EXCESO DE NACIONALISMO

 

  Editorial de   “ABC” del 05.02.08

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Nada mejor que reducir a porcentajes lo que ya era notorio para demostrar que los nacionalismos tienen un peso desproporcionado en la actividad del Parlamento nacional, lo cual, aun teniendo la legitimidad propia de la aritmética democrática, produce un indeseable resultado de precariedad legislativa e inestabilidad institucional. Según un estudio -del que ayer informaba ABC- los 148 diputados del Partido Popular, que representan al 42,3 por ciento del Congreso, han tenido durante este mandato un índice de influencia en el Parlamento tres veces inferior al conjunto de los nacionalistas, pese a tener estos sólo 33 escaños. Dicho de otra manera, la versión estatal del Pacto del Tinell contra el PP ha funcionado implacablemente. En todas las legislaturas de la democracia, los partidos nacionales se han apoyado, con una u otra fórmula -pactos de investidura, pactos de legislatura, acuerdos concretos- en partidos nacionalistas. Esto es legítimo y no supone la quiebra de ningún principio democrático. Lo que nunca hasta ahora había sucedido es que un partido nacional -en este caso, el PSOE- sustituyera al otro partido nacional -es decir, el PP- por el apoyo de los nacionalistas para decidir reformas legales e institucionales que afectaban a cuestiones esenciales del Estado. El modelo de Estado, el terrorismo, la financiación autonómica o los Estatutos de Autonomía siempre habían sido reservados para el consenso entre los dos grandes partidos, no sin dificultades de ejecución en ocasiones, no sin graves obstáculos de concepto, en otras, pero finalmente con unos acuerdos elementales que permitían mantener la estructura del sistema y sus principales políticas orientadas a los intereses nacionales.

En esta legislatura, la mayoría relativa socialista se ha traducido en un fortalecimiento político de los nacionalistas muy por encima de lo que su representación electoral y parlamentaria justificaría, y sin reciprocidad en la relación de lealtad con el Estado. La participación de los nacionalistas en la política nacional durante esta legislatura se ha traducido en una colonización de leyes básicas del Estado y de instituciones fundamentales por los intereses de los nacionalismos, los cuales, para mayor eficacia de su estrategia, han conseguido atraer al PSOE a posiciones filonacionalistas, como en Galicia o el País Vasco, o netamente nacionalistas, como en Cataluña, sin asumir el modelo constitucional ni zanjar sus constantes reivindicaciones. Zapatero no ha gobernado la pluralidad, como gusta decir. Simplemente ha aprovechado las ansias de poder de los nacionalistas para consolidar su Gobierno, aun en detrimento de las estabilidad legislativa y de una forma de gobernar adecuada a la correlación de fuerzas en el Parlamento y en beneficio de una estrategia de exclusión -ésta sí que es una opción ilegítima- del centro derecha representado por el PP.