LA OPORTUNIDAD DE RAJOY

 

  Editorial de   “ABC” del 30.08.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

EL mandato de Rodríguez Zapatero está viviendo un momento crítico, quizás el más negativo desde que accedió al poder. El mes de agosto que mañana termina ha sido un escaparate de todos los fracasos cosechados por el Gobierno, cultivados tras dos años de una intensa actividad de agitación y propaganda y nula gestión de los intereses generales. Las causas de este balance no pueden asociarse a factores externos, sino a los procesos de decisión que ha protagonizado, con singular exclusividad, el presidente, cuyo principal afán desde que llegó a La Moncloa fue dejar la impronta de su izquierdismo rupturista. Los prejuicios ideológicos del PSOE y la escasa calidad de los equipos formados en la mayoría de los ministerios han hecho imposible una gestión de los intereses generales acorde con las aspiraciones de una sociedad que estaba bien orientada hacia su definitiva modernización económica, internacional y estructural. Por el contrario, el ajuste de cuentas con el pasado, la negación de vigencia al pacto constitucional y la satisfacción de intereses minoritarios (o anticonstitucionales) se han articulado para dar a España un escenario pesimista y crispado. El Gobierno ha antepuesto la supervivencia de sus pactos a la administración sensata de los recursos del Estado. La complacencia con que desdeñan a España y a sus instituciones sujetos, grupos y gobiernos (como Batasuna, Evo Morales, los nacionalismos más radicales o el Reino de Marruecos) contrasta con el deleite con que el Ejecutivo recibe los desplantes de todos ellos.

Si es cierto que la oposición gana más por errores del Gobierno que por aciertos propios, el momento es idóneo para que el PP reivindique ante los ciudadanos su expediente de gestor, avalado por los ochos años de mejor gobierno de la democracia. Ayer, Mariano Rajoy se refería a la incompetencia del Ejecutivo socialista, abundando en una calificación que, para beneficio del discurso de los populares, salta a la vista de la mayoría de los ciudadanos españoles. A estas alturas, el Gobierno ya no puede apelar a las promesas o a que «lo mejor está por venir», como decía Zapatero, pues los síntomas de agotamiento político, confusión de ideas y ausencia de proyectos se acumulan en cada episodio de crisis migratoria, fracaso diplomático, chulería nacionalista o amenaza batasuna. El Gobierno se enfrenta a sí mismo, a su gestión y a sus resultados, no a las profecías postelectorales de un PP aturdido tras el 14-M o de sectores sociales desorientados por una derrota inesperada. Ya todo el mundo está en su sitio y las cosas se ven con claridad.

En general, las peores predicciones se han cumplido, por desgracia, y si antes había que esperar a ver qué pasaba con el Estatuto catalán, la alineación con Marruecos, la peligrosa diplomacia secreta con ETA o la demagogia con la inmigración, hoy ya se sabe qué está pasando. Y lo que está pasando retrata al Gobierno más incompetente que ha tenido la democracia española.

Por eso, éste es el momento de que el PP ofrezca sus alternativas a ciudadanos que ya sienten las consecuencias del mal gobierno socialista. No lo tiene fácil, pero lo tiene mucho mejor que hace unos meses, con unos ciudadanos escaldados de promesas incumplidas y de problemas innecesarios que han complicado su vida y que tienen su origen en la impericia de un socialismo desarraigado. Rajoy ha defendido en numerosas ocasiones una política de sentido común, que facilite las cosas a los ciudadanos. No encontrará mejor coyuntura que la actual para explicar con éxito esa forma de hacer política a una opinión pública más permeable a la alternancia cuanto más se disipan los ecos del 14-M. El PP ya ha anunciado que defenderá una reforma de la Constitución para proteger las competencias del Estado. Está bien, pero hace falta que los ciudadanos entiendan que, en esa empresa que les propone el PP, está en juego la calidad del sistema político, de los servicios públicos y de los principios de la convivencia nacional. Es decir, están en juego los fundamentos del bienestar alcanzado por los españoles. La complicidad de los ciudadanos es crucial para el PP, y para conseguirla habrá de lanzar mensajes de empatía con sus problemas, seguidos de soluciones realistas, en el contexto de un partido unido -lo que no significa necesariamente uniformado-, liberado de luchas intestinas, azuzadas muchas de ellas por intereses exteriores, y volcado en el objetivo de lograr un cambio político cada día más necesario.