ESPERANZADOR DESHIELO
Editorial de “ABC” del 15/01/2005
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
EL resultado
de la entrevista mantenida ayer en La Moncloa por José Luis Rodríguez Zapatero y
Mariano Rajoy, envuelta en densas incertidumbres, otorgó a los españoles una
estimable ración de tranquilidad. La gran mayoría de la sociedad ha percibido
con satisfacción que existe un cierto clima de entendimiento entre el Gobierno y
la oposición, que representan al 80 por ciento de los votantes, en lo que
concierne al rechazo absoluto a la viabilidad del plan Ibarretxe y a la apertura
de un diálogo serio, formalizado a través de una comisión conjunta, entorno a
las posibles reformas sobre la organización territorial del Estado. Los últimos
episodios de la interminable puesta en escena del desafío soberanista son fiel
reflejo de la complicada posición en que se sitúa el Gobierno. Zapatero estuvo
firme, sin duda, en la reunión del jueves con el lendakari; pero la simbología,
esencial en la democracia, trasladaba la imagen de una confrontación de dos
legitimidades enfrentadas.
En la misma línea se sitúa la recepción en el Congreso al presidente del
Parlamento vasco, a pesar de las cautelas protocolarias y de la prudencia
exhibida por Manuel Marín para solventar la difícil papeleta. Atutxa cumplió el
objetivo nacionalista de solemnizar la entrega oficial del documento, cuando en
rigor se trata de un simple trámite administrativo. Pero, sobre todo, transmitió
una petición descabellada, rechazada de forma rotunda por Marín, acerca de la
formación de una comisión bilateral para analizar el texto antes del Pleno que
rechazará su toma en consideración. La eventual presencia de miembros de la
ilegalizada Batasuna o del grupo parlamentario que debería estar disuelto (y no
lo está por razones imputables al propio Atutxa) supone una propuesta abierta
para devolver a Otegi y los suyos un protagonismo inmerecido. Es también una
ofensa a las víctimas y a millones de ciudadanos que desean ver a ETA y a sus
seguidores expulsados del lugar reservado a las personas honorables.
EN todo caso, el presidente de la Cámara de Vitoria ha dejado muy claro que el
PNV busca la negociación «entre Euskadi y España», como ellos dicen,
pretendiendo una confrontación imposible entre la parte y el todo, que es
imprescindible desterrar del lenguaje político y mediático. Se le han dado
excesivas facilidades a los nacionalistas para presentar en las máximas sedes
del Ejecutivo y del Legislativo una opción que rechaza frontalmente la soberanía
nacional, que, como bien dice la Constitución, «reside en el pueblo español, del
que emanan los poderes del Estado». Pero no pueden abrigar ninguna esperanza en
cuanto al fondo del asunto: el Gobierno ha sido muy claro en su «no».
Más importancia tiene la entrevista de ayer entre Zapatero y Rajoy,
representantes de esa voluntad del PSOE y del PP que el lendakari contrapone
mediante una trampa dialéctica a la voluntad del pueblo vasco. Es digna de
elogio la generosidad política que revela la oferta de pacto planteada por el
líder popular. Hace tiempo que la sociedad exige a los dos grandes partidos de
ámbito nacional que pongan freno a las exigencias desmesuradas de los grupos que
sirven para completar mayorías parlamentarias. La negociación y el acuerdo,
legítimos en toda democracia, no deben suponer una modificación de las reglas
del juego, que tienen que quedar resguardadas de las circunstancias
coyunturales. Hay un amplio margen para pactar alianzas en materia de
inversiones o de políticas sectoriales. El PP ha presentado un «mapa de lo
inamovible», ofreciendo una garantía de gobernabilidad y de estabilidad
parlamentaria. Según este esquema, PP y PSOE conforman el núcleo duro del poder
constituyente, que no sólo afecta a la reforma formal de la Constitución, sino
también a los Estatutos de Autonomía y otras leyes vertebradoras del sistema.
A su vez, la propuesta de Zapatero, planteada como un pacto de «lealtad», siendo
diferente en aspectos importantes, puede reconducirse a un procedimiento de
diálogo. Es evidente que sin el consenso del PP resulta imposible la reforma de
la Constitución, pero también es fundamental que el principal partido de la
oposición participe del acuerdo sobre reformas estatutarias que, en las
circunstancias actuales, podrían ser aprobadas por las mayorías que el Gobierno
ha formado con sus socios más o menos formales. Resultaría incoherente que el
PSOE persistiera en el empeño de crear un «pseudobloque constitucional» junto
con los nacionalistas, excluyendo al centro-derecha, que ha mostrado su clara
voluntad de llegar a un entendimiento en asuntos de Estado.
Ayer lo hubo en La Moncloa, con un acuerdo que implícitamente tiene categoría de
compromiso documental y que supera en jerarquía al lenguaje de los gestos en el
que tan hábilmente se mueve Zapatero. Porque no es lo mismo centralidad que
hacer equilibrios, como tampoco se puede confundir la flexibilidad con la
ambigüedad.
La tentación sigue presente en algunos estrategas del equipo del jefe del
Ejecutivo, pero el razonable resultado de la entrevista permite atisbar nuevas
posibilidades. No hay que olvidar, en todo caso, que el Gobierno sigue apoyado
en una mayoría que completa ERC (que ayer mismo aviso a Zapatero de que el
acuerdo con los populares es incompatible con el firmado con los
independentistas) y que el tripartito catalán plantea exigencias de imposible
encaje con los criterios del PP. Consigue el Ejecutivo ampliar el principio de
diálogo universal que caracteriza su forma de hacer política, pero debe tener
presente que tarde o temprano tendrá que optar por planteamientos que son
rigurosamente incompatibles.
Rajoy ha cumplido con su deber y ambos líderes han conseguido transmitir un
mensaje de sosiego -al menos transitorio- en un debate cada vez más encrespado.
Cada uno asume su responsabilidad, y en democracia la decisión la tomarán los
electores en su día.