BATASUNA APRIETA TUERCA

 

  Editorial de   “ABC” del 03.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 El formateado es mío (L. B.-B.)

 

Batasuna ha convertido en hábito del proceso de negociación enmendarle la plana al Gobierno y al PSOE cuantas veces lo considera necesario y con la publicidad y lenguaje que mejor convienen a su notoria recuperación política. Cada vez que el Gobierno intenta calmar a la opinión pública elevando retóricamente el nivel de condiciones o exigencias a la izquierda etarra, Batasuna se encarga no sólo de rechazarlas sin contemplaciones, sino también de señalar la esterilidad de los emplazamientos que le hace el Gobierno, siempre incumplidos y siempre impunes. En esta línea de desfachatez consentida, el dirigente batasuno Pernando Barrena, volvió a fijar la posición de su partido -ilegal y disuelto, pero rehabilitado políticamente por el PSOE- en cuestiones esenciales de lo que el Gobierno llama proceso de «paz», tales como los presos o la ilegalización de Batasuna.

Con presos no hay paz, es lo que ha venido a decir Barrena, reiterando nuevamente un dogma de toda organización terrorista cuando afronta un proceso de negociación política con un Gobierno. Por otro lado, es lógico. Tanto el Ejecutivo como el PSOE parecen haber aceptado que el fin del terrorismo -con todas las reservas que reclama la mera enunciación de esta posibilidad- no consista en la derrota de ETA, sino en una mutación de su existencia ilegal en una opción política susceptible de pactos a medio plazo. En estas condiciones, al Gobierno le resultará complicado mantener la coherencia entre negociar política con terroristas y, al mismo tiempo, mantenerlos en prisión. Estuvo al quite el ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, cuando quiso aliviar la presión de la opinión pública ante la posibilidad de que el asesino en serie «Txapote» pudiera ser excarcelado en algún momento. Pero también Batasuna ha dejado claro que no acepta las distinciones de López Aguilar entre presos «recuperables» y «no recuperables». Entre estos últimos estaría, según el ministro de Justicia, «Txapote», para quien descartó cualquier acortamiento de condena. Pero el tal «Txapote», según el batasuno Barrena, no es tan malo porque no habría querido ofender a las víctimas con sus desplantes chulescos en los juicios ante la Audiencia Nacional, sino «reivindicar su lucha como militante de ETA». Dejando a un lado la evidente compatibilidad -y aun causalidad- entre ambas pretensiones, lo que queda claro es que «Txapote» no es una exageración de ETA, sino que es ETA misma y esto es lo que tiene que asumir el Gobierno: que la ETA con la que va a negociar es la ETA de Javier García Gaztelu, el asesino de Fernando Múgica y de Miguel Ángel Blanco. Negar o disimular esta realidad -como las realidades de la extorsión, de la violencia callejera o de los nuevos actos de amenazas y agresiones a no nacionalistas- sólo lleva a deteriorar la posición del Gobierno tanto en una mesa negociadora como en la propia lucha antiterrorista, menoscabada por un discurso que se centra en no reconocer -no verificar, por utilizar términos de actualidad- a ETA como es.

Batasuna ha tomado la medida de esta actitud del Gobierno y por eso también se ufana en su propia ilegalidad. No le urge volver a la legalidad porque no lo necesita. Siendo ilegal ha negociado durante años con el PSE, está realizando continuas actuaciones políticas -a pesar de tenerlas prohibidas judicialmente- y ha recuperado todo el protagonismo que le arrebató el Estado de Derecho. Las apelaciones del Gobierno a la ley de Partido carecen así de todo significado legal y político, quedando reducidas a un intento cosmético de guardar apariencias. Es más, Batasuna encuentra en su situación de ilegalidad el escenario ideal para mostrar las contradicciones del Gobierno y del PSOE con su propio catálogo de condiciones, entre las que se hallaba la de no hablar nunca con un partido ilegal. La batuta y la partitura están en manos de ETA.