IBARRETXE Y ETA REGRESAN A LIZARRA

 

 Artículo de (AUTOR INIDENTIFICADO)   en  “ABC” del 31/12/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

No es para prorrumpir en aleluyas, pero resulta que ha resucitado el pacto de Lizarra, aquel contrato político entre PNV, EA y ETA para impulsar una construcción nacional vasca fundada en la exclusión política y social de los «enemigos de Euskalherria» (sic), esto es, del PP, PSOE y sus muchos votantes vascos. La precipitación de ETA y el consenso entre PP y PSOE frustraron entonces ese asesinato de la democracia, pero resulta que la ruptura del consenso constitucional y el vaciado del Pacto Antiterrorista conlleva facturas mucho más gravosas y caras de lo que muchos calculaban.

La primera factura presentada al cobro es la aprobación del plan Ibarretxe en el Parlamento vasco mediante el préstamo batasuno de tres votos decisivos. Soy el primero en agradecer la claridad del gesto, que obligará a todos (es un deseo piadoso) a saber a qué atenerse: la resurrección del Pacto de Lizarra, aquello que el denostado y relativizado Acuerdo por las Libertades había dejado en coma.

Es posible bosquejar lo ocurrido entre bastidores, los pactos y negociaciones ETA-PNV y PSE-Batasuna que han llevado al desastre actual. Recordemos, en primer lugar, la debilidad de ETA a consecuencia del Pacto Antiterrorista, la Ley de Partidos y la ofensiva policial, que obliga a los terroristas a «la vuelta a la política» (sui generis) anunciada en el mitin del Velódromo donostiarra. En segundo lugar el plan Ibarretxe, que sólo podía progresar asociando al mismo a ETA-Batasuna en tanto que instrumento útil para el progreso paulatino hacia una autodeterminación vedada a la brutalidad terrorista. En tercer lugar, las elecciones del 14-M, que llevaron al poder a un PSOE aliado con el nacionalismo centrífugo y diversas minorías rampantes vagamente identificadas como «progresistas», con el programa común de improvisar una refundación del Estado basada en la minimización de las diferencias históricas entre nacionalismo e izquierda y en el divorcio absoluto con la derecha. Y finalmente un PP a la defensiva, atrapado en el enredo de la comisión del 11-M, en una historia que, en todo caso, siempre remite al vuelco electoral del día 14 de marzo y a los distintos errores que lo precedieron y siguieron. Es difícil imaginar un cuadro más favorable para resucitar Lizarra.

Añadamos algunas anécdotas locales. Batasuna, hace un año al borde del naufragio definitivo, lleva meses tolerada y campando por sus respetos. En las últimas semanas, emisarios autorizados han recorrido las reabiertas herriko-tabernas para predicar a las bases la llegada de la hora de la política, de una política, claro está, que arranque la independencia bajo la amenaza del regreso al terrorismo. Y no olvidemos que reputados líderes socialistas vascos llevan tiempo paseando sin escoltas y prometiendo a sus maltratados concejales que el año próximo todos podrán hacer lo mismo. Todo indica que la dirección del PSE intenta la réplica vasca del tripartito catalán: una mayoría PSE-Batasuna-IU. Las evasivas gubernamentales a la hora de aplicar la Ley de Partidos a los avatares de Batasuna como SA es congruente con ese deseo.

Finalmente, el último Euskobarómetro contiene avisos que deben tenerse en cuenta. La mayoría de los encuestados rechaza el plan Ibarretxe por motivos como su inconstitucionalidad o la amenaza de fractura social, pero una mayoría superior prefiere que Ibarretxe, el político más puntuado, siga siendo lendakari. Además, siete de cada diez encuestados expresan su intención de votar en el anunciado referéndum ilegal. Esto significa que el rechazo al plan Ibarretxe es mucho más pasivo que activo y carece de cualquier atribución de responsabilidad cívica y política. Quizás una acción continuada del constitucionalismo podría profundizar el rechazo social del plan Ibarretxe y extenderlo a los responsables, pero resulta que el Plan López ha servido para reforzar al nacionalismo y malherir al constitucionalismo vasco.

Así pues, la aprobación del plan Ibarretxe tendrá tres efectos inmediatos. Primero, un progreso del nacionalismo étnico y excluyente por la vía de los hechos consumados, la arbitrariedad y la impunidad. Segundo, desactivar el Plan López y sus pretensiones de atraerse electorado nacionalista a costa del abandono del constitucionalismo y de la maragallización del PSE. Y tercero, poner la pelota en el tejado del Gobierno y el Parlamento nacionales: ¿qué hará el gobierno de Zapatero para impedir el referéndum ilegal anunciado?; ¿será rechazado en el Parlamento español el engendro de Estatuto soberano bosquejado en el plan Ibarretxe?; ¿seguirán Cataluña y las «comunidades nacionales» que oportunamente aparezcan ese mismo camino? La farsa parlamentaria de Ibarretxe ha terminado con todas sus mentiras al descubierto -no pactar con ETA, aprobar su plan en ausencia de violencia-, como también los cálculos ridículos de sus imitadores. Pero si en 1999 el frente de Lizarra tuvo enfrente una sólida oposición -no un sólo partido, sino todo el constitucionalismo cívico y político-, hoy ésta aparece dividida y enemistada por disensiones peregrinas.