ESPAÑA NECESITA UN GOBIERNO
Editorial
de “ABC” del 07 de
febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web
La
imagen del Gobierno español esta última semana ha sido nefasta; sus decisiones,
lamentables. No ha entendido nada. El problema se llama «riesgo España», pero
matar a los mensajeros resulta inútil. En el exterior circula la sensación de
que el nuestro es un país insolvente, y el Ejecutivo tiene buena culpa de ello.
La imagen de desconcierto, improvisación, incapacidad política, cesiones
sindicales —electoralismo, en resumen— es justo lo que los mercados necesitan
para seguir desconfiando de España.
Los inversores internacionales han volcado su atención en los inmensos niveles
de deuda pública acumulados como consecuencia de la estrategia fiscal de «barra
libre» con que se respondió a la crisis financiera, y han concluido que algunos
países, y singularmente España, tendrán serias dificultades para hacer frente a
sus obligaciones si no cambian radicalmente sus políticas. La presión no va a
ceder. Los mercados financieros actúan como una jauría de lobos y, a la más
mínima señal de debilidad, se abalanzan sobre su presa. El Gobierno ha dado
repetidas muestras de incapacidad: sabe lo que tiene que hacer e incluso lo pone
por escrito, pero su presidente es un rehén ideológico y ha decidido inmolarse,
y con él a todos los españoles, en el altar de los sindicatos. Por evitar una
posible huelga general que sólo entenderían sus convocantes nos arriesga a
todos a una crisis de la deuda, a la quiebra fiscal del Estado y a una larga
recesión.
Tres son
las líneas de acción urgentes que habría que acometer: resolver el problema
financiero, hacer sostenibles las cuentas públicas y modificar el
funcionamiento del mercado de trabajo. En las tres, el Ejecutivo ha presentado
propuestas tan insuficientes que ha sido peor el remedio que la enfermedad, ya
que ha evidenciado internacionalmente sus limitaciones. Por eso España sigue
siendo comparada con Grecia. Recuperar el funcionamiento normal del sistema
bancario español exige acabar con los problemas que afectan a su balance y
reducir el exceso de capacidad instalada en la industria.
El
Gobierno ha optado por una estrategia gradualista y políticamente correcta que
mantiene la presencia dominante del sector público autonómico en las entidades
financieras. Lo menos que se puede decir del FROB es que no ha funcionado, que
no ha servido para provocar la reestructuración ordenada de las Cajas de
Ahorros. Se ha acabado el tiempo del voluntarismo. El Banco de España ha de
actuar con energía y sin dilación, utilizando los mecanismos disponibles de
regulación, supervisión e intervención. Supondrá un coste fiscal, bien lo saben
nuestros acreedores, y por eso nos exigen un recorte de gasto adicional.
El
problema del déficit público es estructural. Surge de considerar ingresos
ordinarios lo que no eran sino fruto extraordinario de la burbuja inmobiliaria,
y de embarcarse en una política de más gasto público, como si la restricción
presupuestaria no existiese para un Gobierno con voluntad social. Hoy tenemos
un déficit público que se estabilizará en el entorno del 10 por ciento del PIB
y una dinámica explosiva de la deuda, más aún si incluimos los gastos derivados
del saneamiento financiero y del envejecimiento de la población. No es posible
rebajarlo sin reducir el tamaño de las Administraciones públicas, sin abandonar
la filosofía de derechos ilimitados y gratuitos. Sin reflexionar seriamente
sobre mecanismos de copago en sanidad, educación y servicios sociales, y sin
repensar la estructura de competencias y de toma de decisiones de gasto en el
Estado de las Autonomías.
Nuestros
acreedores saben que con cuatro millones y medio de parados el país no es
viable a medio plazo. Por eso nos exigen una reforma del mercado de trabajo, ya
que nuestro Gobierno parece complacido en limitarse a subsidiar parados
indefinidamente. Lo aprobado el pasado viernes estaría bien hace seis años; hoy
urge legislar para acabar con la dualidad del mercado de trabajo mediante un
contrato único, reformar la negociación colectiva para incentivar los convenios
de empresa y modificar el sistema de prestaciones por desempleo para que sirva
de estímulo a la búsqueda de trabajo y desincentive el paro de largo plazo.
Ello supone reconocer que el Estatuto del Trabajador de 1980 está obsoleto y
hay que cambiarlo.
En
definitiva, recuperar la confianza internacional va a requerir bastante más que
una campaña de imagen. El Gobierno está perdiendo el partido fuera: basta ver
los diferenciales de deuda y, en casa, la encuesta del CIS. Ha generado una
emergencia económica y parece creer que puede responder con vagas declaraciones
de intenciones y vacuas apelaciones al diálogo social. Es demasiado tarde.
Hacen falta decisiones valientes, aunque puedan resultar impopulares. Es a este
Ejecutivo a quien compete liderar el país, señalar la dirección adecuada y
comprometer su menguado capital político. Si no se considera dispuesto, que
asuma su incapacidad y actúe responsablemente, adelantando elecciones. España
es una gran nación con un futuro esperanzador, pero si no se adoptan medidas
urgentes, lo peor puede estar por venir.