LOS OBISPOS RECHAZAN EL PLAN IBARRETXE
Editorial de “ABC” del 08/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LA nota de
Prensa hecha pública ayer por la Conferencia Episcopal en relación con el plan
Ibarretxe merece el elogio de los sectores más sensatos de la sociedad española.
Mientras el Gobierno socialista reacciona de forma tibia y actúa en función de
su estrategia partidista, la Iglesia habla alto y claro sobre un problema muy
grave que no puede ni debe minimizarse, como pretenden Rodríguez Zapatero y un
amplio sector del PSOE. Es imprescindible en la circunstancia actual que las
instituciones que vertebran nuestra sociedad se pronuncien expresamente en
defensa de la España constitucional, a la que desafía sin rodeos el aparente
proyecto de reforma del Estatuto vasco, que encubre en rigor una alteración
sustancial de la Constitución.
En este punto incide con acierto la nota de los obispos, en términos análogos a
los que habían anticipado en días anteriores monseñor Cañizares y monseñor
García-Gasco. Es «inadmisible», en efecto, la pretensión de alterar de forma
unilateral el ordenamiento jurídico en función de la propia voluntad de poder.
Mucho más cuando se trata de la fórmula de convivencia adoptada por una
«sociedad pluricentenaria», referencia ésta singularmente adecuada porque apunta
al centro de gravedad del asunto: España es una de las naciones más antiguas y
sólidas de Europa; no es, en cambio, como algunos pretenden, un Estado
artificial, producto de la yuxtaposición de entidades dotadas de poder
originario, libres por ello para asociarse o separarse a su propio albedrío. La
apelación al documento de noviembre de 2002 sobre terrorismo y nacionalismo
totalitario resulta muy significativa: en el plano moral no es admisible
cualquier modo de propugnar la independencia y, más aún, la «idolatría» de la
propia nación conduce a una perspectiva nihilista y anticristiana. Desde un
punto de vista positivo, los obispos recuerdan que la Constitución es el marco
«ineludible» de nuestra convivencia, «fruto maduro» de una voluntad común. No
niegan la posibilidad de reforma, puesto que, como toda obra humana, «no es
perfecta»; pero toda propuesta de modificación debe respetar las formas y los
contenidos derivados del ordenamiento vigente. Es una exigencia elemental en el
plano jurídico y político. También lo es, como recuerda ahora el magisterio de
la Iglesia, en el ámbito moral y del «bien común».
Estas palabras precisas y rigurosas han sido descalificadas en bloque y sin
matices por los partidos nacionalistas, incluido -en primera fila- el Partido
Nacionalista Vasco, que no parece tener presentes las raíces democristianas de
alguno de sus sectores históricos y que sólo acepta la voz de la Iglesia cuando
considera que favorece sus posiciones, aunque sea de forma circunstancial. En
todo caso, el conjunto de los obispos españoles ha sabido ejercer con prontitud
y con firmeza su derecho y su deber de ilustrar a la sociedad sobre un asunto de
tan graves repercusiones. He aquí una buena prueba del sentido de la
responsabilidad que ofrece una institución que habla en nombre de muchos
millones de ciudadanos, víctimas desde hace unos meses de una ofensiva laicista
que -paradójicamente- invoca en falso el nombre de la Constitución.