EL CONSTITUCIONALISMO VASCO, ENTRAMPADO EN EL RELLANO DE LA ESCALERA

Artículo de Santiago Abascal en “El Semanal Digital” del 26 de octubre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Los partidos vascos no nacionalistas llevan años -en una torpe estrategia- abrazados a una extraña fe autonomista, abandonada hace mucho por el separatismo nacionalista.

El domingo se ha celebrado el trigésimo aniversario del Estatuto de Autonomía del País Vasco. Era la primera vez en los últimos años que la conmemoración de tal efeméride era convocada por el Gobierno vasco. El nacionalismo nunca quiso que el día del País Vasco fuera el que evocaba un acuerdo entre las distintas sensibilidades políticas de la región. Por eso se lanzaban a celebrar su particular día del partido (alderdi eguna) o el estúpido día de la patria vasca (aberri eguna) con ánimo de que sus festejos particulares se convirtieran en las fiestas asumidas por todos. Ya lo lograron con la bandera del partido, la ikurriña, que convirtieron en la bandera de la comunidad una vez llegada la democracia, y también en la Guerra Civil, ante una República desintegrada y dispuesta a hacer renuncias para lograr el concurso nacionalista en el bando republicano.

Finalizada la dictadura, el actual estatuto vasco se convirtió en un punto de encuentro entre las tendencias unitaristas, foralistas, y separatistas, que aparentemente iba a posibilitar la convivencia en paz y libertad. Falso, por cierto, pero ésa no es la cuestión de este artículo. Aparentemente todos hicieron renuncias; el nacionalismo prescindía de la secesión a cambio de una amplísima autonomía. Y los españolistas lograban mantener la unidad nacional a cambio de conceder una autonomía indeseable para ellos. Y entre ambos grupos, todas las gamas de colores. Si me permiten el símil, el nacionalismo bajo unos peldaños de sus pretensiones disgregadoras, aunque fuera estratégicamente. Y los demás, subieron unas escaleras que no deseaban para alcanzar un acuerdo, un punto de encuentro. Y todos, o casi todos, menos los terroristas, se encontraron en el rellano de la escalera.

Desde entonces, el nacionalismo no ha hecho otra cosa que inquietarse en el rellano, echarse escaleras arriba camino del monte, y traicionar ese acuerdo. Estella, el pacto con la ETA, para romper el estatuto y destruir España fue la gran traición al acuerdo estatutario y la prueba de fuego de que el nacionalismo solo veía en el estatuto el campo base para la independencia, y en tales términos lo expresó Arzallus alguna vez.

Visto lo visto resulta inconcebible, por torpe e improductivo, que el PP y el PSE continúen en el rellano de la escalera, con inconsciente algarabía, celebrando un acuerdo que ha muerto; resulta kafkiano ver al PP y al PSE bailando imaginariamente con una novia que no les quiere y hace tiempo echó a galopar hacia el infinito independentista, escaleras arriba. Resulta, en definitiva, un poco triste y melancólico observar al PP y el PSE celebrar un acuerdo muerto, en el que no creían antes, que no era un ideal para ninguna de esas fuerzas sino un punto de encuentro.

Pero fenecido tal punto de encuentro, finalizado el noviazgo, ¿a qué esperan el PP y el PSE para mantener posiciones más dignas en las que, en vez de celebrar un acuerdo inexistente, puedan apostar por sus propios postulados ideológicos, aunque fuera estratégicamente? Porque en una futura negociación con los nacionalistas, ¿cuál será el punto de partida de las fuerzas políticas nacionales?, ¿el rellano de la escalera? Así siempre perderemos, y poco a poco, escalón a escalón, seguiremos al nacionalismo monte arriba.

Yo, mientras algo cambia, me apunto a una significativa y clara recentralización del Estado, con la recuperación inevitable de unas cuantas competencias significativas. Ya sé que la cosa no va por ahí, pero alguien tiene que decirlo.