PSOE-CIU: PUENTES DE DIÁLOGO SOBRE AGUAS TURBULENTAS

 

  Editorial de   “ABC” del 03.12.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Se advierten movimientos de fondo en el panorama político. Aunque el presidente del Gobierno echa balones fuera sin excesivo convencimiento, la aproximación entre el PSOE y CiU puede marcar un antes y un después en el incierto camino de una legislatura marcada por el debate territorial. La reedición a escala nacional del tripartito catalán choca un día tras otro con la actitud histriónica y el radicalismo de ERC. La alianza parlamentaria de un partido de Gobierno con un partido antisistema resulta impropia de una democracia sólida y de una sociedad que cuenta con un alto nivel de desarrollo social y económico. El comportamiento personal de alguno de sus líderes y la irresponsabilidad en materias que afectan al núcleo mismo del Estado convierten a ERC en un socio indeseable, cuya presencia en la vida política debería reducirse al papel, muy limitado, que le otorga su porcentaje de voto. Carod Rovira y sus representantes en Madrid no merecen la atención que les prestan los medios y la opinión pública en función de su carácter condicionante de la acción del Ejecutivo, derivada del empeño de Zapatero por convertirse -como dice con acierto Rajoy- en «prisionero voluntario» de los independentistas radicales.

En lo que concierne a CiU, es de sobra conocida su vocación de combinar el control de Gobierno autonómico con la máxima influencia en la política nacional. Jordi Pujol lo ha expresado gráficamente al referirse a la «marca de fábrica» de esta formación. Los ejemplos, bien conocidos, afectan tanto a la etapa de Felipe González como a la primera legislatura de Aznar. El nacionalismo moderado catalán busca con ahínco poner fin a la travesía del desierto, que se hace ya demasiado larga. Se trata, sobre todo, de una apuesta personal de Artur Mas, que ahora considera más rentable la moderación que los excesos de los primeros tiempos, después de haber logrado su objetivo y afianzado su figura política. Conseguido un Estatuto de máximos en el Parlamento catalán, ahora puede modular a conveniencia, madura ya incluso la idea de gobernar en Madrid. Aunque se ha visto pillado a contrapié por la oferta de pacto global, Durán i Lleida ha sabido jugar un papel inteligente en la negociación de la LOE, lo que confirma el deseo de CiU de reactivar una función de equilibrio -justificada siempre por razones de «estabilidad»- en la que se siente muy a gusto. Abrumado por una reacción social contra el Estatuto catalán mucho más fuerte de la prevista, Zapatero tiene ahora una baza que jugar a medio plazo, lo que podría aliviar relativamente su incómoda posición. Más allá del interés partidista, es bueno para España que ERC desaparezca del primer plano. Pero tampoco estamos en presencia de la panacea de todos los males.

Como es natural, estas maniobras de aproximación afectan a la estrategia del PP, que hoy celebra en Madrid un gran acto a favor de la Constitución. Una gran mayoría social conecta con los principios de unidad y autonomía que conjuga la Carta Magna vigente y así lo manifiesta cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo. Vistas las circunstancias, es imprescindible que el PP mantenga el rigor y el buen sentido que viene demostrando su presidente con su impecable discurso en favor de la nación española y con una presencia frecuente y fructífera en Cataluña.

En cuanto al PSC, es notorio que el socialismo catalán quedaría descolocado si se confirman las nuevas alianzas, aunque sería mejor no precipitarse, ni dar por seguro lo que está todavía en fase de tanteos y escaramuzas. En todo caso, Maragall ha sido el peor enemigo de sí mismo como líder de un tripartido a la deriva, y Montilla no pasa ciertamente por su mejor momento. En este contexto, si bien liberarse de ERC supone un alivio para cualquiera, está claro que ello dejaría al Gobierno catalán en una situación crítica. Por tanto, cualquier cambio de parejas pasa por un previo recuento de las fuerzas que aporta cada uno, después de la correspondiente convocatoria electoral, que en Cataluña sería en cualquier caso después de conocerse la suerte del Estatuto, cuyo resultado marcaría la jubilación, con gloria o fracaso, de Pasqual Maragall.