PP, ESTRATEGIA Y PRINCIPIOS

 

 Editorial de  “ABC” del 13 de mayo de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el  Editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La decisión de María San Gil de renunciar a suscribir la ponencia política del próximo congreso nacional del PP marca un punto de inflexión en el proceso abierto por Mariano Rajoy tras las elecciones generales del 9 de marzo. San Gil no pertenece a la clase dirigente del PP que estaba llamada a ceder el paso a nuevas caras en el proceso de renovación de su partido. Tampoco estaba en discusión su protagonismo ni su discurso en el PP vasco. Por el contrario, su presencia entre los redactores de la ponencia política era una muestra de confianza de Rajoy en sus criterios y una apuesta clara de su continuidad en la primera línea de la actividad del PP. Estas circunstancias, unidas al sentido de la responsabilidad que siempre ha caracterizado a San Gil, inducen a pensar que en el seno del PP está cuajando un estado de incertidumbre e inquietud que resulta incomprensible a la vista de los resultados electorales. Habrá que esperar a que María San Gil concrete las razones para dar este paso y escenificar tan públicamente una desavenencia que le resultaba insuperable.

Si la cuestión que plantea San Gil es la necesidad de clarificar la opción estratégica de la relación con los nacionalistas -cuestión que no se aborda en la ponencia política, que queda tal como redactó la presidenta del PP vasco-, el problema al que se enfrenta el principal partido de la oposición tiene que ver más con la falta de recursos internos para evitar que los acontecimientos se descontrolen y que se generen polémicas cuando de lo que se trata es de reforzar la unidad interna. Resulta inverosímil que, dada la trascendencia de la ponencia política en un congreso como el de junio, nadie estuviera al corriente en la dirección del PP de la preocupación de María San Gil, no tanto por la redacción final del documento -que no cuestiona ningún principio del PP-, sino porque su renuncia contribuye a generar dudas innecesarias y hasta injustas sobre la futura táctica de aproximación a los nacionalistas. Sin embargo, el reciente desapoderamiento de la Secretaría General, eficazmente dirigida desde 2004 por Ángel Acebes, explica esta insólita ausencia de un centro neurálgico de coordinación en el PP, donde empieza a cundir la impresión de que las decisiones se improvisan.

Por otro lado, en cuanto a la cuestión de fondo, el PP no puede plantearse -y Rajoy no lo ha planteado- un acercamiento a los nacionalismos más radicales de la democracia, como son los que existen actualmente en el País Vasco y Cataluña. Sería un error que el PP se alineara con la idea de que sin nacionalistas no puede gobernar y despreciara el argumento contrario: el de que si los nacionalistas no se moderan, no podrán contar con el PP y quedarán a expensas del PSOE, como ha sucedido en Cataluña con CiU. Hay límites en el PP que ninguna redefinición de estrategias puede franquear. Y uno de ellos es el pacto con nacionalismos separatistas. La propia historia del PP da razones para no entrar en especulaciones con los nacionalistas. Ahora es fundamental para los populares construir un discurso acorde con su naturaleza de partido nacional, capaz de atraer y movilizar a ciudadanos que votan nacionalismo por inercia o que eligen al PSOE como segunda opción electoral.

El PP necesita un tiempo muerto para ponerse en orden y recapitular errores y aciertos. La última discusión es el síntoma de un debate de mayor trascendencia: qué PP se está fraguando para el futuro y cuál es la opción política con la que, después de junio, va a contar la derecha liberal y conservadora española. Tan injusto es pensar que esta situación se endereza con la renuncia de Rajoy como temerario es insistir en que no pasa nada. Está pasando, es grave y Rajoy, que sigue mereciendo un margen de confianza, puede y debe tomar las riendas de un proceso que él ha puesto en marcha, con toda legitimidad, pero que se está yendo de las manos.