DE ENTRADA NO, PERO...

 

 Editorial de “ABC”  del 2-2-05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Obligado por una decisión legalmente discutible a debatir y votar la propuesta soberanista remitida por el Parlamento vasco, el Pleno del Congreso de los Diputados no fue finalmente un mero trámite para la repetición de discursos ya expuestos y ratificados, sino la ocasión que permitió dibujar algo más que el rechazo al plan Ibarretxe.

También hubo una definición de criterios políticos de fondo sobre la solidez del sistema constitucional, el futuro del modelo territorial y las disposiciones de los grupos parlamentarios sobre la agenda de esta legislatura, todo ello con la mirada puesta en las próximas elecciones vascas, referencia obligada para las distintas estrategias de partido.

El plan Ibarretxe llegó previamente descartado, como no podía ser de otra manera, y tan carente de interés como el discurso del lendakari Ibarretxe, pregonero otra vez, como siempre que viaja a Madrid, del conflicto histórico -casi doscientos años, se atrevió a señalar- que enfrenta a Euskadi con España, según el imaginario nacionalista.

Obviamente, Ibarretxe -al que el turno de réplica le sirvió básicamente para sacar a pasear su secular victimismo y arremeter contra el PP- no trató de convencer a los diputados de la pertinencia de tomar en consideración su propuesta, sino de prevenir y galvanizar al electorado nacionalista, destinatario de la precampaña electoral que el Gobierno vasco y el PNV iniciaron el pasado 30 de diciembre, cuando el Parlamento de Vitoria aprobó, con el apoyo de Batasuna y de ETA, la propuesta de libre asociación de Euskadi a España.

La mano tendida de Zapatero

El debate encubierto era el protagonizado por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder del PP, Mariano Rajoy, no porque discreparan acerca de la respuesta al nacionalismo vasco, sino porque al hilo del plan del lendakari iban a salir a relucir principios y conceptos claramente vinculados al modelo territorial y a las reformas estatutarias.

En definitiva, a la continuidad constitucional de España. Por tanto, sus discursos iban a encarar, por elevación, el día después al rechazo al plan Ibarretxe. El presidente del Gobierno fue inequívoco a la hora de expresar la oposición del Ejecutivo a la propuesta soberanista de libre asociación, como también lo fue el portavoz del Grupo Socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba.

No cabía esperar otra cosa y ni uno ni otro se salieron de sus compromisos previamente anunciados, pero tampoco dejaron pasar la coyuntura para deslizar mensajes que indican que, si bien el plan Ibarretxe acabó ayer su trámite parlamentario, queda sobre la mesa la disposición socialista a negociar una reforma estatutaria distinta.

Zapatero, fiel a su estilo y a su visión seráfica de la contienda política, construyó un discurso en el que derrochó talante, pero en el que se echaron en falta referencias más nítidas a ETA y a las víctimas del terrorismo.

La rendición del Estatuto

El Gobierno renunció a colmar una respuesta a largo plazo, estratégica y de fondo para abordar el verdadero problema que representa el nacionalismo vasco, que no es el plan Ibarretxe, sino su deslealtad enfermiza hacia la Constitución y el Estatuto. El presidente del Gobierno tomó prestadas del lendakari expresiones realmente intercambiables, porque cuando afirmó que «juntos debemos decidir» o le invitó a abrir «el tiempo de un acuerdo definitivo», Rodríguez Zapatero estaba descartando, en efecto, el plan Ibarretxe, pero también la ratificación del Estatuto de Guernica.

 Y no es poca cosa para el nacionalismo tener la certeza de que, sin contrapartida alguna y con ETA en activo, el Gobierno de la Nación ya ha roto el perímetro de seguridad colectiva que representaba la intangibilidad del Estatuto vasco. La suavidad retórica empleada por Rodríguez Zapatero al abordar la crítica a la propuesta soberanista de libre asociación, unida al desplazamiento del socialismo vasco hacia áreas de influencia ideológica del nacionalismo, auguran un nuevo tiempo en la relación con el PNV, también insinuado por el lendakari cuando defendió «el derecho a decidir y la obligación de pactar».

EL presidente del Gobierno no engañó cuando dijo que a partir del Pleno de ayer comenzaría un nuevo tiempo. Por ahora sólo ha empezado el desplazamiento del PSOE a posiciones transaccionales para mitigar las propuestas soberanistas de los nacionalismos más radicales, sin que sea un factor de certidumbre la apelación, tácita o explícita, a una «vía catalana» de la que sólo se está conociendo el procedimiento, pero todavía no el resultado.

Rajoy: discurso de Estado

Por eso, hizo Mariano Rajoy el discurso que pronunció, cuajando una intervención parlamentaria de hondo calado, sintetizando la respuesta del PP al plan Ibarretxe, por supuesto, pero incluyendo además una serie de argumentos bien estructurados y precisos sobre el sentido constitucional del primer partido de la oposición, todo ello bajo una consideración fundamental: que el problema del País Vasco no es el Estatuto de Guernica, sino la falta de libertad.

Rajoy no regaló a sus adversarios políticos el discurso previsible de la derecha crispada, sino una exposición templada, irónica y solvente sobre las razones por las que no es admisible el plan del lendakari, y tampoco ningún otro proyecto de reforma del actual marco constitucional que venga disfrazado de reforma estatutaria.

En buena medida, el discurso de Rajoy fue el propio de un representante del Gobierno de la Nación y no tanto de la oposición, porque de sus palabras no trascendía posición partidista ni ideológica concreta, sino una afección incondicional con la Constitución, la Ley y las instituciones democráticas.

La Esquerra crispante

Es evidente que la trayectoria del PSOE y del Gobierno de Rodríguez Zapatero marca como destino un entendimiento estable con los nacionalistas antes que con el PP. Coincidencias con los populares como la de ayer en el Congreso incomodan a los socialistas, sobre todo porque ponen de manifiesto la repelencia inadmisible de sus socios de Esquerra Republicana hacia el orden constitucional.

Algo tuvo que conmoverse en el interior de Rodríguez Zapatero cuando oyó el discurso del portavoz de los independentistas catalanes, Joan Puigcercós, quien, haciendo abstracción de su condición minoritaria, fijó como objetivo de esta legislatura la segunda transición que habrá de llevar a un Estado federal y plurinacional.

EN otras condiciones, el discurso de Puigcercós sería el exabrupto de un partido radical y minoritario, pero es el PSOE el que, teniendo otras opciones de coalición y apoyos parlamentarios, ha elevado a Esquerra a la condición de pivote de su estabilidad política, lo que, por desgracia, confiere a las palabras de Puigcercós una trascendencia ineludible.

Puigcercós no dijo lo mismo que Rodríguez Zapatero, ni siquiera sus mensajes fueron complementarios y esta contradicción no es un problema para un partido independentista -de esos que siguen agitando el espantajo de Madrid como causa de todos los males-, sino para el partido nacional que lo ha elegido como socio. Por lo que respecta a las demás intervenciones, nada nuevo en el discurso de Llamazares, trufado de los tópicos al uso, y voluntaristas palabras las de un Durán Lleida que cuajó una intervención bien estructurada en la que recurrió a la equidistancia como fórmula.

Visiones de España

Fue la defensa encendida del Estatuto de Guernica el aviso más explícito de Mariano Rajoy tanto al PNV como al PSOE: el actual Estatuto es el mejor para el País Vasco, sentenció el presidente del PP, con la seguridad de saber que así golpeaba la estrategia común del frente nacionalista, que va del PNV a ETA, y comprometía el tacticismo del socialismo vasco.

Zapatero sabrá si, fuera del País Vasco, su discurso de ayer habrá conectado con el sentir de la mayoría de los votantes socialistas en el resto de España. Lo que no admite duda es que el contenido de las palabras de Mariano Rajoy respondió a lo que sus votantes demandan del líder del principal partido de la oposición.