EL «PROCESO» TAMBIÉN FRACASA EN CATALUÑA

 

  Editorial de   “ABC” del 11.06.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El fracaso político del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en la gestión de la tregua pactada con ETA por el Ejecutivo y el Partido Socialista de Euskadi también tiene su proyección en el ámbito catalán, no por una interpretación malévola de los acontecimientos, sino porque el acuerdo de gobierno con los independentistas de ERC en octubre de 2003 y la aprobación de un estatuto no autonómico, sino «nacional» y confederal, eran decisiones tácticas destinadas a realimentar un nuevo escenario en el que una negociación con ETA estuviera libre de condicionamientos constitucionales. Pudieron pensar en el Gobierno, asesorado por los desacreditados «expertos» sobre ETA y sobre resolución de conflictos, que no iba a tener sentido oponer a los terroristas la defensa de un orden constitucional y estatutario que iba a ser derogado en Cataluña. Sin duda alguna, muchos de los que apoyaron la reforma estatutaria nada tenían que ver con esta estrategia de fondo impulsada por el PSOE, pero, sin quererlo, concurrieron a propiciar su realización. Otros preparaban su cambio de discurso, como el PSE, en cuyos documentos estratégicos de los dos últimos años ya se habla de la necesidad de reformar el estatuto de Guernica para realizar el «proyecto nacional» vasco, forma explícita de etiquetar lo que Rodríguez Zapatero ha calificado ambiguamente en sus alocuciones institucionales sobre el «proceso de paz» como el acuerdo de convivencia que debían alcanzar los agentes sociales y políticos del País Vasco.

Ciertos episodios se entienden mejor ahora. Por ejemplo, la aproximación del PSOE a Esquerra Republicana de Cataluña, con la que formó gobierno en octubre de 2003. También el mantenimiento de la coalición presidida por Maragall después de que Carod-Rovira, número dos del tripartito, se reuniera con la cúpula de ETA en Perpiñán en enero de 2004. Carod no hizo algo muy distinto de lo que para entonces el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, llevaba dos años haciendo con Arnaldo Otegi en un caserío de Elgóibar. Las críticas de Zapatero a Carod-Rovira por entrevistarse con los etarras fueron entonces tenidas por un reproche sincero. Hoy, no pasan de un ejercicio de doble moral y, a lo sumo, de amonestación al socio independentista por poner en peligro las conversaciones del PSOE con Batasuna.

Para el Gobierno socialista era preciso que se abriera una brecha en el orden constitucional, y Cataluña fue el laboratorio de experimentación. No en vano, tanto Carod-Rovira como Maragall insistían en que el fracaso del proyecto estatutario no sería bueno para España ni, añadían, para el País Vasco, matiz éste que incluía una carga de intenciones en el nuevo estatuto con miras a exportar a la negociación con ETA un cambio constitucional de gran calado -y notoriamente ilegal- que satisficiera las demandas de los terroristas. Que ERC no apoyara finalmente el estatuto no tuvo más valor que el de acreditar el extremismo soberanista de este aliado preferente de Zapatero, pero no el desacuerdo con el propósito de engarzar la reforma del Estado con la negociación con ETA.

La tregua de ETA para Cataluña fue anunciada semanas después de la reunión de Perpiñán como un reconocimiento de los terroristas al avance de las fuerzas independentistas. Muchos se indignaron cuando el PP y amplios sectores de la sociedad vieron una coincidencia en la decisión de los terroristas y en el empeño socialista de llevar adelante un estatuto que, simplemente, sacaba a Cataluña de la Constitución de 1978. Será también una coincidencia que la falta de apoyo social significativo al nuevo estatuto y su diagnóstico inconstitucional -a reserva, claro está, de lo que declare el Tribunal Constitucional- vayan paralelos a un estado permanente de inestabilidad política en Cataluña, a la merma de respaldo electoral a ERC y al riesgo de crisis en el tripartito de la Generalidad, ya consumado en el Ayuntamiento de Barcelona. Y todo esto, al mismo tiempo, en paralelo al fracaso del proceso de negociación política con ETA. Guste o no al Gobierno, todos los decorados del escenario que Zapatero levantó desde el 14-M se están desmoronando, y lo que resta de legislatura no será otra cosa que la demostración de ese fracaso global.