AL FONDO, CIU

 

 Editorial de   “ABC” del 10/01/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

  

LA tibia reacción de Rodríguez Zapatero ante el plan Ibarretxe no es únicamente producto de su tendencia natural a tomarse las cosas con calma. Es, sobre todo, fiel reflejo de la debilidad parlamentaria del Gobierno socialista. En efecto, Esquerra Republicana ha resultado ser -como era previsible- un aliado errático, muy dividido en corrientes internas y que traspasa con frecuencia los límites del sentido común, incluso en una interpretación muy generosa. A su vez, Izquierda Unida tardará en superar las secuelas de su reciente congreso, resuelto con la supervivencia bajo mínimos de Gaspar Llamazares. No es extraño, pues, que algún dirigente del PSOE se haya planteado (incluso en público) la conveniencia de un « giro estratégico » o, para decir lo mismo con un eufemismo, de una «ampliación de la estabilidad parlamentaria». No se trata sólo del desafío soberanista, sino de que en los meses que llevamos de legislatura cada vez que el Gobierno necesita los votos de ERC se ve obligado a una negociación específica, que concluye siempre en nuevas concesiones para formar una cadena interminable.

En la práctica, la posibilidad real de modificar la política de alianzas es bastante reducida. Ni siquiera se contempla la hipótesis de una «gran coalición» con el Partido Popular a efectos de política territorial y otras cuestiones de Estado. No hay nada que hacer, a día de hoy, con el PNV, aunque habrá que ver cómo se plantea el asunto después de las elecciones vascas. Queda, por tanto, la opción de Convergencia i Unió y por este camino apuntan las pretensiones del Partido Socialista, que van más allá al parecer de una mera reflexión teórica. Es cierto que el nacionalismo catalán moderado no pasa por su mejor momento: Durán Lleida, líder flexible y pragmático, contempla con preocupación los guiños hacia el radicalismo de la actual dirección convergente, perdida en una difícil travesía del desierto tras la retirada de Jordi Pujol -quien ayer mismo criticó los modos y maneras del tripartito- y la derrota electoral. Con CiU como socio, el PSOE podría abordar una reforma profunda pero «asumible» del Estatuto de Cataluña. Sin embargo, los socialistas deberían recordar que tampoco pueden contar con este nuevo apoyo en materias de alto valor simbólico como los papeles del Archivo, las selecciones deportivas o el debate lingüístico, que dañan sin remedio su estrategia como partido de ámbito nacional.

La singular coyuntura política que vive Cataluña introduce factores muy complejos. ERC pretende un Estatuto «de máximos» que, salvo por una mayor contención retórica, apenas se distingue en su contenido del texto aprobado por el Parlamento vasco. Los sectores más sensatos de la sociedad catalana rechazan la visión antipática e insolidaria que los republicanos transmiten hacia el resto de España. Maragall, verdadero cerebro de la política territorial socialista, no está dispuesto por ahora a que se ponga en peligro el tripartito, porque ello supondría un serio problema para su permanencia en el poder. Pero si la cuerda se tensa en exceso, no es descartable la opción de convocar elecciones autonómicas, que el PSC abordaría en este momento con expectativas favorables según las encuestas. He aquí algunas piezas interdependientes en este complicado tablero de ajedrez. Es llamativo, sin embargo, que la grave situación creada por el desafío frontal a la Constitución sea objeto de análisis por algunos políticos en términos estrechos de interés partidista y coyunturales. La gran mayoría de los españoles exige al presidente del Gobierno altura de miras y sentido de Estado, más allá del oportunismo táctico. Empieza una semana importante.