EL TRIPARTITO Y EL PSOE, HERIDOS

 

  Editorial de   “ABC” del 06.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Dos semanas después de su rocambolesco pacto con CiU para salvar un Estatuto catalán embarrancado por la contumacia errática de Maragall y el tripartito, el presidente Zapatero sigue viendo llover encuestas sobre el tejado de La Moncloa. Tras las publicadas por ABC y «El País», ayer fue el rotativo barcelonés «La Vanguardia» -con un sondeo elaborado por un antiguo asesor de Felipe González- el encargado de remojar las expectativas gubernamentales de un panorama político más sereno. Los estudios de opinión continúan reflejando una profunda decepción sociológica sobre el manejo presidencial de la crisis catalana, que ha provocado una seria erosión en el crédito del Partido Socialista.

Aunque Zapatero pueda vanagloriarse de una positiva acogida en el electorado de Cataluña, ni siquiera su pacto moderantista con el tardopujolismo ha serenado el malestar de una opinión pública ante la evidencia de los privilegios concedidos por el poder a las exigencias del lobby político catalán. El desgaste de la operación estatutaria ha provocado un sensible retroceso en la estima ciudadana del Gobierno, beneficiando a un PP que, sin crecer en expectativas de voto, se halla ligeramente por delante de los socialistas y deviene en claro beneficiario de los errores de su rival y de la alarma popular generada por la deriva fraccionaria del modelo territorial del Estado.

Más allá, empero, de este coste electoral, el empeño estatutario de Zapatero conlleva otra factura política que los socialistas van a pagar en la misma Cataluña, al incidir de manera directa en la estructura de poder coaligado -el Gobierno tripartido PSC-IV-ERC- que ha sostenido no sólo la presidencia autonómica de Maragall, sino la primera mitad del mandato del propio jefe del Gobierno. El malestar de Esquerra Republicana ante el repentino cambio de alianza preferencial escenificado en la cumbre entre Zapatero y Artur Mas ha abierto una sensible y dolorosa herida en el tripartito catalán, que difícilmente cicatrizará sin cobrarse alguna víctima de relieve.

Las advertencias formuladas ayer en Barcelona por Pasqual Maragall en presencia del presidente del Gobierno, reivindicando su autonomía para forjar alianzas al margen de la estrategia nacional del PSOE, no son sino la expresión del malestar que le ha ocasionado la maniobra de acercamiento de La Moncloa hacia quienes representan nada menos que la oposición al tripartito. El presidente de la Generalitat se siente desautorizado y teme que el pacto de Zapatero con CiU no sólo acorte su presente mandato, sino que comprometa sus expectativas de renovarlo en el futuro. La contrariedad encelada de Carod-Rovira parece ir bastante más allá de una escenificación retórica. Y aunque los intereses clientelares de Esquerra le impidan abandonar el poder autonómico y dejar caer a Maragall sin hacerse daño a sí misma, es evidente que en el teatro de operaciones catalán se está diseñando ya el libreto de la próxima legislatura, cuyo telón habrá de descorrerse con toda probabilidad una temporada antes de lo previsto.

Resulta obvio que un acuerdo con Convergencia i Unió es más tranquilizador para la opinión pública que la alianza previa con los poco recomendables socios de ERC. En ese sentido, siempre será preferible para los intereses nacionales un cierto anclaje en la relativa moderación que representa el partido de la burguesía nacionalista. Pero las maniobras de Rodríguez Zapatero revelan un sentido tacticista de la improvisación que no puede solventarse con el simple aplauso a su cintura política. El acuerdo de La Moncloa ha puesto de relieve la ausencia de un modelo y de una estrategia, reflejando la imagen de un presidente asfixiado por su propia imprudencia y que cambia de caballo en plena carrera para poder llegar, siquiera sin aliento, a la arbitraria meta que él mismo fijó en un mal cálculo de sus posibilidades.

Zapatero ha salido a duras penas de su atolladero, pero el coste de su falta de responsabilidad deja pendientes numerosas facturas: una, colectiva, en forma de modelo territorial desequilibrado, financieramente antigualitario y constitucionalmente dudoso; y otra, interna, muy onerosa para los propios intereses socialistas, que dejan a Maragall en precario, comprometen los lazos de intereses entre PSC y PSOE -ayer se encargó Montilla de ponerlo de manifiesto- y retratan al presidente del Gobierno como un político indigno de confianza que somete sus alianzas a albures de conveniencia. La euforia por el éxito de su regate en corto la están rebajando unas tercas encuestas que indican que los ciudadanos no se conforman con maniobras para salir del paso cuando está en juego nada menos que la estructura del Estado.