MILLET, HÉROE CORRUPTO DE LA CULTURA CATALANA
Informe
de Martín Zaragüeta en “ABC” del 18-10-09
Por su interés
y relevancia he seleccionado el informe que sigue para incluirlo en este sitio
web
De Fèlix Millet Tusell
se dijo que logró reanimar una entidad centenaria y convertir una sala
sinfónica que vivía su peor momento en la más bella del país. Nadie parecía
dudar de su labor como mecenas. Su reputación se tornó intachable al frente de
una entidad a la que siempre se le guardó no sólo el mayor de los respetos y
admiraciones, sino aquel halo de inquebrantabilidad
y, sobre todo, impoluta gestión que uno espera de «los intocables» patrimonios
culturales de la ciudad. Sin embargo, hace poco más de dos meses, el ciego
enaltecimiento que se le había brindado se desmoronaba con una de las mayores
estafas de los últimos tiempos: el presunto desvío de 20 millones de euros de
los fondos destinados al Palau, según aseguraban esta
semana fuentes cercanas a la entidad. El orgullo de Barcelona se había
convertido en feudo de los oscuros negocios de Millet,
personaje cuyo declive, ya en caída libre, le llevaba de ostentar el apelativo
de prohombre de la cultura a ser demonizado y convertirse en blanco de todas
las iras. Mañana, él y su principal cómplice, el ex director administrativo, Jordi
Montull, comparecen por vez primera ante el juez.
El
shock inicial
Las
imágenes del pasado 23 de julio en las que los Mossos
d'Esquadra registraban las oficinas del Palau y sacaban numerosas cajas y documentos para
investigar el desvío de, en aquel momento, 3,3 millones de euros, caían como un
jarro de agua fría sobre la sociedad barcelonesa. El hecho de que una fundación
centenaria, a priori filantrópica y nacida por y para el arte, terminara
ensuciándose las manos de esa forma cayó como una losa a la que pocos daban
crédito. Una inocencia generalizada de la que el propio Millet
se aprovechó para aferrarse al beneficio de la duda desde el principio, a
través de una carta abierta remitida a la Fundación donde pedía un cínico
perdón por su posible «error» en la gestión del Palau
—un «error» del que se dice ya supera los 20 millones de euros—. Sin embargo,
la presión mediática, el avance de la investigación y el montante del dinero
sustraído hicieron de su culpabilidad algo irrebatible, y tanto él como Jordi Montull se vieron obligados a confesar la apropiación
indebida de 3,3 millones de euros y presentar la renuncia definitiva de sus
cargos. De la cifra asumida por ambos empresarios a la cantidad sustraída que
hasta ahora se ha podido probar —diez millones— distan oficialmente más de
siete millones de euros. Y más que se espera que puede distar en el futuro.
A
pesar del secreto sumarial y de la desaparición de la esfera pública de ambos
imputados durante la investigación, las continuas filtraciones a los medios de
comunicación por parte de la fiscalía y las siempre presentes «fuentes cercanas
al Palau» han mantenido un control incesante sobre
las numerosas irregularidades, ilegalidades y tomaduras de pelo llevadas a cabo
por Félix Millet. Por si los veinte millones de los
que se hablan no fueran suficientes, el paulatino descubrimiento del destino
del dinero desviado vierte aún más polémica sobre el protagonista del verano.
Según denunció un anónimo remitido a la Agencia Tributaria en 2002 y por lo que
se desprende del sumario, los fondos desviados estaban siendo aprovechados por Millet y sus colaboradores para «cruceros, viajes y
Mercedes 500» por valor de más de 500.000 euros y obras y reformas de inmuebles
de su propiedad por valor de 1,3 millones de euros, además de operaciones
especulativas con varios inmuebles cercanos al Palau
y un largo etcétera de otros desvíos de los que el fiscal señala que aún «se
ignora su destino». Otros escabrosos detalles de la denuncia apuntan a que la
lista de apropiaciones indebidas incluye «pisos para sus encuentros sexuales,
en las calles Verdaguer i Callís,
y también los preservativos. Incluso las bodas de sus dos hijas, que se
celebraron por todo lo alto en el Palau, fueron
pagadas por la fundación». Son sólo algunos ejemplos de los usos que Millet y Montull dieron al dinero
que durante años fueron sustrayendo de todas las formas imaginables: mediante
reintegros sin justificar de 500 euros a través de «una maraña de cuentas
bancarias o justificaciones documentales mendaces» o «mediante empresas
pantalla, convirtiendo fondos en dinero efectivo y haciéndolos desparecer
después».
Una
estafa con mayúsculas que se escudó en el más de medio centenar de cuentas que
el conglomerado del Palau manejaba en 18 entidades
bancarias, de las cuales nueve no constan en las contabilidades.
Cae
el «clan Millet»
Una
vez encarrilada su implicación en el escándalo, son ahora sus hombres y mujeres
de confianza —los tesoreros del Orfeó y la Fundación
Pau Duran y Enrique Álvarez, y su secretaria, Elisabeth Barberà,
última despedida del Palau— y los miembros de su
familia los que empiezan a sonar como posibles colaboradores en lo que el
fiscal tacha ya de «saqueo constante y continuado de los fondos del Orfeó». La trama apunta ya a todo el «clan Millet» —así como al de Montull—,
esposas e hijas incluidas. Sus mujeres participaron como administradoras de las
empresas pantalla que usaban para desviar el dinero; la hija de Montull, la ex directora financiera, Gemma
Montull, aparece como una de las implicadas por
intentar esconder en un lápiz de memoria la realidad contable del Palau —ella era la principal conocedora del verdadero
entramado financiero—; la hija del principal imputado, Clara Millet, también será investigada por participación en un
desfalco que salpica a un creciente número de figuras del entorno de Millet. Todos ellos, tesoreros e hijas de Millet y Montull, han sido
despedidos o están en proceso de despido del Palau.
El
«ciudadano que nos honra»
Echando
la vista atrás, todo parece una broma de mal gusto. Y el colmo del cinismo por
parte del ex presidente del Palau, quien en 2008
recibió el título de «Ciudadano que nos honra», entregado por el Grup Set, grupo de empresarias catalanas, ideado para
premiar a una persona de la sociedad civil que se haya distinguido por su
«labor honesta y profesional» y haya contribuido a la mejora «del diálogo y la
concordia social». La Creu de Sant
Jordi —galardón entregado por la Generalitat en la etapa de Jordi Pujol— y la
Llave de Barcelona —por Pascual Maragall— se suman a
la lista de reconocimientos que se otorgaron a Félix Millet
confiando plenamente en su gestión cultural y en el uso de los millonarios
fondos del Palau.
Las
habilidades de Fèlix Millet
para llevar a cabo este fraude masivo con total impunidad no se limitan a su
larga experiencia en un mundo empresarial de dudosa moral —estuvo preso durante
dos meses por la estafa de Renta Catalana en 1983, en la que también se vieron
envueltos los diputados de CiU, Josep Maria Trias de Bes y Joaquim Molins, el tío del
actual abogado de Millet, Pau Molins—,
sino a su interminable y oscura agenda personal, que le permitió mantenerse en
lo más alto con el beneplácito de las autoridades y los principales líderes de
opinión. Por todos es sabido que Félix Millet,
gracias a su don de gentes, logró sacarle al Gobierno de José María Aznar 13
millones para la remodelación del Palau, dándole a
cambio su participación en la rama catalana de la FAES, Catalunya Futur. Sin embargo, eso no impidió que Millet
protegiera sus verdaderas amistades e intereses: los que le vinculan al
nacionalismo y el catalanismo, a los que supo mantener contentos con sus
aportaciones a la Fundación Trías Fargas y al Partit per la Independència de Àngel Colom. La primera, directamente vinculada a Convergència Democràtica de
Catalunya, recibió 630.554 euros de la fundación del Palau,
un dinero que voces políticas de lo más dispares han pedido que devuelva y que
el secretario general de CDC, Felip Puig, se niega a reembolsar.
La
causa independentista
El
caso de Àngel Colom, actual dirigente de CDC y ex
líder de Esquerra Republicana de Catalunya, fue mucho más sonado, pues en el
año 2000 solicitó a Millet ayuda económica para
solventar las deudas que contrajo con el PI. Solicitud prontamente atendida,
pues recibió 72.000 euros. El objetivo era disolver el partido y saldar las
deudas que había dejado la campaña electoral. Sin embargo, las mismas fuentes
que aireaban el préstamo aseguraban que, en el libro de cuentas de la
institución presidida por Millet, esos pagos quedaban
registrados con un valor de 150.000 euros, más del doble. Colom negó
rotundamente haber cobrado tal cifra y alegó que creía que ese dinero procedía
de las arcas particulares del empresario y no del Palau.
Se
abre la veda
Las
reacciones políticas ante el desfalco no se han hecho esperar y tanto la
Generalitat de Catalunya como el Ministerio de Cultura, afectados por su
participación en el Consorcio del Palau, han decidido
esta semana personarse en la causa contra Millet y Montull, por los perjuicios que todas esas irregularidades
hayan podido suponer para los intereses públicos puestos en la gestión. A pesar
de la cautela que mantuvieron las administraciones durante el proceso, la
confesión de los dos imputados abrió la veda para que todos aquellos que
reprimieron sus opiniones salieran a la palestra para reclamar justicia. El
propio presidente de la Generalitat, José Montilla, aseguró que «le remueve las
entrañas la forma en la que Millet se aprovechó del
cargo». En tanto que el consejero de Interior, Joan Saura, exigió al juez
instructor la adopción de «medidas cautelares» con las personas que habían
confesado el delito.
Desde
el bando indirectamente afectado, CiU, su presidente, Artur
Mas, trata de quitar hierro al asunto pidiendo calma y asegurando que el
partido está abierto a colaborar y plantear una posible devolución del dinero
recibido por la Fundación Trías Fargas si la
dirección de la fundación del Palau así lo solicita.
Al tiempo que su compañero y portavoz parlamentario en el Congreso, Josep
Antoni Duran i Lleida, denunciaba el «mazazo para la sociedad catalana» que ha
supuesto el escándalo. Una actitud compartida por toda la clase política que se
traduce en una petición muy simple: la de modificar los mecanismos de control
sobre este tipo de entidades culturales que, a pesar de su condición
filantrópica y de «lo que lucen» en la ciudad, mueven millones de euros,
incluidos los del contribuyente.