IBARRETXE, EN EL CONGRESO
Editorial de “ABC” del 11-2-05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Los
recursos de amparo interpuestos por diputados nacionalistas ante el Tribunal
Constitucional no han impedido que hoy se debata y vote el plan Ibarretxe en el
Congreso. Será una de esas ocasiones en que el debate parlamentario, por la
confusión de motivaciones que lo ha producido, puede generar beneficios
engañosos, o efímeros, en todo caso; y abonar tácticas perniciosas para los
intereses generales. El plan Ibarretxe no debió ser admitido por la Mesa del
Congreso, porque tal decisión convalidó el fraude de Constitución cometido por
la Cámara de Vitoria y porque ha servido a la estrategia nacionalista de
confrontar la «voluntad» del País Vasco con la del resto de España. Aunque la
explicación gubernamental suena bien, porque, sobre el papel, es difícil
oponerse a las bondades del debate y la confrontación de ideas, que es lo mismo
que dice Ibarretxe para dar curso a su propuesta soberanista. Suena bien este
razonamiento, aunque su consecuencia práctica haya sido el desplazamiento de las
instituciones y de las leyes, que de haber sido aplicadas habrían supuesto el
bloqueo de una propuesta endémicamente inconstitucional y la salvaguarda del
Parlamento nacional frente al tacticismo nacionalista.
Finalmente, Ibarretxe tendrá lo que quería desde el primer momento: la tribuna
del Congreso para defender el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. Así
pondrá imagen a la esencia de su Plan, que es la relación bilateral y en plano
de igualdad entre el País Vasco; y se irá con un abrumador y democrático rechazo
de la Cámara Baja a su propuesta, nada que no esperara pero sí que deseara para
alimentar el victimismo nacionalista, por mucho que Zapatero se proponga no
alimentar esa impresión en su réplica de hoy. Ha sido un error facilitarle esta
estrategia, que es lo que tenía que haber combatido, porque su rechazo al plan
estaba ya descontado, como el del PP. Lo que buscaban los nacionalistas era lo
que ya han conseguido: que las dos principales instituciones políticas del
Estado -la Presidencia del Gobierno y el Parlamento nacional- sirvieran de
plataforma propagandística para las expectativas electorales del PNV.
PUESTOS en la tesitura de debatir y votar el plan, al menos, y no es poco, los
ciudadanos podrán visualizar la convergencia de populares y socialistas en el
voto negativo a la propuesta soberanista. Pero no es suficiente si ambos
partidos también están de acuerdo en que el Plan sólo es la imagen de una
estrategia de fondo a largo plazo, que busca la consolidación electoral de la
hegemonía nacionalista en el País Vasco. Lo que hay que saber es si el PSOE está
dispuesto a rechazar ambas cosas: el plan y la estrategia, y a producir una
inflexión histórica en la sociedad vasca y que los partidos constitucionalistas
derroten al nacionalismo.
Pero no es seguro que así vaya a ser. Al menos eso se desprende de las
intenciones de Zapatero, de las que informa hoy ABC, respecto a la forma de
encarar el día siguiente de la presencia de Ibarretxe en el viejo caserón de las
leyes de la Carrera de San Jerónimo. Al parecer tiene previsto abordar el debate
parlamentario como la ocasión propicia para abrir una «tercera vía» entre el
«nacionalismo» español del PP y el soberanismo del PNV.
CIERTAMENTE, el PSOE es muy libre de marcar, con toda legitimidad, las
diferencias que tenga por convenientes con los populares. Incluso de extremar la
cautela para evitar la imagen frentista que tanto gusta al PNV, pero si se
confirma esta novedosa actitud del presidente del Gobierno, el proceso que se
abra huirá, en efecto, del frente con el PP, pero para crear otro frente, entre
PNV y PSE, que, además de que parece que persigue la marginación de los
populares, reedita en muchas peores condiciones la coalición que gobernó el País
Vasco entre 1986 y 1998, con un resultado del que el socialismo parece haber
aprendido bien poco. Además, el PP tendrá motivos para sentirse estafado porque
lo que se anunció en La Moncloa era una coincidencia (no le llamemos pacto) de
principios en la defensa del orden constitucional, algo difícil, cuando no
imposible, de hacer compatible con el PNV de Lizarra. No es bueno que el
Gobierno hiciera suyo el falaz argumento de la equidistancia, tan propio del
discurso nacionalista, para situar al PP en un extremo opuesto al del
soberanismo radical del PNV. Si este discurso causara estado, el Gobierno
cometería el grave dislate de tipificar la lealtad del PP con la Constitución y
la unidad nacional de España como un nacionalismo equivalente al del soberanismo
rupturista y desleal del PNV, con el cual, sin embargo, Zapatero sí parece
dispuesto a la transacción.
A estas alturas, y vistas las dimensiones del desafío planteado por el PNV,
parece que la única vía es que los constitucionalistas derroten al nacionalismo.
Ése ha de ser el siguiente objetivo de socialistas y populares, porque el plan
Ibarretxe no descarrilará hasta que ese vuelco se produzca. Pero para ese
objetivo de poco valen las tibiezas y las arcangélicas disposiciones a un futuro
acuerdo y sí sirven las convicciones firmes en el modelo de Estado que los
españoles eligieron en 1978. En todo caso, hoy el Congreso debe aprovechar su
oportunidad de decir no al plan Ibarretxe con un mensaje tranquilizador para la
inmensa mayoría de los españoles y disuasorio para todos los demás.