pacto de Lizarra era la consecuencia de un acuerdo previo y secreto que suponía la expulsión del PSOE y del PP de la vida política vasca y que tenía como fin la construcción de una Euskal Herria exclusivamente nacionalista.

Pero, en esta ocasión, los interlocutores de ETA no han sido dirigentes del PNV, sino líderes del PSE en representación del Gobierno.

Por tanto, la rentabilidad política de lo que suceda a partir de ahora en el País Vasco va a ser reivindicada por ETA-Batasuna en detrimento del PNV.

En una jugada de alto riesgo, en la que los terroristas quieren poner en bandeja al Gobierno de Rodríguez Zapatero el triunfo de haber logrado una ansiada paz, ETA quiere para sí la gloria de conseguir lo que el PNV no ha podido alcanzar tras más de dos décadas de gobierno en el País Vasco.

Al aceptar un Estatuto como el aprobado por la Comisión Constitucional, el Gobierno ha alentado las esperanzas de ETA de que se puede aspirar a un mayor grado de autogobierno en el País Vasco. En ese proceso competitivo entre nacionalistas, ETA quiere sacar más que Cataluña. Según su propio análisis, ahora es el momento de hacerlo. ¿Caerá el Gobierno en el señuelo de ETA, cediendo a sus aspiraciones políticas? Ese sería un precio demasiado alto por la paz.

 

PRECIO POLITICO

Cuando ETA se reunió con Carod-Rovira en enero de 2004 hizo una apuesta estratégica: donde no gobierna la derecha, no matamos.

En un comunicado emitido en noviembre de 2005, ETA dijo que había que aprovechar la crisis tras el 11-M para debilitar al Estado.

ETA quiere obtener rentabilidad política a cambio de no matar.Es decir, quiere lograr más de lo que Cataluña ha conseguido sin pegar un solo tiro.